Revista Filosofía

El sinsentido del sentido común

Por Anveger

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Es habitual escuchar en una conversación frases como las siguientes: «esta persona tiene sentido común», «en filosofía es fundamental tener sentido común», «el sentido común es el menos común de los sentidos» y en todas existe una cierta defensa subrepticia (no argumentada racionalmente) del sentido común. ¿Pero realmente estas frases guardan alguna certeza? ¿Podemos creernos que el sentido común es importante?

Primero debemos definir qué es el sentido común. Veamos primero como se define el sentido común en el diccionario: «Modo de pensar y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas». Aquí me permito el lujo de citar a Albert Einstein: «El sentido común no es más que un muestrario de los prejuicios adquiridos a los dieciocho años, pocas personas son capaces de expresar con ecuanimidad opiniones que difieran de los prejuicios de su entorno social».

Es decir el sentido común es el haber adquirido una serie de prejuicios comunes de la sociedad en la que se vive, lo que en cierta forma te acerca tu forma de ver el mundo con la mayoría de los que te rodean, es decir, podemos denominarlo un «conocimiento de la masa».

Desde un punto de vista puramente pragmático, el sentido común puede serle útil a una persona para integrarse en la sociedad y así tener ciertas ventajas como mayor facilidad para ser entendido y que se le entienda, hacer amigos, encontrar pareja y trabajo, entre otros innumerables beneficios vitales.

Sin embargo, desde el punto de vista del conocimiento, el sentido común no representa necesariamente ninguna verdad de ningún tipo y en numerosas ocasiones tiene más relación con la apariencia que con la realidad. Bertrand Russell atribuía al filósofo la tarea de descubir las cosas como realmente son y no como lo que parece que son. En concreto se refería así:

«El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a hacerse preciso, definido, obvio; los objetos habituales no le suscitan problema alguno, y las posibilidades no familiares son desdeñosamente rechazadas».

«La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplian nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, el disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han introducido jamas en la región de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos familiares en un aspecto no familiar».

Bertrand Russell – Los problemas de la filosofía – Capítulo 15 El valor de la filosofía – Página 131

El sentido común por tanto no nos acerca a la verdad, más bien al prejuicio y a la apariencia y no es una cualidad a la que una persona libre y ávida de conocimiento aspire a tener. Más bien todo lo contrario y veamos en más detalle los entresijos de por qué dicha afirmación.

El sinsentido del sentido común

En primer lugar, ha sido demostrado por neurólogos y psicólogos como Daniel Kahneman que el ser humano está lleno de sesgos cognitivos y que la percepción de nuestra realidad raramente coincide con la misma. Precisamente por ello, el ser humano es altamente manipulable. El sentido común sería el conjunto de sesgos compartidos por los miembros de una comunidad. Es precisamente por eso por lo que el sentido común no puede ser defendido, las personas deben aspirar a la ecuanimindad y no a sesgos parciales. El racismo o cualquier tipo de discriminación están basadas en estos sesgos, que son muy difíciles de eliminar, y precisamente por ello deberíamos esforzarnos en reducirlos en lugar de darnos por derrotados y lanzarnos a la piscina del «sentido común».

Pero el rey de los sesgos, que apuntala fuertemente ese sentido común tan defendido en las conversaciones más nimias, es el sesgo de confirmación, el peor enemigo de la realidad. Dicho sesgo consiste en observar sólo aquellos hechos que apoyan nuestras ideas preconcebidas. Por ejemplo, imaginemos que tengo la falsa idea de que «todos los osos son marrones». Y cuando observo un oso marrón, refuerzo mi idea y confirmo mi prejuicio: mi observación efectivamente me refuerza la idea, te lo dije, todos los osos son marrones, lo veo continuamente por todos lados. Sin embargo, cuando hay un oso panda, por ejemplo, ignoro dicha observación, ya que me produce «disonancia cognitiva», no me gustan las observaciones que no van dirigidas a confirmar mis prejuicios, porque «tengo sentido común».

En segundo lugar, el conocimiento de todo tipo, ya sea filosófico o científico no ha avanzado por el sentido común, sino por todo lo contrario: la puesta en duda de nuestros prejuicios. Es decir, la lucha contra el sesgo de confirmación, el mayor enemigo del conocimiento. Por ejemplo, el principio de incertidumbre de Heisenberg demuestra que el universo a escala subatómica se comporta de maneras inexplicables para nuestra intuición, en las antípodas del sentido común. Una partícula puede atravesar un número infinito de trayectorias al mismo tiempo y el uso del sentido común nos alejaría de entender cómo realmente funciona el universo.

En tercer lugar, la defensa del sentido común se cae como un castillo de naipes cuando se confrontan diferentes culturas o países. Mientras que en España es de «sentido común» mostrar la alegría tras un gol de nuestro equipo mediante vítores y aplausos, en Japón es de «sentido común» mostrarlo mediante el silencio, un símbolo de respeto y cortesía. Incluso admitiendo el sentido común en nuestras vidas de forma puramente pragmática, no existe un único sentido común para cada cosa, es decir, volvemos a su definición: el sentido común son los prejuicios existentes en un entorno concreto, es algo cultural. ¿He de comportarme como lo hacen los españoles, como lo hacen los japoneses o como yo considero que es más apropiado en cada momento? El reflexionar sobre tus propios prejuicios, ensanchar tu mente, conocer otras culturas, te hará más libre y te liberará de la prisión de dicho sentido común, pues te presentará varias alternativas todas válidas en la que tu podrás elegir aquella que más razonable te parezca, aunque en ocasiones provoque estrañezas en personas que aún siguen imbuídas en el sinsentido del sentido común.

Por tanto la próxima vez que presencies una defensa del sentido común, pon dicha afirmación en cuarentena, y plantéate cómo de libre es la persona que acaba de lanzar dicho alegato en contra de la verdad y de la filosofía.


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