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El sexenio que está por concluir, por encima de la validez de una lucha necesaria emprendida por el presidente de la república, Felipe Calderón, contra el crimen organizado, nos deja el amargor, la zozobra, el miedo, el espanto de más de 90 mil muertos y 300 mil desaparecidos. Victimas y victimario son partes de una horrible estadística que nos pone los pelos de punta y nos muestra la una inseguridad donde nadie está a salvo. Delincuentes, Zetas, Templarios, CIDAS, Familia Michoacana, Cartel del Golfo etcétera, soldados, marinos, ministeriales, policías igualmente etcétera, se han encargado de llenar de miedo a toda una generación de mexicanos que crecen bajo este tenebroso drama, donde las cabezas y miembros de los desdichados ocupan las primeras planas de los periódicos. Se escucha ofensiva la cínica e irrespetuosa carcajada de los delincuentes que ríen de la justicia como hienas o peor que hienas, burlándose de la leyes, en país, que de por si, se acostumbra a violarlas, en México, el paraíso de la impunidad, donde los delitos no se castigan. ¿Cómo calificaríamos este sexenio de muerte, luto y sangre? ¿El sexenio de la muerte?, ¿El sexenio de los descuartizados?, como queramos llamarlo, el calificativo jamás contendrá el horro suficiente que lo retrate en toda su demensión. El sexenio negro o rojo, no se conformó con la muerte de la tropa, el delincuente, el ciudadano común y corriente, el del daño colateral de esta guerra, también se llevó a los amigos, a los funcionarios de primerísimo nivel como: Juan Camilo Mouriño y José Francisco Blake Mora y otros altos funcionarios, para finalizar con Alonso Lujambio que muere víctima de cáncer. Es el karma maldito de tantas almas, tantos muertos, luto y sufrimiento que se ha vivido en México durante el sexenio, tumbas y asesinatos tumultuarios, sin sentido y con sentido si califica la criminalidad como el más puro y vivo terrorismo.
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