Revista Maternidad

El sexto sentido

Por Lamadretigre

El sexto sentidoUna, que como la mayoría de las madres sufre del síndrome de menospreciar las propias virtudes, a veces olvida de que no todos los humanos hemos sido agraciados con el don de la ubicuidad. Amén de otros súper-poderes que al parecer las madres desarrollamos sin saberlo. El error ha sido mío. Desde luego. No se le pueden pedir peras al olmo. Ni al padre tigre.

Al balance ya de por sí desastroso del ciclón Padre Tigre, mucho más devastador que El Niño, hay que sumar el brazo escayolado de La Cuarta por fractura del metacarpo. O algo parecido. Mi dominio del vocabulario traumatológico alemán es precario. También ha pasado a engrosar la lista de víctimas mi viaje a París con las niñas y el fin de semana de caza del que todavía comparte conmigo la patria potestad de las criaturas. Casi nada.

Pero no hagamos leña del padre caído. La culpa es mía. Y sólo mía. Por pensar que esta vida de desenfreno que nos traemos está al alcance de cualquiera. Así, cuando volví a casa de mi fugaz escapada laboral, me encontré al padre tigre con los ojos salidos de las órbitas y los tres pelos de punta exudando un olor rancio a sudor frío. Porque sudar había sudado. La gota gorda.

No se vayan ustedes a creer que estaba viendo el fútbol con una cervecita cuando el portátil aplastó el dedo de la benjamina. No. Estaba practicando el dictado con La Primera, mientras intentaba que La Segunda y La Tercera se pusieran el pijama, haciendo la cena y pegado a la Black Berry. La viva imagen de la conciliación laboral y familiar. Lo que viene siendo un minuto cualquiera de mi vida diaria. Un minuto apacible para ser exactos.

No es de extrañar pues que no se percatara de ese silencio que sólo una madre sabe reconocer. Ese silencio no puntuado por el rozar de las piezas del puzzle o la succión de la lengua infantil sobre el enchufe sin protector. Ese silencio en el que no se aprecian los resoplidos del bebé mientras se encarama a la trona o corona las escaleras sigilosa. Ese silencio sin el tintineo de las llaves mientras te vacía el bolso o saborea el cobre de una moneda de céntimo. Una madre distingue los silencios de su prole igual que, cuando su bebé abandona el cuarto rumbo al baño, sabe a ciencia cierta que va a sacar los tampones de la bolsa y a pasarse la escobilla inmunda por le pelo.

Por la misma razón que sabes desde el piso de abajo que La Primera está cazando moscas en su cuarto y no haciendo los deberes como debería. O la certeza que te invade cuando La Segunda no está físicamente sobre ti porque lleva veinte minutos limpiándose el culo con la parsimonia de la que sólo ella es capaz. Exactamente igual que si no oyes gritar a La Tercera es porque o bien está robando una manzana o ya puedes ir despidiéndote de cualquier par de gafas que hayas dejado a su alcance.

Todo esto lo siente una madre en sus huesos. Este sexto sentido es el que te permite combinar los deberes de La Primera, con la supervisión de una sesión de Pressing Catch de las medianas mientras dejas el cargador sin enchufar en un sitio estratégico para que La Cuarta se entretenga un rato chupándolo. Sin olvidarte de que tienes las judías verdes en el varoma mientras calculas si ya se han tomado la ración pertinente de frutas, verduras de hoja verde, lácteos, Omega 3 y alimentos ricos en vitamina K2 a la par que cuadras el balance de los próximos cinco años de tu start-up.

Para que luego digan que somos el sexo débil.


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