Por Salvador Capote*
Muchos se asombran de las torturas o –su expresión eufemística- “castigos crueles e inusuales” prohibidos por la Constitución de Estados Unidos, que han sido impuestos a los Cinco héroes cubanos: largos periodos de permanencia en celdas de castigo en incomunicación total, privación de visitas familiares, desmesuradas y escandalosas condenas, etc., sin entender que los gobiernos de este país, los que más vociferan exigiendo a otros el respeto de los derechos humanos son, al mismo tiempo, los que más los violan, en su propio territorio y en todos los países a donde llevan la guerra y sus secuelas de destrucción y muerte. La tortura ha sido un fiel acompañante del sistema de justicia de Estados Unidos a través de toda su historia y es más antigua en su cultura que el pastel de manzana.
El “waterboarding” o “ahogamiento simulado”, por ejemplo, método de tortura que en su versión moderna consiste en aplicar una toalla saturada de agua sobre el rostro de la víctima, haciéndole creer que morirá de asfixia, tiene una larga tradición en Estados Unidos.
En un libro publicado en 1891 (1) su autor, el capitán J.C. Powell, jefe de un campamento de convictos de la Florida a mediados del siglo XIX, describe las técnicas de tortura que utilizaban para castigar a los prisioneros, entre ellas algunas de las rutinarias en Abu Ghraib y Guantánamo, como colgar por los pulgares y el “waterboarding”. A esta última le llamaban entonces “watering” y era una forma más burda que la actual pero en esencia la misma. Consistía en arrodillar al preso, con las manos amarradas a la espalda, junto al abrevadero de las bestias y sumergirle la cabeza en el agua hasta que el guardia consideraba que la víctima estaba a punto de ahogarse.
En la Escuela de las Américas en Panamá, instructores norteamericanos difundieron otra variante del “waterboarding”, el “submarino”, que podia ser “seco” o “mojado”. En el seco o “capucha” colocaban una bolsa plástica en la cabeza del prisionero hasta que su propia respiración lo ahogaba. En el mojado, lo colgaban por los pies y le introducían la cabeza en un tanque con agua, orina u otro líquido hasta que comenzaba a ahogarse. El “submarino” fue utilizado ampliamente por los cuerpos represivos de las dictaduras militares centro y suramericanas y era el método preferido cuando no se deseaba que quedasen marcas en el cuerpo de la víctima.
Pero en los siglos XIX y XX no eran puntillosos con el conteo. Actualmente parece que sí, pues ahora sabemos (2) que en la prisión de la Base Naval de Guantánamo el saudita Abu Zubaydah fue “waterboarded” 83 veces y el kuwaití Khalid Sheikh Mohammed 183, ni una más ni una menos, lo cual supongo constituye un récord y debe ser suficiente para que cualquiera confiese cualquier cosa.
En las cárceles en territorio estadounidense, hasta 1968 (Jackson v. Bishop, 8th.Cir.), era común el “strap”, o azotar con correa. Hoy, el tipo de tortura más utilizado parece ser el confinamiento en solitario en una SHU (“Security Housing Unit”) llamada por los presos “el hueco”, una prisión dentro de la prisión. Imagínese usted por un momento encerrado en una celda de 6 por 10 pies o más pequeña, con puerta de hierro, sin ventanas, con la luz encendida permanentemente, donde se pierde la noción del tiempo y nunca se sabe si es de día o de noche, y esta situación se prolonga durante meses o años. En ocasiones, pueden añadir a su celda otros elementos de tortura: frío, calor, desnudez, ausencia de agua para el aseo, ruido, etc. El prisionero cae en un profundo estado depresivo o en absoluta desesperación y sólo pueden resistir este castigo, sin perder la razón, hombres que posean una gran fortaleza espiritual. Sin embargo, en un día cualquiera, hay no menos de 75,000 y probablemente más de 100,000 presos en celdas de aislamiento en las prisiones de Estados Unidos (3).
El 1o. de Julio de 2011, 43 presos de la infamante SHU de la prisión estatal “Pelican Bay”, en California, comenzaron una huelga de hambre que se ha extendido rápidamente a otras 12 prisiones con la participación de 6,600 convictos. Muchos presos de “Pelican Bay” han estado en condiciones completamente inhumanas de aislamiento durante años o décadas. Estas SHU fueron inauguradas en la década de 1960 y utilizadas para aislar y castigar a prisioneros políticos (4), pero el “boom” de construcción de estas unidades comenzó en los noventa y se extendió a 40 estados. Hoy las SHU albergan a decenas de miles de presos.
