En esta entrada de hoy volvemos a asomarnos un poco- como las mujeres asomadas a la ventana del cuadro de Murillo- al siglo XVII en España. Pero si en las anteriores entradas nos centrábamos en el matrimonio y la situación de la mujer o en el teatro y sus espectadores, hoy nos vamos a detener en una curiosidad gastronómica o alimentaria de la época: la del uso, tan de moda en ese siglo, de la nieve. Un tema además muy fresquito para aligerar los calores de estos días.
Os dejo unos fragmentos sobre este curioso tema del muy interesante y ameno libro La vida cotidiana en la España de Velázquez al que ya le dediqué esta entrada.
Que ustedes lo disfruten...
"Si tuviéramos que señalar un vicio en materia alimentaria, propio del siglo XVII, no sería el de comer caliente, sino el de beber frío.
Se empezó enfriando el agua y el vino en los primeros años, para terminar a últimos de siglo tomando todo helado, hasta el caldo. Causa asombro la pasión que los españoles de entonces sintieron por la nieve.
Tanto gustaba la nieve, que se llegaba a cantar las excelencias de tal o cual región o paraje en función de la abundancia o baratura de mercancía tan preciada. Así, se alaban las virtudes de Granada en 1608 por ser 'donde la nieve está barata, que no hay pobre que no sea rico para gastarla'. (…)
En la capital había 'obligado' hacía mucho, y la nieve se traía, a lomos de caballerizas, desde la sierra. Pero el gran invento que abarató considerablemente la nieve y la hizo más asequible, fue la ingeniosa idea que tuvo un obligado, Pablo Xerquías o Xerquies: hacer, en lo que hoy es la glorieta de Bilbao, unos profundos pozos en los que se conservaba fácilmente. (…)
En 1607, antes de Xerquías, estaba la nieve a ocho maravedíes la libra. (…) En casi noventa años sólo subió dos maravedíes. Tanto se vendía, que no importaba la disminución del beneficio por libra.
A mediados de siglo ya no se concebía vivir sin gastar nieve, tanto en invierno como en verano. A modo de ilustración diremos que en 1642, en plena guerra y teniendo que hacer frente, además, a las sublevaciones de Cataluña y Portugal, el gobierno se vio obligado a embargar todas las caballerías disponibles. El asunto era grave. Pues bien, los obligados de la nieve se dirigieron a la Sala exponiendo que puesto que se las habían quitado, se veían imposibilitados de traer nieve y hielo a la Corte, no pudiendo cumplir con la obligación. Ante la posibilidad de que la Corte quedara desabastecida, la autoridad cedió. Pese a lo sombrío de la situación del país, fuera y dentro de sus fronteras, se prefirió resolver antes el abastecimiento de la nieve. Inmediatamente se les concedió cuarenta acémilas, dictando auto para que no pudieran embargárselas.
No se crea que exageramos. Si los peones y oficiales gastaban una libra de nieve (al fin y al cabo, no era cara), los grandes necesitaban más de una arroba. Los embajadores y el nuncio tenían franquicia de impuestos sobre 'dos arrobas de niebe cada día de berano y una de ynvierno'.
Las bebidas se enfriaban en cantimploras, garrafas de cobre con cuello muy largo, que se enterraban en la nieve que llenaba la herrada. Se inventaron vasos especiales, las famosas 'tazas penadas', estrechas y largas para facilitar el enfriamiento de la bebida."
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Fuente: La vida cotidiana en la España de Velázquez, José N. Alcalá-Zamora. Capítulo XV, La alimentación, por Matilde Santamaría Arnáiz. Ediciones Temas de Hoy, 1999.
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