Revista Opinión

El silencio protector del Vaticano

Publicado el 11 abril 2010 por Javiermadrazo
El silencio protector del Vaticano

Benedicto XVI

El Papa Benedicto XVI reconoció ayer, por primera vez, que la Iglesia Católica siente “vergüenza” por los abusos cometidos contra menores por parte de sacerdotes y religiosos. De ser ciertas todas las informaciones y denuncias que ahora estamos conociendo, nos encontramos ante un delito claro de abusos sexuales, que desgraciadamente también es común en nuestra sociedad;  es preciso que todos los casos sean perseguidos y juzgados, en la medida en la que hechos como éstos no pueden prescribir nunca. Las palabras de Benedicto XVI llegan muy tarde, son insuficientes y están motivadas por el impacto social y la difusión internacional de la evidencia y no por la convicción.

La jerarquía vaticana siempre ha mantenido un discreto silencio sobre estas prácticas, en muchas ocasiones conocidas; nunca ha habido voluntad firme de erradicarlas, ni tampoco de castigar a sus responsables. Se ha optado históricamente por lavar los trapos sucios en casa para no perjudicar  la imagen de la Iglesia, obviando el daño moral y las repercusiones psicológicas que sufren las víctimas. Ahora, ante las pruebas que se acumulan, algunas de las cuales incluso aluden a su persona por pedir cuidado paternal para un sacerdote arrestado y acusado por abusar presuntamente de dos menores en los años setenta,  Benedicto XVI admite sentir vergüenza, pero no da ningún paso más en orden a esclarecer las imputaciones o solidarizarse con las víctimas.  

El Vaticano tendría que poner a disposición de la Justicia toda la información que conoce y ofrecer apoyo, verdad, reconocimiento y reparación a quienes padecieron, durante décadas, la tortura que implican los abusos sexuales. Las disculpas no bastan. Además, es preciso salvar el buen nombre y el buen hacer de tantos sacerdotes y religiosos, sin duda alguna la mayoría, que asisten atónitos a este espectáculo, que lesiona su imagen, su trabajo y hasta su vocación. Hablo de personas, a las que conozco, y que han dado lo mejor de si mismos para crear un mundo también mejor. Su fe ha sido y es un ejemplo de coraje y fortaleza, que nada tiene que ver con la actitud de quienes se han aprovechado de su posición y su poder para abusar de menores. 

El silencio de la cúpula vaticana, de algún modo, le hace cómplice de todo lo ocurrido. Sus responsables sólo han hablado cuando el escándalo ha estallado y era imposible callar por más tiempo, pero aún así sus mensajes son ambiguos y las medidas que toman tibias. Todo el mundo sabe lo que ocurre en su casa, y el Vaticano no es una excepción. El mejor servicio que pueden hacer al futuro de la Iglesia no es proteger a sus ovejas negras, sino colaborar con la justicia hasta el final y con todas las consecuencias. Por mi parte, sólo deseo que las víctimas de los abusos sientan el respaldo que merecen y sepan encontrar el camino que mejor les ayude a vivir. Imagino que no será fácil, pero si hay justicia, verdad y reparación también habrá, al menos, algo de consuelo.


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