Cuando Emi Abbott llegó junto a El Polaco a la cabaña del lago donde se disponía a disfrutar de la última etapa de su semana de vacaciones, no sentía el cuerpo de cintura para abajo. Después de tres días haciendo el amor sin descanso LA VORÁGINE SEXUAL DEL POLACO Y EMI ABBOTT y tres horas de lenta conducción, sentía que sus piernas no eran capaces de sostenerla. Nada más llegar se tumbó vestida en la cama del único dormitorio que había en la cabaña y se quedó dormida.
El Polaco deshizo el equipaje de ambos, colgó la ropa en el armario, colocó el resto de las cosas y se marchó a comer. A su vuelta encontró a Emi aún invadida por el sueño. Le quitó la ropa con delicadeza, tratando de no despertarla, pero a quién despertó fue a su virilidad. La imagen femenina dormida y desnuda provocó que su descomunal herramienta presionara con fuerza la dura tela del pantalón tejano que vestía y optó por desnudarse él también. Se tumbó en la cama pegado a la espalda de ella, colocando al calor de su trasero la muestra de su masculinidad insaciable. Besó su cuello y acarició el clítoris húmedo con las yemas de sus dedos. Emi se despertó sintiéndolo de nuevo dentro de su cuerpo y dudando sobre si estaba en el mundo real o en el onírico.
La fuerza de las embestidas hizo que abriera los ojos del todo y murmurara, en tono de admiración, un “¡no te cansas nunca. Quién diría que tienes 61 años!”.
-No. No me canso de entrar y salir de ti. Estaría haciéndolo hasta que me quedara el último soplo de aliento, respondió sin dejar de amarla, hasta deleitarse con los gemidos que anunciaban el orgasmo femenino...
Al día siguiente, después de un copioso desayuno, salieron a pasear por la orilla de un lago situado en el centro de un bosque de cuentos del que eran sus únicos habitantes. El cantar de los pájaros se escuchaba nítido en el silencio de una mañana en la que tampoco ellos cruzaron palabra. Se habían dicho tantas cosas mientras se amaban que parecían haber enmudecido. Sus mentes, sin embargo, estaban tan comunicadas que los condujeron a quitarse la ropa y sumergirse en aquellas aguas frías y transparentes.
Él la encaramó a su cintura, las piernas de Emi abrazando su espalda y el frío del agua templándose por el calor que desprendían sus cuerpos sudorosos. Se amaron con el cielo, los árboles y los pájaros como únicos testigos de una pasión que, lejos de sucumbir, se avivaba y crecía en cada beso, en cada suspiro y en cada embestida. Salieron del agua, se tumbaron en una manta y bebieron a lamidos las gotas de agua de sus cuerpos. Protegidos por la sombra de los árboles, sintieron las vibraciones de sus fibras más recónditas, unidos en una conjunción de sensaciones que parecía no tener fin.
Entre las sábanas de la cama de la cabaña o bajo las aguas del lago cristalino pasaron el resto del tiempo que permanecieron en aquel lugar de ensueño. De vuelta a Madrid, Emi tuvo que pedir a El Polaco que llevara el coche porque ella no se sentía con fuerzas para hacerlo. La noche que llegaría pronto era la última que iban a pasar juntos y necesitaba reponerse unas horas. Aún no habían tocado el tema de la próxima -y previsible- dolorosa separación y ella quería concentrarse para abordarlo. A la mitad del trayecto le soltó la temida pregunta en tono bajo y tímido.
-¿Cuándo piensas volver a verme?
-¡Quien sabe!, respondió él. Todavía no he cobrado la herencia. Hay mucho lío legal del que prefiero no hablar ahora. ELLAS Y SUS HOMBRES. CUATRO HOMBRES
-Entonces, ¿seguimos como siempre? ¿Te irás sin decirme cuándo nos veremos?
-Es tu elección, Emi. Solo tienes que pedirme que me quede a tu lado. Si lo haces, no te abandonaré nunca.
-Sabes que no puedo. Vivo con mis hijas y no considero conveniente obligarlas a aceptarte.
-Ni siquiera lo has tratado con ellas. No hagas que me enfade, Emi. Si no estás dispuesta a que me quede junto a ti para siempre, deja las cosas así. Ya veremos lo que nos depara el futuro.
Emi guardó silencio y se recostó en el respaldo del asiento. Cerró los ojos invadida por la tristeza y dos gruesos lagrimones cruzaron sus mejillas...