En la década de 1950, los militares norteamericanos y la CIA desarrollaron el programa SERE (5), primero para entrenamiento de sus propios soldados y más tarde para el interrogatorio de prisioneros. De acuerdo al manual de entrenamiento de la CIA de 1963 (“KUBARK [criptónimo de CIA] Counterintelligence Interrogation”) las técnicas de SERE “son exitosas incluso en los casos más difíciles, al inducir la regresión de la personalidad al nivel más primario y débil que se requiera para diluir la resistencia”. En otras palabras, son eficaces porque destruyen la voluntad, la dignidad y la moral del prisionero. Las técnicas están diseñadas para minar su autoestima, hacerle perder toda esperanza, desconectarle de la realidad y aniquilarle emocionalmente.
Ya a finales de los años cincuenta, las técnicas de SERE fueron exportadas al Sudeste Asiático y a la América Latina. Hacia 1971, miles de militares extranjeros habían sido entrenados en métodos de tortura de SERE (6).
En 1983, la CIA elaboró una nueva guía (“Human Resource Exploitation Training Manual”) que destaca la eficacia de la violencia física, la privación de las funciones sensitivas y la humillación sexual, para quebrar a los prisioneros.
Las administraciones de Ronald Reagan y George H. W. Busch facilitaron que la CIA continuase con las técnicas de SERE. Pero la responsabilidad por las torturas no es privativa de las administraciones republicanas; en 1995 el presidente Bill Clinton autorizó (“Presidential Decision Directive 39”) la transferencia (“extraordinary rendition”) de prisioneros a Egipto para su interrogatorio en ese país donde es notorio que se practicaba la tortura, y la información obtenida era utilizada por los servicios de inteligencia de Estados Unidos evadiendo de este modo las leyes norteamericanas que la prohíben. George W. Bush amplió y perfeccionó este procedimiento, enviando sistemáticamente prisioneros no sólo a Egipto sino también a Arabia Saudita y a otros países aliados. De la tolerancia con las violaciones de derechos humanos en las satrapías se pasó a la complicidad revelando así la desvergüenza de la política exterior de Estados Unidos.
Después del 9/11, las técnicas de tortura de SERE se utilizaron ampliamente en Afganistán, Irak, en el territorio usurpado a Cuba en Guantánamo; en la prisión de Bagram (“Bagram Collection Point”), cerca de la base aérea de este nombre en Afganistán; en “Salt Pit”, nombre codificado de una prisión clandestina de la CIA, ubicada al norte de Kabul; y en decenas de otros centros secretos de detención y tortura, o “black sites”, situados en diversos países.
Un informe desclasificado del Inspector General del Departamento de Defensa, ofrece evidencia concreta de que las técnicas desarrolladas en el programa SERE fueron sistemáticamente utilizadas en Guantánamo y, menos sistemáticamente, en Irak y Afganistán (7). No obstante, de la información desclasificada se infiere que en las prisiones secretas estadounidenses ha existido amplio espacio para la iniciativa de los torturadores. En Bagram, por ejemplo, colgaban con cadenas a los prisioneros al techo de la celda y los golpeaban (“peroneal strikes”) rompiéndoles el hueso largo y delgado de la pierna o peroné y los músculos, nervios y vasos sanguíneos que lo acompañan. El sufrimiento es indescriptible y se sabe que al menos dos personas, Habibullah y Dilawar, fueron golpeados de esta manera hasta causarles la muerte (8). En enero de 2010, mediante el uso de la ley de libertad de información, se pudieron conocer los nombres de 645 de los presos de Bagram.
Después de los escándalos de Abu Ghraib y de otros centros de detención, los militares abandonaron, al menos formalmente, el uso de estas técnicas, pero la CIA en sus prisiones secretas continuó empleándolas, legalizadas por la “Military Commissions Act” de 2006, ley con apoyo bipartidista calificada de “vergonzosa” por Noam Chomsky (9). Torturas como la hipotermia inducida, la privación del sueño, la asfixia simulada y otras, son utilizadas por la CIA sin temor a consecuencias legales.
