Nació –si al extraño y sospechoso fenómeno de aparecer anónimamente se lo puede llamar nacer- al sur del mar de Aral, cuando aquel mar ni siquiera tenía ese nombre. Apareció mediando agosto, apenas un poco antes que yo, durante el esplendor de la dinastía Abasí, en la primera de las mil y una noches.
Desde entonces, ya hace más tiempo del que puedo recordar, persigo su huella inequívoca y combato tenazmente su saber hermético, su signo de intriga inaudita y de anagrama.
Ella ha transitado siempre por el ojo izquierdo de la historia, portando el brillo del escarabajo dorado, con el único propósito de cegarlo. Ha sido y es, aún hoy, la mecenas de los incrédulos y de los poco entendidos. Duda está predestinada a eclipsar el sustrato histórico del hombre; a velar de luto los asertos de todos los archivos ancestrales y a sepultar, impunemente, nuestro legado bibliográfico, desde El Libro de las Maravillas, hasta El Arte de Manejar el Astrolabio.
Ella no es mentira ni es verdad. No es, ni apenas cierta, ni muy auténtica. No es piadosa ni razonable; no es, siquiera, una hipótesis de engaño, porque tampoco es un engaño. No busca un Santo Grial ni un príncipe de las tinieblas, porque ella misma es una búsqueda sin esperanza. No perdona ni condena. No censura ni aprueba. No dice ni se contradice. Soy testigo de todo lo que afirmo y de que nadie, jamás, pudo decirle que respeta su opinión.
Duda anida en las páginas de los libros más oscuros y malditos. Se aposenta en las recetas de los alquimistas nigromantes, o en las mentes de los perezosos. Se nutre de fragmentos, de oxidados jeroglíficos y de pergaminos ausentes. Adhiere, fervorosamente, a todas las citas incontrastables y a las referencias a ninguna parte.
La he visto acechar por entre los laberintos de las pirámides, susurrando lúgubres preguntas sin respuesta. La he visto sonreír detrás de los espejos negros de emperatrices y princesas jactanciosas, presumiendo por quién será la más bonita. La he visto preconizar el olvido, borrando extraños y elegidos nombres de la lista del Necronomicon, con el fin de ocultarlos de toda la memoria; pero nunca, sin embargo, la he visto derramar una lágrima por ser alguno de ellos.
Aunque, muchas veces, he logrado llevar la certidumbre a manos de sus legítimos dueños, confieso que mi lucha contra Duda es desigual, porque sé que hay saberes perdidos para siempre y porque sé que, bajo sus sombríos dominios, hay secretos maliciosamente guardados, que le otorgan un poder de seducción infinito.
Mi mayor derrota es el secreto encerrado en el Manuscrito Voynich. Hablo del secreto más terrible y antiguo de la historia del hombre. Cinco siglos de encierro. Cinco siglos igual y mi moneda de la suerte no ha podido con él, porque sigue saliendo cruz.
Desde la corte de Bohemia -en Praga medieval- hasta el presente, las páginas del Manuscrito Voynich han conservado su mensaje indescifrable. El misterio, con su desenlace tan excluyente como único, ha sobrevivido a las expoliaciones de Torquemada y a todas esas doctrinas contestatarias que remediaban los desacuerdos usando el fuego. Pero ni el fuego expropiante, ni el poder de los conjuros, ni el aislamiento intelectual de los mejores y -mucho menos- el implacable paso del tiempo, han podido colonizar lo que el Manuscrito desea comunicar.
Hasta hoy, el escalofriante y asombroso misterio renacentista no ha abdicado. Su perpetua y exquisita penumbra se alza como el Argos de la duda. Es un misterio único en la historia, y se yergue resplandeciente, como un sigilum de lo que representa la posibilidad de un texto sin para qué.
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Duda...
Ilustración de Monica Esjaita
chocthedy ot chteokaiin choteedy otor epchy chpiir
ar sheer *eedy soeteed *cthchy soe*keot y choteoky
chockhy okees sor aiin daraj seedir chdar dar darchdy
dardarar otar dar okarar[...]”.
Y Duda deja, así, su rastro de desconcierto entre paréntesis, y con signos de acertijo y de locura. ¿Y si, acaso, este libro nos quiere revelar el motivo esencial del hombre y de su identidad divina? ¿Será posible que el texto explique detalladamente el significado del volucielo y de la sonomédula? ¿Es, tal vez, el orden y la forma de sus palabras, la simple consecuencia de haber movido la rueda de Cardano entre las páginas pares del libro La sutileza de las Cosas? ¿Qué maligno, subterráneo, tenebroso o atormentado mortal, sería capaz de expresar algo sin el primitivo y necesario interés de ser comprendido? ¿Es este, quizás, un texto que nada comunica?
No importa la pregunta que se plantee porque, apenas asome un nuevo interrogante, el fantasma de Duda lo aprisionará fatalmente, hasta asfixiarlo, y obedecerá, sin dudar, sus leyes de sepultura: el mensaje del Manuscrito no se parece a ninguna lengua humana conocida, pero es -como diría Poe en la voz de Júpiter- demasiado complejo como para ser solo jerigonza. No ha sido posible calcular el tiempo material que se tardó en escribirlo, pero sí se sabe que solo una mano lo trazó. No hay patrones gramaticales ni caligráficos que indiquen escritura al azar, pero tampoco hay forma de saber si algo de lo escrito tiene algún sentido.
Cada nueva hipótesis que sugiero es devorada por la anterior y por la siguiente, como en un sueño con serpientes de tres cabezas. La posibilidad de descifrar el documento se ha transformado en una tarea descomunal para el cuerpo de los hombres y -sin hombres inhumanos precipitados en la empresa- mi derrota se va plasmando, rotunda y perfecta. Duda crece, avasallante, sobre mí, hundiéndome en una dimensión de conciencia inferior. Ella sabe lo que sé y despliega, entonces, victoriosa, sus trivias de conquista sobre mi espacio yermo.
Sin intermediarios entre la pluma y el testimonio, sin nadie capaz de interpretar su significado o su destino, como en un mensaje dictado por Enoch o por Hermes, reza el sigilum su duda, página tras página:
saiin ykeos * chyir ochey chchey chol dair dain
cho dar aldy qotol keeees qokedy qokedy
qokedy dar[...]”.
Mi próxima muerte -si al confuso e íntimo fenómeno de desaparecer anónimamente se lo puede llamar morir- será en Buenos Aires. Me iré puntualmente, pero no para siempre.
Aunque nunca logre descifrar este ábaco, ni aun en la lectura mil y una, al menos sé que la certeza de mi partida también confirmará la derrota de Duda.