El accidente me sorprendió de vuelta a casa. Una desgracia como otra cualquiera. Ocurren miles cada día. Una brizna de agua, una distracción –uno va pensando en sus cosas- y adiós. Tras la incineración y acoplado en el ánfora funeraria, me pasé no sé cuantos meses en el aparador del salón soportando las charlas interminables con tu hermana del alma, mi cuñada, o las dos telenovelas de media tarde en la cadena pública. Mi viaje a Nueva York quedó aplazado indefinidamente. Allí estaba yo, reducido a cenizas, aguardando el momento de pasar a mejor vida. Maldita paradoja. Una mañana, te oí comentar lo del seguro. No sé bien con qué fin, ni con qué excusa, pero adelantaste el cobro de la póliza. Decidí saber más, ampliando la cobertura de mis pesquisas. Por descontado, sospeché que habría un amante de por medio. Indagué en nuestro dormitorio, te seguí por la cocina, espié hasta en el baño. Resultó en vano. Perduraba el secreto. El día de mi cumpleaños destapaste la verdad. Sin honores, acompañada por aquel gachó, esparciste mis restos al aire desde mi acantilado preferido. Me emocionó el silbido del viento mientras vosotros resbalabais a las profundidades.
* 1º Premio del X Concurso de Microrrelatos Fundación Mapfre 2015