Estados Unidos llegó a tener más de 14,000 prisioneros en su vasta red de cárceles secretas en el extranjero. Por lo menos 34 ciudadanos estadounidenses han sido torturados y asesinados en estos “black sites” (10).
La administración de George W. Bush trató de crear un nuevo marco legal que permitiese la detención arbitraria por tiempo indefinido y la tortura de los prisioneros. Este marco legal se estableció mediante una serie de memorandos, llamados por Chomsky “los memos de la tortura”. El 9 de enero de 2002, John Yoo, de la oficina de asesoría legal (“Office of Legal Councel”) del Departamento de Justicia y tal vez el principal ideólogo de la tortura en esta etapa de la historia de Estados Unidos, elaboró un memo en el cual concluye que ninguna ley de la guerra, incluyendo las Convenciones de Ginebra, eran aplicables al conflicto en Afganistán. La conclusión, horripilante para todo jurista serio de Estados Unidos, fue respondida adecuadamente por el principal consejero legal del Departamento de Estado, William Howard Taft, quien le señaló graves errores, pero Yoo había elaborado los argumentos que el presidente quería escuchar y, en consecuencia, su opinión prevaleció.
Terminado el mes de enero, el consejero de la Casa Blanca y posteriormente fiscal general, Alberto González, se convirtió también en apologista de la tortura y señaló en un memo al presidente Bush la necesidad de obtener rápidamente información de los detenidos. “Este nuevo paradigma –de acuerdo con González- vuelve obsoletas las estrictas limitaciones de los Convenios de Ginebra al interrogatorio de los prisioneros enemigos.” Es verdaderamente increíble que quien propuso que el gobierno de Estados Unidos actuase al margen de los convenios internacionales y de la Ley de Crímenes de Guerra de 1996, haya tenido como premio su nombramiento como fiscal general, el cargo con mayor responsabilidad en la aplicación de la ley.
Debido a la oposición del Secretario de Estado Colin Powell, el 7 de febrero de 2002 el presidente Bush, convertido en matador, toreó la situación con una verónica completa: Estados Unidos respetaría las Convenciones de Ginebra en las operaciones en Afganistán pero no con Al-Qaeda ni con los talibanes; es decir, las respetaría en abstracto, no en la situación real de la guerra.
Elaborados ya los argumentos para eludir los convenios internacionales, los asesores de Bush pasaron a una segunda etapa en la cual crearían las bases pseudolegales para esquivar las leyes federales que prohíben la tortura. El 1o. de agosto de 2002, John Yoo y Jay Bybee, consejero también este último de la oficina de asesoría legal (OLC) escribieron dos memos, solicitados por Alberto González. En el primero (publicado en 2004), Yoo y Bybee ofrecieron una nueva y muy estrecha definición de la tortura, aconsejaron a los interrogadores invocar las doctrinas de “defensa propia” y de “necesidad” y llegaron al colmo de afirmar que el presidente tenía el poder de autorizar la tortura con independencia de las leyes federales.
En el segundo memo, que no se publicó hasta el mes de abril de 2009, se aprobaban todas las técnicas de interrogatorio propuestas por la CIA, incluido el “waterboarding”, consideradas como torturas en numerosos documentos nacionales e internacionales. Si Alberto González fue nombrado fiscal general, no es de sorprender que Jay Bybee haya sido nombrado posteriormente por Bush para el cargo vitalicio de juez de la Corte del Noveno Circuito de Apelaciones.
En diciembre de 2002, el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld aprobó un memorando, llamado “el memo de Haynes”, escrito por William J. Haynes, principal consejero del Departamento de Defensa, en el cual éste solicitaba la aprobación de nuevas técnicas de tortura que incluían el confinamiento en solitario, en silencio y oscuridad total, durante 30 días.
En mayo de 2005, la OLC elaboró tres memos secretos, firmados por su jefe, Steven Bradbury, en los cuales se afirma que ninguna de las técnicas de interrogatorio de la CIA se puede calificar como tortura, ni siquiera de tratamiento cruel, inhumano o degradante. Esto, cuando desde hacía ya largo tiempo, las imágenes dantescas de los torturados en Abu Ghraib, en Guantánamo y en las cárceles secretas, recorrían el mundo.
