Publicamos “El Simbolismo”, con el permiso expreso de su autor Salvador Porta Maestro Masón del Rito Francés de la Respetable Logia Descartes de Barcelona
EL Simbolismo
No pretendo hacer un trabajo “simbólico”, sino tratar el simbolismo como medio de conocimiento, su diferencia respecto a las otras vías de acercamiento a la realidad y su especificidad en las Logias. A tal propósito, cabe distinguir entre los siguientes conceptos: mitos, logos, dogma, ortodoxia y heterodoxia, niveles de conocimiento racional (físico-químico, matemático y metafísico) y finalmente del conocimiento o intuición simbólico propiamente dicho.
El mito es el conocimiento propio de las sociedades primitivas. Todos los pueblos primitivos crean mitos para explicar los misterios de la Naturaleza. Todas las mitologías, pese a sus muchas y grandes diferencias ocupan un lugar intermedio entre la religión y el folklore. La religión es formal, ortodoxa, ritualista, mientras que la mitología incorpora relatos de seres sobrenaturales, más bien que formas de su culto. El folklore sugiere tradiciones y creencias populares que junto al totemismo dan identidad y cohesión a un grupo humano. Como el hombre primitivo no puede distinguir entre seres animados e inanimados o entre el mundo humano y el animal, dota a ríos y montañas, a cocodrilos y a serpientes de poderes místicos. Gradualmente transfiere su culto del objeto mismo a un poder vital relacionado con él, y finalmente, a una personalidad revestida de ese poder. Zeus es primero el cielo, después una fuerza existente en el cielo, por fin un dios armado con el poder del cielo.
En su desarrollo, los mitos absorben cualquier aspecto simbólico o enigmático. Con el desarrollo de las sociedades humanas el espíritu humano observa la regularidad en los fenómenos de la naturaleza y a través del logos. Este vocablo griego significa a la vez “razón” y “palabra”, “expresión”. Heráclito identificó el principio animador, o logos, con el fuego y presentó a este elemento con el poder que mueve y regula al Universo. Heráclito identifico el logos con la capacidad inmanente del hombre por la que puede reconocer este principio de orden universal. Más tarde, en el estoicismo, el logos, de naturaleza material, representa el principio divino que rige el universo. Así el logos, aun poseyendo la calidad de universalidad, se supone también inmanente en el sentido de que todo está penetrado por él, pues el logos invade y atraviesa toda realidad.
En la escuela alejandrina, se concebía al logos como un principio unificador y mediador entre el hombre y la esencia divina. Dios dirige y gobierna el universo por medio del logos. Si el universo está sustentado en el logos, y el hombre posee este logos, el hombre puede conocer el universo. La posibilidad misma del conocimiento descansa en esta premisa. Solo lo semejante comprende lo semejante. Los niveles de conocimiento se diferencian entre sí según aquello que se considera y aquello de lo que se hace abstracción.
- En las ciencias positivas, se prescinde de la particularidad y se considera la relación causal entre los fenómenos.- En las ciencias matemáticas se prescinde de la materialidad y se consideran las relaciones numéricas.- En la metafísica o filosofía se prescinde de todo lo anterior y se considera lo existente por el mero hecho de existir, el ente en cuanto existente.
Mención aparte merecen tres conceptos interrelacionados: el de Dogma, el de Ortodoxia y el de Heterodoxia. Como base a los mismos, hay que significar que si la razón, el logos, es fuente de conocimiento, cuando el producto de este conocimiento se sustrae a la propia razón pretendiendo imponerla sobre ella, aparece el dogma, el dogmatismo, aquello que no puede ser discutido ni analizado racionalmente. Se define así la línea divisoria que separa lo establecido oficialmente, “la verdad oficial”.
Quien lo acepta está en la ortodoxia o conformidad con el dogma, y quien no, en la heterodoxia, en la disconformidad. No entraremos aquí en el proceso harto conocido por el que una estructura de poder pretende monopolizar el pensamiento racional acotando su alcance o poniendo fuera de toda discusión racional, principios o dogmas incuestionables. Baste con apuntar que toda estructura de poder tiende a hacerse absoluta por su propia naturaleza, si no tiene frente a sí uno o varios contrapoderes que lo limiten, y que la forma de dominio de las personas conlleva el dominio de su propia mente, de su propia capacidad de crítica. De ahí la utilidad de lo “sagrado”, aquello que no puede ser discutido ni atacado.
