Revista Libros
John Gray.El silencio de los animales.Traducción de José Antonio Pérez de Camino.Sexto Piso. Madrid, 2013.
En El silencio de los animales, subitulado Sobre el progreso y otros mitos modernos, que publica Sexto Piso, el filósofo británico John Gray dedica todo su esfuerzo a desacreditar con múltiples argumentos la idea de progreso.
Si para Gray (y supongo que para casi todas las personas, salvo unos cuantos millones de fanáticos) las utopías son preceptivamente falsas, la idea del progreso gradual, sostenida por los llamados humanistas que piensan que la humanidad avanza hacia un mundo mejor escalonadamente, no es más que otra utopía disfrazada. Así, tanto el racionalismo como el progreso no son más que un derrame de la religión, idea fetiche de cualquier filósofo postmoderno.
Para demostrar que la idea de progreso no es más que un vano afán moderno, Gray recoge copiosas citas de autores que testimonian la fragilidad del progreso y acepta como representativos de la vida normal de la humanidad los momentos y lugares más trágicos de los tiempos contemporáneos: Conrad escribiendo sobre los aspectos más odiosos del colonialismo en África, Curzio Malaparte siendo testigo de cómo los napolitanos en 1944 en su lucha por la vida asisten y participan en el desplome de la civilización.
Mención aparte merecen sus citas sobre Arthur Koestler, por sus orígenes un humanista que tras ser testigo de la Guerra Civil Española y de la invasión de Francia por los nazis, pierde su fe en el progreso y se embarca en una búsqueda que le lleva primero al comunismo y finalmente a la parapsicología, cuyas pretensiones son según Gray menos fantasiosas que la idea de progreso.
Resumiendo, para Gray, Dios ha muerto, las utopías están condenadas al fracaso y el progreso gradual no es más que otra ilusión disimulada. Solo nos queda el silencio de los animales, esto es, nada.
Otra propuesta nihilista de esas que tanto necesitamos, esta vez, por suerte, en menos de doscientas páginas (bueno, en realidad la mitad del libro son citas exaltando la vida contemplativa, el sinsentido de la existencia o la silenciosa sabiduría de los demás animales) repletas de pura misantropía que acaban por configurar un panorama que aboca a la humanidad a un dejarse morir, a un suicidio colectivo.
Siendo en mi opinión el suicidio un asunto individual, no quiero ser tan bronco como para pedirle a Gray que proceda en consecuencia, pero sí que cambie de tema (sobre la nada ya se ha escrito demasiado) o que, por lo menos, se aplique a sí mismo el título de la obra que reseñamos.
Siete mil millones de personas no se merecen que nadie les diga que cuando una tempestad destruye el tejado de su casa, es mejor no hacer nada, porque por bien que lo reconstruyamos el clima ahí fuera seguirá enviándonos de vez en cuando nuevas tormentas.
Jesús Tapia