Autor: M.·. M.·. Francisco de Torres.
V.·. M.·. , QQ.·. HH.·.
Introducción:
Antes de comenzar la lectura, quisiera presentarles la pieza para piano en tres movimientos titulada , del compositor norteamericano John Cage. Disculparán ahora mis hermanos la contradicción: ¿Cómo explicar el silencio con las palabras? ¿Cómo no ser un traidor si se destruye aquello que se quiere explicar? Perdonarán mis hermanos el ruido, la insolencia que comienzo a perpetrar. Dejar en blanco estas páginas sería lo más sensato. Espero que vuestra fraternidad sepa excusar esta interrupción de mi voz sobre la nada...
Cuenta la leyenda que un joven llegó a pedir a un maestro que le enseñara los secretos del budismo Zen. El maestro le pidió que le hablara sobre los temas que él mejor conocía y manejaba o en lo que se consideraba mejor preparado. Mientras el joven comenzaba a explicar una larga lista sobre temas que eran de su dominio, como la agricultura, las aves, el clima, entre otros, el anciano maestro le puso entre las manos una taza y comenzó a servirle té. El joven seguía hablando de lo que sabía, de cómo lo había aprendido y de su superioridad sobre otros en ese conocimiento, y mientras él hablaba y hablaba, el maestro seguía sirviendo té, con calma, pero sin detenerse. Tanto fue lo que habló el joven, que el maestro llenó la taza hasta desbordarla. Entonces, el joven, algo incómodo, le dijo: Maestro, ¿por qué sigues llenando la taza, si esta ya está repleta? El maestro contestó: tú has venido a mi igual que esta taza, llena hasta el extremo de perder parte de su contenido. Hasta que no vengas vacío, no necesitas un maestro... Esta leyenda budista refleja la incapacidad de guardar silencio, lo que resulta ser en parte el sentido del tema que se propone abordar este trazado. El silencio parece presentarse como una de las actitudes más difíciles de desarrollar en los hombres, y uno de los bienes más escasos en nuestra sociedad, caótica y en permanente ebullición.
Recuerdo claramente que una de las primeras instrucciones que recibí al ser iniciado fue que, como aprendiz, debía mantenerme en silencio y observar. Este fraterno pero firme consejo lo recibí con sentimientos encontrados, pues pensaba que tenía algo que aportar, y que el silencio me impediría compartir con mis hermanos aquello que yo creía podía resultar de interés en alguna tenida. Pese a ello, comprendí prontamente que esa invitación al silencio no era en ningún caso una censura de parte de mis Hermanos, sino una más de las herramientas que se me regalaban para trabajar en mi perfeccionamiento.
El silencio, voz de etimología latina, "mutis", se relaciona tanto con el mutismo como con el misterio. En nuestro sistema simbólico, es difícil hallar una alusión gráfica a este aspecto de la masonería, pero no cabe duda de que allí está. El silencio es la decisión voluntaria a no hacer uso de la palabra, pero es además el proceso espiritual que más misterios contiene en su ejecución, en tanto contiene aquellos misterios que cada uno de nosotros cobija en lo más profundo de su ser, y que deben someterse a evaluación toda vez que deseamos ser mejores. Por ello, el silencio es un tema de enorme importancia para el aprendiz masón y para todos los hermanos en general, pues su sentido y valor permite al iniciado aproximarse al camino del perfeccionamiento personal de un modo absolutamente ajeno a lo que en el mundo profano podría entender. Atrás deben quedar los deseos de ser reconocido por la elocuencia, cuando no se ha llegado a dominar el silencio, decía Hemingway. Valorar el silencio, como lo hace John Cage en la obra musical que he presentado, significa comprender que la ausencia de sonido es fundamental para comprender su presencia. El sonido necesita del silencio para existir, y solo reconocemos el sonido cuando hemos conocido el silencio. Esta relación dual y mutua es la que podemos vincular con el Silencio en Logia.
En muchos ritos, se inicia la tenida con la expresión "Silencio en Logia", que el V.·.M.·. pronuncia para anunciar que todo lo mundano ha quedado fuera, y que se iniciarán los trabajos de un modo diferente al que entenderíamos fuera del templo. Nosotros acudimos a la meditación para encontrar en el silencio exterior e interior la paz que nos ayude a conectarnos con nosotros mismos. Este momento de reflexión es la que apaga el ruido y nos lleva a la conexión con lo que pensamos y deseamos, de la gorma más sincera que cualquier hombre podría enunciar, incluso entre sus hermanos. Para el aprendiz, el silencio debe pasar de una imposición a una virtud, que solo su ejecución constante permite alcanzar. El silencio nos ayuda a pasar por la escuadra nuestras ideas, a ser tolerantes con nosotros mismos y con los demás, porque nos anuncia que si queremos reprochar o queremos exaltar algo, el silencio es capaz de hacerlo. Del mismo modo, entendemos que el silencio puede ser condescendiente cuando un hermano lo necesita, y que no hay mejor forma de entender al otro que regalándoles nuestro sincero silencio.
Al igual que la llana, que nos permite ocultar y reparar las imperfecciones, el silencio nos permite pensar antes de hablar, y a esperar antes de actuar. Esto sin duda nos protege y nos prepara para enfrentar a nuestro peor enemigo: nosotros mismos. El silencio habla de nosotros, pudiéndonos mostrar como sujetos reflexivos y cautos, modestos y generosos, capaces de dejar que otros digan aquello que nosotros ya sabemos y sobre todo, nos obliga a decir solo aquello que resulta importante y primordial. "No hables si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio" sugiere un proverbio árabe, entendiendo que el silencio solo tiene valor cuando se utiliza para no cometer errores. Quien no valore el silencio lo hace o porque no lo conoce realmente, o porque imagina que quien guarda silencio no desea compartir. Pero, si no sabes nada, ¿para qué hablar? Y si ya lo sabes todo, ¿para qué hablar? Es mejor esperar el tiempo y el lugar adecuados para romper el silencio.
Cuando el templo nos llama a su amparo, y en orden ingresamos a contemplar sus luces, cruzamos ese mágico umbral que nos lleva del ruido al silencio. Dejamos el bullicio del exterior para conectarnos con nosotros mismos y con nuestros hermanos. No hace falta una orden, ni una mirada siquiera. Es solo la presencia de lo sagrado la que nos obliga a callar. Pero no quisiera seguir ya, el tema me invita a callar, por lo que termino diciendo:
"Al silencio" (Gonzalo Rojas)
Oh, voz. Única voz.
Todo el hueco del mar, todo le hueco del mar no bastaría
Todo el hueco del cielo, toda la cavidad de la hermosura
No bastarían para contenerte.
Y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
Oh majestad, tú nunca, tú nunca cesarías
de estar en todas partes
Porque te sobra el tiempo y el ser
Porque estás y no estás, y casi eres mi dios
Y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.
(Gonzalo Rojas)
Valles de Santiago, 05 de abril de 2017 e.·. v.·.