A diferencia de lo que ocurría en el post anterior aunque en idéntica dirección de confirmar la teoría con la que lo iniciábamos, existen personajes grandes, muy grandes, que ocupan tumbas muy pequeñas...
Sirva para ilustrar este gradiente el ejemplo de María Callas, la gran soprano del siglo XX.
De todos es conocida la tortuosa relación que la Callas mantenía con el multimillonario armador griego Aristóteles Onassis, quien finalmente la abandonó por Jacqueline Kennedy. Fue una ruptura que nuestra diva jamás alcanzó a superar y que condicionaría el resto de su vida.Una vida que encontró su punto final en París, unos años más tarde. Dicen que murió de un ataque al corazón, aunque no se descarta la consecuencia de una sobredosis de tranquilizantes...
Tras ser incinerada en el Crematorio, María no ocuparía concesión alguna en el cementerio de Père Lachaise, tan solo una hornacina de su columbario, un hueco de apenas unos centímetros, que no alcanza a ser nicho, en el que se guarda la urna con las cenizas.
En el columbario del que hablamos existen, hoy por hoy, cuarenta mil ochocientos huecos (40.800).
Es necesario añadir que en este caso hablamos de un cenotafio, esto es: una tumba vacía con la que únicamente se pretende homenajear o guardar el recuerdo de una persona cuyos restos se encuentran en otro lugar, o en paradero desconocido.
Las cenizas de María Callas fueron dispersadas por el viento en el Mar Egeo.