The Sheriff of Babylon es… un serial de cómic por entregas. Pero también es, quizá, la segunda mejor
novela negra que haya leído en los últimos diez años. Y digo la segunda porque
la primera es, sin duda, otra serie de cómic: Scalped.
Y es que se publican muchas novelas negras, pero el género anda muy sobrado en
cantidad y muy escaso en calidad. Bajo su etiqueta, últimamente tan de moda (y
quizá precisamente a causa de eso) se está publicando mucho tocomocho y mucha
paja para alimentar burros.
Scalped no se parecía en nada a ese cóctel dulzón tan habitual en las
novelas negras actuales y a la moda, a saber: complacencia en los clichés del
género, cómodo recorrido por los trillados caminos de la fórmula y conveniente despioje
de los (poco confortables) elementos de realismo social y crítica política que,
no lo olvidemos, son componentes esenciales del noir desde que Hammett escribiera Cosecha Roja. Por el contrario, sin embargo, era directa, auténtica y áspera como un trago de whisky de centeno sin agua ni hielo.Parecía escrita a cuatro manos por Dashiell Hammett y
Fiódor Dostoyevski después de pasar una temporada en una reserva india del
siglo XXI. Era, y sigue siendo, un feroz puñetazo narrativo en los morros del lector
autocomplaciente.
Por desgracia esta serie regular, que publicaba el sello Vertigo, finalizó su andadura en 2012
con la publicación de su número 60. Cuatro años después, el mismo sello ha
encontrado en The Sheriff of Babylon, una miniserie de sólo ocho episodios de los que, hasta el momento, sólo se han publicado tres, una digna sucesora. Un relato violento, realista y nihilista, habitado por personajes tridimensionales que sostienen diálogos como navajazos; un relato capaz de amargarle el refresco de cola al lector que busca en los cómics, y en la novela negra, un cómodo entretenimiento. Un relato nada complaciente, tan áspero en el paladar como un trago de whisky de centeno a palo seco.
Alguien quizá piense que emitir un juicio crítico
tan categórico sobre un serial por entregas cuando sólo hay publicadas tres de éstas,
poco más de un tercio del total, es arriesgado. Ese alguien tendrá toda la
razón: salvo en casos excepcionales, es mejor esperar al final de un serial para emitir un juicio de valor sobre éste. Pero la lectura de la tercera
entrega de The Sheriff of Babylon me ha convencido de hallarme ante uno de esos
casos excepcionales.
La acción se sitúa en Bagdad, en 2004, apenas un año después de su
ocupación por las tropas norteamericanas, tras la guerra del Golfo. Cristopher,
un ex policía norteamericano presente en el pais como asesor, ha recibido el
encargo de preparar y entrenar a la nueva policía iraquí, lo que le convierte, de facto, en el jefe de la
policía civil en la destrozada ciudad; lo que le convierte, de facto, en el Sheriff de un territorio
urbano donde no se sabe muy bien quién está al mando, donde el control se
reparte por sectores, como si de bandas de gánsteres se tratara, entre el ejército de ocupación, los caciques sunníes, los resistentes chiíes, los guerrilleros integristas y lo que se tercie. Cristopher ve desde primera fila lo
que sus compatriotas están haciendo en Bagdad, y lo que ve no le gusta mucho.
Cuando uno de los agentes que entrena aparece asesinado,
Cristopher se ve obligado a investigar su muerte. Las autoridades le imponen como
compañero a Nassir, un detective que formó parte de la policía iraquí durante
el régimen de Saddam Hussein. Nassir era el chií de más alta graduación en un
cuerpo de policía compuesto casi exclusivamente por sunníes. Los soldados norteamericanos
mataron a sus tres hijas, por lo que no les tiene mucha simpatía a los
ocupantes. Pero tampoco se la tenía a Saddam Hussein, y trabajaba para él. Ahora,
como policía (un policía heterodoxo y desencantado, pero muy competente) ofrece a los norteamericanos
la misma lealtad que le ofrecía al dictador. Nassir es, quizá, el personaje más interesante de esta historia llena de personajes interesantes, por su personalidad profunda, torturada y complicada.
