El síndrome de Bangladesh*
(ejemplo del síndrome)
Yo ansiaba ser escritor, un escritor fatalmente innovador de formas y estructuras narrativas y poéticas, sin embargo y a pesar del gran abismo intelectual que nos separaba por lecturas a mi padre y a mí, la escritura nos remitía a veces a los mismos rincones del recuerdo.
Ambos habíamos vivido ciertas experiencias, él con la fortaleza y el arrojo de un padre que comenzaba a experimentar la maduración juvenil de sus costumbres progenitora, patriarcal y docente y yo con el aturdimiento y la curiosidad de un hijo que comenzaba a gastar la maduración plena de su infancia.
Estas improntas solicitaban de nosotros las mismas motivaciones e imprecaban a escribir los mismos motivos dominantes. Era como si la percepción sensible de aquellos hechos hubiese sido perpetrada de forma contagiosa en nuestras mentes con iguales intenciones.
Leernos no sólo nos demostraba la mágica cercanía que tenían nuestras escrituras sino nuestras vidas. A pesar de que él había crecido bajo la tutela de una retórica barroca que había logrado eclosionar hacia un modernismo y costumbrismo enconado en denunciar las profundidades del infierno humano: Vargas Vila, González Ochoa, Carrasquilla Naranjo (los nacionales); y Ernest Hemingway, Victor Hugo, Fiódor Dostoyevski (los extranjeros) y a pesar de que yo había madurado con la postmoderna insistencia de una literatura mutante dada por la polifonía de las culturas y el testimonio local de globalizar todos los experimentos de escritura en narraciones inconcebibles y descarnadamente testimoniales: Herazo, Márquez, Caicedo, (los nacionales); Artaud, Beckett, Cabrera (los extranjeros), a la hora de poner sobre el papel los recuerdos; las ficciones enumeraban los mismos patrones convulsivos, las mismas metáforas sentidas y las mismas escenas rotundas.
Leernos era afirmarnos como testigos de un mundo que había logrado marcar nuestras vidas para siempre y era descubrir que inesperadamente llevábamos el mismo hombre en las entrañas que sin algún Dios para culpar se había empeñado en sobrevivirse en la perdición misma de sus más profundas fantasías y desvelos.
* Síndrome de Bangladesh
He denominado síndome de Bangladesch al extraño caso que afecta a un conjunto de personas conocidas o desconocidas entre sí que al ser inducidas a describir una experiencia compartida esta se ve caracterizada por un patrón de percepciones idénticas las cuales se convierten en improntas traumáticas o pasionales memorizadas con la misma intensidad emocional en cada uno de los seres afectados.
El sindrome de Bangladesh deviene su nombre curiosamente de una casualidad. Algunos días atrás padre y yo veníamos discutiendo sobre la identificación de recuerdos similares en nuestras narraciones, yo intuí algo en ese fenómeno más no sabía darle un nombre hasta que me encontré con la asombrosa historia que está en el libro 'Biografía del hambre' de la escritora belga Amélie Nothomb; anecdota donde la autora como su hermana, las cuáles, encontrándose en una Bangladesh ambientada por la guerra y el hambre, al ser exhortadas por sus padres de escribir una carta al abuelo, estas, sin comicarse, terminan narrando con exactitud los mismos acontecmientos de zozobra experimentandos en la ciudad. A contiuación se puede leer el texto mencionado:
'En aquella época, Bangladesh intentaba practicar la democracia. El valiente presidente Zia ur-Rahman quería desmentir el tópico según el cual la extremada miseria engendraba la dictadura. Se esforzaba para que su país fuera una república digna de tal nombre. Apelando a su deseo de libertad de prensa, promovió la existencia no sólo de un periódico independiente sino de dos rotativos independientes, con el fin de que hubiera debate. Así nacieron el Bangladesh Times y el Bangladesh Observer.
Por desgracia, tan nobles intenciones tuvieron un resultado asombroso: cada mañana, cuando aparecían ambos periódicos, uno se daba cuenta de que, palabra por palabra, coma por coma, foto por foto, eran la réplica el uno del otro. Por más que se investigó, no se encontró una explicación. Y la maldición periodística continuó.
El domingo por la noche, a mi hermana y a mí se nos constreñía a escribir una carta a nuestro abuelo materno, que vivía en Bruselas: el correo saldría a la mañana siguiente por valija diplomática. Se nos entregaba una hoja en blanco con la misión de rellenarla. Era terrible: no teníamos nada que decir. «¡Vamos, un poco de buena voluntad!», insistía nuestra madre.
Juliette ocupaba un extremo del sofá, yo el otro. Sin ayudarnos mutuamente, escarbábamos en nuestras cabezas, a la búsqueda de algo: acabábamos por encontrar palabras que escribíamos con la letra más grande posible con el fin de ocupar más superficie. Al final de la página, estábamos agotadas. Papá recogía nuestras copias y se las llevaba a su habitación.
Lo escuchábamos gritar de risa. A nuestras cartas las llamaba el Bangladesh Times y el Bangladesh Observer; y cada semana volvía a producirse el milagro, que si bien era menos extraordinario que la traducción de la Biblia por los Setenta, no por ello dejaba de ser menos edificante: palabra por palabra, coma por coma, mi hermana y yo no dejábamos de escribir rigurosamente la misma carta, idénticas la una de la otra. Nos sentíamos humilladas.
Sin saberlo, quizás estábamos aportando una explicación al misterio periodístico de Bangladesh: si dos seres distintos intentaran comentar la actualidad de un país, una fatalidad verbal les haría escribir textos de una perturbadora similitud.'
Biografía del hambreAmélie Nothomb