El último memo de la OLC sobre las técnicas de tortura de la CIA fue escrito en Julio de 2007 en respuesta a una interpretación de la Corte Suprema según la cual las Convenciones de Ginebra amparaban a los detenidos de Al-Qaeda. La OLC no acató la decisión de la Corte Suprema y afirmó que si el programa de la CIA violaba las Convenciones de Ginebra el presidente tenía el poder para declarar, simplemente, que no eran aplicables. ¡Así de fácil!.
En el gobierno de Barack Obama observamos el restablecimiento de la ley, no su aplicación. El fiscal general, Eric Holder, reconoció que el “waterboading” clasifica como tortura y se han prohibido las técnicas de “enhanced interrogation” (interrogatorio avanzado) promovidas por Bush, pero aún existen los tribunales militares (“military commissions”) y permanecen todavía en la prisión de Guantánamo 171 detenidos. No parece tampoco que la administración de Obama tenga mucho interés en llevar ante los tribunales a los torturadores y, mucho menos, a los ideólogos de la tortura y a los que la autorizaron, ocultaron y sistematizaron. Holder anunció recientemente, después del estudio realizado durante dos años por un fiscal especial, que sólo se presentarán cargos criminales en dos casos de asesinatos pepetrados por la CIA. Esto quiere decir, como señala un editorial de “The Guardian” (11) que se juzgarán actos criminales no autorizados, pero los más trascendentes, los autorizados, no se enjuiciarán.
Kenneth Roth, director ejecutivo de “Human Rights Watch”, grupo defensor de los derechos humanos, afirmó en una nota de prensa que “el presidente Obama ha tratado la tortura como una política desafortunada y no como un crimen”. En un informe publicado el 11 de Julio de 2011 por esta organización, se exige al gobierno de Estados Unidos que investigue las torturas que se alega fueron autorizadas por el ex-presidente George W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney, el secretario de estado Donald Rumsfeld y el director de la CIA, George Tenet, entre otros. HRW alega que Bush era la máxima autoridad en las operaciones y que aprobó públicamente el uso de torturas por la CIA. La administración de Bush, además –continúa HRW- creó un programa de detención clandestino mediante el cual los prisioneros eran encerrados en lugares secretos sin informar a sus familiares y sin permitir el acceso de la Cruz Roja Internacional, y los detenidos eran enviados ilegalmente a otros países donde seguramente serían torturados.
Según HRW existen documentos desclasificados, entre ellos una autorización presidencial de las prisiones secretas, suficientes para iniciar un proceso de investigación criminal (12).
(1) – J.C. Powel: “The American Siberia”, a facsimile reproduction of the 1891 Edition, The University Press of Florida, Gainesville, 1976.
(2) – Marjorie Cohn: “Avoiding Impunity: The Need to Broaden Torture Prosecution, JURIST – Forum, July 8, 2011.
(3) - Kevin Goszola: “Pelican Bay Prison Hunger Strike Shines Light on True Character of US Prison System”, FDL, July 11, 2011.
(4) - Li Onesto: The California Prison System. The Pelican Bay Prison Hunger Strikers: We Are Human Beings!, Global Research, July 12, 2011.
(5) - SERE: Acrónimo de “Survival, Evasion, Resistance and Escape”, llamado así porque en sus comienzos era un programa de entrenamiento para soldados norteamericanos; luego se transformó para utilizarlo en el interrogatorio de prisioneros.
(6) - Michael Otterman: “American Torture”, Pluto Press, 2007, p.12.
(7) – Stephen Soldz: “Shrink and the SERE Technique at Guantanamo”, Counterpunch, May 29, 2007.
(8) - Editorial: “Patterns of Abuse”, New York Times, May 23, 2005.
(9) - Noam Chomsky: “Los memos de la tortura”, Chomsky.info, May 24, 2009.
(10) Michael Otterman: Idem, p. 13.
(11) Editorial: “Torture: crimes with impunity”, The Guardian, U.K., 12 July 2011.
(12) CBS News: “Group urges probe into alleged Bush-era torture”, 12 July 2011.
*Bioquímico cubano, actualmente reside en Miami. Trasmite con cierta regularidad por Radio Miami el Programa “La Opinión del Día”, que aparece poco después en laradiomiami.com. Es colaborador de Areítodigital.net; participa, con la Alianza Martiana, en la lucha contra el Bloqueo impuesto a Cuba por Estados Unidos.
Imagen agregada RCBáez