Revista Cine
Como buen españolito, de aquí a unos días me iré con mi familia a disfrutar de unas bien merecidas. Saldré el día 1, como es de rigor (nada de aprovechar el viernes 29 a mediodía, ¡quia! hay que conservar nuestras ibéricas tradiciones ), y volveré, eso sí, el 30 (el 31 uno siempre corre el riesgo de que el controlador aéreo de turno decida alargarme las vacaciones, algo poco recomendable cuando al día siguiente tienes que empezar en un nuevo trabajo).
Dícese que el verano es la época del año que la gente aprovecha para leer más. En mi caso, con tres ángeles de 2, 4 y 6 años, agosto está dedicado a ellos en exclusiva. Ello, empero, no es óbice para que me pula algún puñadito de páginas. Pero la pregunta es ¿de qué libro?
Esta es una pregunta más importante de lo que parece. Téngase en cuenta que el pueblecito de la costa andaluza en el que estaremos las primeras dos semanas no destaca precisamente por sus librerías. Tampoco resultará fácil escaparse de casa de los suegros en la campiña inglesa para visitar Waterstones o the Bookbarn. Además, la maleta está tan apretujada que no da para llevarse varias opciones. Por ello, hay que esmerarse y tomar la decisión correcta, porque luego de nada sirve arrepentirse.
El dilema principal está entre llevarme un mamotreto de 800 a 1.000 páginas, o dos mamotretillos de 400 a 500.
Si al final me inclino por la primera opción, mamotreto, la elección está entre:
-Against the day, de Pynchon. Aún no he leído nada de él. El inconveniente es que, según dicen, para disfrutar plenamente de la lectura de esta mole, hay que tener una buena enciclopedia a mano.
-A suitable boy, de Vikram Seth, que guardaba para el lejano día en que vuelva a la India.
-La novela de Ferrara, de Giorgio Bassani. Una de esas obras maestras del siglo XX que parece que nadie ha leído.
-Las confesiones de un italiano, de Ippolito Nievo. Jamás había oído hablar de este libro o su autor, muerto antes de cumplir los 30, pero sus decimonónicas 1100 páginas tienen bastante buena pinta.
-Daniel Deronda, de George Eliot, o ir a lo seguro. Lo normal es que uno recuerde sus vacaciones por los lugares que ha visitado. En ocasiones, sin embargo, sucede que el libro lo ocupa todo. Uno de mis mejores veranos fue aquél en el que visité Middlemarch.
Si al final me inclino por los dos mamotretillos, el problema es cómo combinarlos. Algunas posibilidades son:
-Biografías a la rusa: la de Tolstoy, de A. N. Wilson, seguida de la del joven Stalin, Young Stalin, de Simon Sebag Montefiore, escrita después de la monumental Stalin. En la corte del zar rojo.
-Hungarismo: A book of memories, (Libro del recuerdo) de Peter Nadas, y Guerra y guerra, de Laszlo Krasznahorkai. Del primero se dice que es una evocación proustiana (¡sigh!) de la Hungría de 1956, y del segundo autor ya he leído la extraordinaria Melancolía de la resistencia.
-Cuentos: aunque los Cuentos esenciales de Maupassant son alrededor de 1.000 páginas, son una lectura ligera que podría combinar con los Cuentos completos de Eudora Welty.
-Miscelánea: un par de títulos sin ninguna relación entre ellos. Una con acción, historia y degollamientos, como Alamut, de Vladimir Bartol, y una lectura densa, una fiesta de la lengua como es siempre Alejo Carpentier en El siglo de las luces.
En fin, sea cual sea la decisión, en septiembre escribiré cuatro líneas al respecto. Hasta entonces, buen verano a todos (o buen invierno, a los del hemisferio sur).