Imagen: Escrito en la niebla.
Las culturas sexuales hegemónicas fueron construyendo ideologías y políticas basándose en autoridades filosóficas, religiosas y médicas. En otras palabras, nuestras vivencias en torno a la sexualidad, a las relaciones de pareja y al amor son construcciones propias de cada época, civilización, religión e incluso organización económica; por lo tanto, han ido variando a través del tiempo.
Es así como hoy en día, “en determinados aspectos, estamos ligados por una herencia sexual que se ha transmitido de generación en generación; pero en otros ámbitos las ideas modernas sobre el sexo y la sexualidad infieren sustancialmente de los modelos de antaño” (Masters, Johnson y Kolodny).
Las expresiones culturales de la sexualidad a lo largo de la historia de la humanidad han sido múltiples. Sin embargo, aun cuando se cuenta con antecedentes históricos que datan desde hace más de diez mil años, en general, la información disponible es más bien escasa con anterioridad al año 1.000 a.C. Entre los ejemplos más antiguos se pueden mencionar las Venus auriñaciences y los graffiti paleolíticos de las cuevas de Abri Castanet, representando vulvas. Otros ejemplos lo constituyen manuales sexuales chinos de hace más cinco mil años.
En las primeras comunidades cavernarias, cuando aún se desconocía su función reproductiva, la conducta sexual se realizaba para la satisfacción inmediata del impulso y se ejercía una promiscuidad sexual primitiva asociada a la inseguridad de la vida cotidiana. En aquella época la supervivencia era la prioridad absoluta, había que buscar el sustento día a día y el hogar eran apenas refugios transitorios. Aunque también se ha sugerido que los contactos sexuales estaban organizados de alguna manera, al parecer la promiscuidad sexual era la regla común para el varón, quien solía emprender el cortejo de una forma activa, e inclusive dominante, hacia cualquier hembra que no figurara bajo la protección de otro hombre. El ritual sexual empezaba con una danza rítmica y con palmadas sobre cráneos de animales, señal que informaba a los presentes sobre el deseo de copular. Durante el Paleolítico se inicia la diferenciación entre la sexualidad humana y la de los animales: se realiza el coito frente a frente. De la penetración por detrás se pasa al abrazo, a las miradas y a la comunicación como ingredientes de los contactos sexuales.
En la Prehistoria se han distinguido dos etapas principales: la primera correspondería a la llamada monogamia natural, durante la cual el ser humano practicaba una vida sexual regulada por los períodos de acoplamiento, de forma muy similar a la de los animales; así como por los constantes cambios de habitación debidos a los requerimientos de la búsqueda de flora y fauna para subsistir.
Gracias al descubrimiento de la agricultura y la ganadería, las tribus debieron establecerse por largo tiempo en territorios fijos dando lugar al sedentarismo con sus consecuentes modificaciones socio-económicas, lo cual conduce al advenimiento de la propiedad privada; mientras que, al mismo tiempo, se descubre la asociación entre coito y embarazo. Todo lo anterior repercute en una drástica transformación de las relaciones sociales y de las interacciones entre los género, surgiendo una segunda etapa, donde la sexualidad adquiere un lugar fundamental para la civilización y la monogamia pasa a cumplir la finalidad de asegurar el patrimonio familiar a largo plazo.
Por otro lado, se empieza a representar la genitalidad en el arte: danzas fálicas en las pinturas, vulvas grabadas en piedras, grandes falos en estatuas, etc. No obstante, no se realizaba desde una perspectiva erótica, sino como símbolo de fecundidad, de fuente de vida, como un modo artístico de practicar la veneración a las Diosas de la fertilidad y del sexo. Esta tríada compuesta por la religión, el arte y la sexualidad, presentes desde el origen de los tiempos, se han nutrido recíprocamente generación tras generación.
Identificando a la mujer (como la dadora de vida) con la tierra (dadora de frutos) nace un culto a la Gran Diosa, a la sexualidad femenina, el que terminaría de ser erradicado definitivamente con la llegada de las religiones monoteístas como el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Pareciera que cuando las sociedades eran cazadoras recolectoras, los ciclos de la luna, identificados con la mujer, eran de suma importancia, Algunos antropólogos plantean que el matriarcado fue la forma predominante de organización social. Como no había pruebas de la paternidad, el rol de la madre era fundamental y se fue convirtiendo en la cabeza del grupo familiar.
Empero, cuando nuestros antepasados se volvieron agricultores, pasó a ser más decisivo el culto al sol y a otros dioses masculinos, empezando a desvalorizarse lo femenino, tal como lo revelan estudios de los monolitos celtas de Hedgestone. Con el descubrimiento del Bronce, entre mil y dos mil años antes de Cristo, se inventaron las armas, se produjeron las primeras guerras y se impuso definitivamente el dominio masculino en Occidente. Finalmente, con la destrucción de la momia de Nefertiti, desapareció toda huella del reinado y del culto a la diosa que impusiera junto a su esposo el Faraón, en el s. XIV a.C., defenestrando a los antiguos sacerdotes que rendían culto masculino al sol.
Fuente: BCN Ligas Mayores.
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