Cristopher y Nassir forman una pareja de
investigadores que a primera vista parece muy en la línea de las buddy movies. Pero pronto (ya en el
primer episodio) el lector se da cuenta que esta pareja de investigadores no se
parece a ninguna de las que tiene costumbre de ver, o sobre las que tiene costumbre
de leer, en las películas y las novelas al uso. Ni su relación ni su investigación avanzan por los caminos trillados
del género; cada nueva escena, cada giro de la trama, es completamente
inesperado. El lector se siente como debía sentirse un habitante de Bagdad en esos revueltos días: inquieto por no saber nunca con qué se va a tropezar al doblar una esquina. La investigación de Cristopher y Nassir avanza serpenteando por
entre los escombros de la destrozada sociedad bagdadí y entre los difíciles
equilibrios de fuerza entre las partes que se disputan, de forma soterrada o a
veces no tanto, el poder en el territorio.
El punto de equilibrio entre las diferentes fuerzas
en conflicto es el tercer gran personaje de la historia, Sofía, mujer de origen
bagdadí, hija de un antiguo colaborador de Saddam caído en desgracia y, finalmente, ejecutado por éste. Educada
en Estados Unidos, ecléctica y desarraigada, Sofía es la persona a quien los diferentes actores en juego
en Bagdad recurren cuando tienen conflictos por resolver. Pero los servicios de
Sofía tienen un precio, por supuesto. Y esa cadena de intercambio de favores
que domina la ha colocado como jefa suprema del submundo del hampa bagdadí.
Además, Sofía ha escogido como amante a Cristopher, y ha maniobrado para
proporcionarle a Nassir como compañero de investigación.
Pero el personaje más importante de esta historia
no es ni Cristopher, ni Nassir, ni Sofía: este triángulo sólo sirve para
introducir a la verdadera protagonista de la obra, que no es otra que la ciudad
de Bagdad. Ciudad orgullosa y destrozada de la que se hace un retrato
desagradable, por lo meticuloso y bien documentado. Lo que no es extraño, pues
el guionista, Tom King, había sido agente de la CIA y había estado destinado a
la Bagdad ocupada. Irrumpió en el mundo del cómic escribiendo los guiones de
una serie que transformaba a Dick Grayson, el Nightwing de DC comics, en un
agente secreto en la línea de Misión
Imposible. No estaba mal, era un cómic bien escrito y bastante
entretenido; pero en The Sheriff of
Babylon King se ha superado. Ya he dicho que no es éste un cómic entretenido, a pesar de su
intensidad y de la fuerza de su narración. Su lectura puede resultar,
incluso, desagradable. Desagradablemente realista y desagradablemente poco
complaciente. A ello contribuye notablemente el trabajo del dibujante Mitch
Gerards, tan bien documentado como el del guionista. Su trabajo no es tan
vigoroso como el de R.M. Géra, el dibujante de Scalped, pero no tiene nada que envidiarle en cuanto a realismo,
gusto por el detalle y construcción de atmósfera. Como Géra, Gerards usa una
paleta de colores limitada, en la que predominan los ocres, los pardos y los
verdes caqui (una paleta muy adecuada para retratar una ciudad en ruinas en
un país desértico ocupada por los militares) y un trazo sucio y aparentemente (aunque
falsamente) veloz, como de boceto tomado del natural a toda prisa. Sus viñetas son
al dibujo de cómic lo que las fotografías de un corresponsal de guerra al arte
de la fotografía. De hecho, muchos parecen precisamente eso: calcos de una fotografía de un corresponsal de guerra. Y probablemente lo
sean, al menos en parte.
Faltan aún cinco entregas para que The Sheriff of Babylon concluya, pero
las tres que lleva publicadas (de momento, sólo en Estados Unidos) demuestran
más allá de toda duda su calidad excepcional. Y, también, su condición de lectura
incómoda para según qué paladares. Repito el aviso: el que lea comics para evadirse, mejor que
se compre alguno de las aventuras de Spiderman. Esto es otra cosa.