Revista Cine

El silencio de los corderos (1991), de jonathan demme. holocausto caníbal

Publicado el 24 mayo 2011 por Miguelmalaga

EL SILENCIO DE LOS CORDEROS (1991), DE JONATHAN DEMME. HOLOCAUSTO CANÍBAL.
Aunque siempre me ha gustado esta película, recuerdo que renové mi interés en ella el año pasado, cuando en un seminario de Recursos Humanos nos dieron una clase de Negociación basándose en una escena en la que Hannibal y Clarice pactan las condiciones por las cuales el primero va a ayudar al FBI a capturar a un psicópata llamado Búfalo Bill. Todo bajo el lema "Quid pro quo".
Y hay que agradecer al creador de los personajes, el novelista Thomas Harris que ideara un planteamiento tan original: el caso solo puede resolverse anticipándose a los movimientos del asesino, y para ello hay que conocer sus motivaciones. Solo un hombre posee una mente tan retorcida como para encargarse de ese trabajo: Hannibal Lecter, interpretado magistralmente por Anthony Hopkins en el papel por el cual será más recordado. La encargada de mantener el contacto con este ser que representa el mal absoluto será Clarice, una agente que ni siquiera ha salido de la academia, pero cuya inocencia y moralidad cautivan a Lecter.
Hannibal es sociópata y sádico: disfruta haciendo daño, no física, sino mentalmente. Además es extramadamente inteligente y capaz de disimular sus emociones. Su fuga es una de las escenas más brillantes del cine de los últimos años y su director, muy comedido en el resto del metraje, no se priva de mostrar el porqué del sobrenombre del personaje.
Si algo hay polémico en esta película es la simpatía inmediata que el espectador siente hacia Hannibal, ayudando poderosamente a ello el desagradable director del centro penitenciario de alta seguridad en el que está confinado. Es paradójico que un psicópata asesino sea el héroe de la historia, pero hay está Clarice para hacer de contrapeso, para otorgarle algo de redención en esa extraña y escalofriante relación que se establece entre dos seres tan distintos.
Pero la película de Demme (que por cierto nunca volvió a dirigir nada de una calidad parecida) es mucho más que el personaje de Hopkins. Es un thriller perfecto en el que se nos van dando pistas con cuentagotas acerca de la identidad del asesino, un retrato de la crueldad del mundo en el que hasta los detalles más nimios (el machismo cotidiano al que se ha de enfrentar la agente Clarice) sirven perfectamente a la coherencia del relato.


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