Año escaso de literatura japonesa, algo raro pensarán los que me conocen. Es por una razón bastante simple: hace más de veinte años que no sólo leo literatura japonesa, sino que tengo una cierta dependencia no sólo de leerlos, sino incluso más, de tenerlos físicamente, lo cual en los tiempos del kindle ha convertido a los libros de autores japoneses en los reyes indiscutibles de mis estanterías. Eso me impide leerlos en digital, y como no tengo tiempo durante el día para el gozoso vicio de tocarlos, olerlos, abrirlos y disfrutarlos, pues la consecuencia es un constante incremento de la pila de esos-libros-que-no-se-te-ocurra-leer-en-el-kindle...
Viene este rollo al caso porque El señor Nakano y las mujeres es el único libro que he leído este año en papel, creo. En una maravillosa, como siempre, edición de Acantilado. Como coincide que estoy acabando varios libros a la vez, ayer comentaba el valor de la sencillez en los autores japoneses a propósito de El año de Saeko. Como en Yoko Ogawa o en Banana Yoshimoto. retazos de lo cotidiano, hechos gran literatura de un modo que se me antoja imposible para un occidental.
Esto es más de lo mismo pero mejor. Historias sencillas del día a día, como la de el señor Nakano y el grupo que lo rodea: su hermana Masayo y sus empleados Hitomi y Takeo. Un pequeño universo en una tienda de artículos de viejo ("esto no es un anticuario, sino una tienda de segunda mano...") en el que también participan los no muy numerosos clientes. Una prosa delicada que habla de la belleza de lo corriente y de las melancolías de quienes lo habitan.
Inexplicablemente hermosa. Para tener y para leer. Nada sorprendente, por otra parte, después de El cielo es azul, la tierra blanca y Algo que brilla como el mar.