Frente a la racionalidad del “logos”, el símbolo aparece como una puerta entreabierta al misterio. Frente al intento de establecer cualquier ortodoxia, el símbolo se resiste a cualquier dogmatización. Quiero decir con esto algo tan sencillo como que el símbolo es una fuente de humildad gnoseológica ante la pretensión del logos de la razón, de ser omniabarcante y omnicomprensiva. Viene a ser la confirmación de la frase de Shakespeare: “Muchos mundos hay bajo el cielo que escapan a nuestro conocimiento” (más o menos).
Sabemos también, que la razón, que en el contexto tecnológico actual se confunde muy a menudo con la ciencia positiva, es tautológica: crea sus propias condiciones de experimentación y, por tanto, se autolimita. El símbolo no es experimentable en laboratorio alguno. Su fecundidad nace de su propia inabarcabilidad, y eso tiene una ventaja: no poder existir el dogmatismo simbólico, que si puede darse en otros medios de conocimiento.
Ya sabemos que todo tiene, al menos, dos caras. No existe logro sin precio, ni ventaja sin contrapartida. El símbolo no es una excepción. Su propio carácter abierto, subjetivo, intuitivo, inaprensible, lo convierte en terreno abonado para la “charlatanería pseudo simbólica”, lo que podríamos denominar quizá deliberadamente exagerado, el “tahurismo del Mississipi iniciático” o el “exadurismo de cartas simbólico”, y que consiste en hacer del simbolismo un fin en sí mismo, y no un medio fecundo pero limitado de conocimiento.
Esta cuestión nos lleva forzosamente a plantearnos la razón de ser del simbolismo dentro de nuestros talleres, su utilidad y sus limitaciones, que es tanto como decir nuestra propia razón de ser. Permitidme aventurar una hipótesis de trabajo: la masonería ha de ser simbólica para ser humanista, y ha de ser humanista para ser, simplemente, masonería. Si alguna vez he tenido que racionalizar y esquematizar el cúmulo de vivencias que se dan en un taller masónico, lo he hecho distinguiendo varios niveles:
1. El afectivo: un centro de reunión de un grupo humano unido por vínculos de amistad o relación personal, sin ser un centro excursionista ni una sociedad gastronómica.
2. El fraternal, que nos une con un juramento de ayuda y asistencia reciproca con todos los masones de la tierra, sin ser solamente una mutua de socorros.
3. Una escuela de convivencia y diálogo constantes, donde el saber hablar y el saber escuchar constituyen un permanente aprendizaje de tolerancia y respeto.
4. El intelectual, como un laboratorio de análisis de ideas e inquietudes, sin límite alguno a nuestra capacidad de pensamiento. Aunque nuestros talleres no tengan ventanas que dan al exterior, difícilmente puede hallarse un foro más abierto al mundo que nos rodea. Quizás por esto no hagan falta: nuestros talleres son una representación del cosmos entero. Sin ser solo un seminario universitario, nada de lo humano nos puede ser ajeno.
5. El ritualista simbólico: este es el aspecto que más nos caracteriza y nos hace ser lo que somos: la tradición simbólico-iniciática heredada de nuestros precursores, es la puerta que se nos abre para la percepción o intuición de aquello que está oculto a los ojos de los profanos, aquello que solo el símbolo puede revelar.
6. El trascendente. Si hasta aquí todos estos aspectos se encierran en la Logia y tienen lugar en su interior, a través de este aspecto cooperamos en la obra colectiva tal y como recordamos al final de nuestras tenidas: acabar fuera la obra comenzada dentro. Sin ser una ONG (Organización No Gubernamental) ni asistentes sociales, la dimensión humanista de nuestra Orden encuentra aquí su piedra de toque. Sin ella no haríamos más que “mirarnos el ombligo” o vivir de glorias pasadas. Pero síí nos reducimos solo a ello.7. Desde este intento quizás esquemático de descripción de nuestra Orden retomo la hipótesis antes apuntada: La masonería ha de ser simbólica para ser humanista y ha de ser humanista para ser, simplemente, masonería. Cada uno de estos aspectos es parte esencial de la Francmasonería, y no cabe reducirla ni limitarla a ninguno en concreto. De su armoniosa interpretación resulta lo que somos.He dicho.
Salvador Porta