La democracia española y todo el escenario político que esta sustenta no se puede entender sin prestar la debida atención a los partidos políticos que operan en la misma. Vasos comunicantes entre la ciudadanía y las instituciones, estas organizaciones, mal que bien, han logrado durante años constituir el eje principal del debate político. Daban forma a la agenda de gobierno, conferían voz a la oposición, o simplemente ayudaban a identificar las posturas ideológicas entorno a las cuales era legítimo discutir. El PSOE e IU marcaban el ritmo de la izquierda; el PP de la derecha y un gran número de partidos centraban principalmente su atención en cuestiones de ámbito territorial-nacional. El engranaje del sistema de partidos se movía con precisión, regulando con este juego el ciclo democrático.
No obstante, lo que durante años pareció estable muestra hoy grandes signos de fragilidad. La crisis económica manifestó en las plazas y en las calles ser también una crisis política. Los viejos actores no parecían poseer, como hasta entonces, todas las respuestas. Algo nuevo llamaba a la puerta, amenazando con transformar de manera radical el sistema de partidos español. El año 2015 evidencia claramente esta tendencia. Las elecciones en todos los ámbitos, local, autonómico y estatal, pueden marcar un punto de inflexión sin precedentes. En un escenario donde todo es posible, la demoscopia parecer dar palos de ciego y todos los actores, nuevos o ya veteranos, se preparan para cualquier resultado. Por lo tanto, antes que predecir o especular, intentemos analizar cómo se ha llegado hasta aquí. ¿Cuáles son los orígenes de nuestro sistema de partidos? ¿Cómo ha sido su desarrollo y consolidación?
La Transición, un complejo aprendizaje electoral
En los primeros años setenta, la decadencia física del dictador Francisco Franco, y en general de todo el régimen que este representaba era cada vez más evidente. La pregunta de, “¿y después de Franco qué?” era un asunto de debate recurrente en toda la sociedad española. Desde los más allegados a la dictadura hasta los más ajenos a ella se preparaban para la llegada de una nueva etapa. Todos movían ficha, y desde el conjunto del tablero ideológico se configuraban diferentes respuestas.
En este clima de agitación política surgieron multitud de organizaciones que se preparaban para ser instrumentos eficaces de mediación entre las instituciones y las demandas ciudadanas. Organismos de gobierno y competición electoral estables que todo sistema democrático necesita. Antiguas fuerzas políticas como el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el Partido Comunista de España (PCE), principal partido de oposición al franquismo durante años, o el Partido Nacionalista Vasco (PNV) saltaban de nuevo a la palestra. Pero también otras fuerzas de creación más reciente como Alianza Popular (AP) o la Unión de Centro Democrático (UCD) pretendían ser protagonistas en el paso a la democracia. Tras casi cuarenta años de nula concurrencia electoral nadie podía asegurar cual era el sentir político de los españoles. Todos los partidos se encontraban ante un escenario totalmente desconocido. No obstante, no todos corrieron la misma suerte. Y sólo unos pocos, que analizaremos a continuación, lograron estabilizarse en la escena política tras las primeras elecciones de 1977.
Partido Comunista de España (PCE)
El PCE, fundado el 14 de noviembre de 1921, había logrado mantener su estructura y organización a lo largo del periodo franquista. En la clandestinidad, sus miembros se convirtieron en la expresión más viva de la oposición a la dictadura. A la muerte de Franco, el partido comunista era sin lugar a dudas el más grande e implantado de todos los partidos de izquierdas que pretendían ocupar una posición hegemónica en el nuevo panorama político nacional.
No obstante, esta privilegiada posición que hacía que estuviera presente en todos los futuros distritos electorales, también tenía sus inconvenientes. Haber mantenido viva la oposición a la dictadura también había supuesto una larga campaña de propaganda anticomunista acometida por el régimen. Amplios sectores de la población española tenían en la década de los setenta una imagen demoníaca del partido, el cual había sido acusado prácticamente de todos los males que azotaban al país. En un periodo donde la opinión general propugnaba una salida moderada, el Partido Comunista, a pesar de sus esfuerzos, no consiguió romper con esta leyenda negra.
Cartel del Partido Comunista para las elecciones de 1977. La estrategia es clara, el PCE es un partido demócrata y de perfil europeo.
Las elecciones de 1977, para las que incluso el partido había contenido las huelgas y la presión popular, relegaron a los comunistas a una posición secundaria en el ámbito de la izquierda española, ya que sólo obtuvieron un 9,33% de los votos. Esto supuso el inicio de una grave crisis en la organización, que esperaba mayores resultados. En los siguientes años se sucedieron las escisiones y el abandono de militantes del partido, el cual obtuvo unos pésimos resultados en las elecciones generales de 1982.
Partido Socialista Obrero Español (PSOE)
El PSOE había sido fundado en 1879, por lo que al igual que el Partido Comunista era una organización con una dilatada trayectoria política. No obstante, a diferencia de este último, el PSOE había sido totalmente desarticulado durante la dictadura franquista, manteniendo el partido sólo una estructura coordinada en el exilio. En 1975 los militantes socialistas no llegaban siquiera a los 4.000, muy lejos de la amplia estructura que en aquel momento ya poseía el Partido Comunista.
La situación de los socialistas no parecía la mejor para constituirse como el principal representante de la izquierda a nivel nacional. Sin embargo, la nueva dirección del partido, que se había impuesto en el Congreso de Suresnes con Felipe González a la cabeza, y la financiación y ayuda técnica que los grandes partidos socialdemócratas europeos brindaban, hacía presagiar que el PSOE podía aspirar a ocupar un espacio significativo en el nuevo escenario político español.
La imagen joven y moderna que ofrecía Felipe González, que había sido elegido secretario general con sólo 32 años, hacía a la idea de que el partido era una opción de cambio más moderada que el PCE, o el hecho de que este pareciera más cercano a las prósperas democracias europeas, ayudaron al gran resultado que los socialistas obtuvieron en las elecciones de 1977. Con el 29,32% de los votos, el PSOE se convertía en el principal partido de la oposición, fagocitando en los siguientes años a otros partidos de tradición socialista y relegando al PCE a un espacio minoritario en el tablero político. Las elecciones de 1982 encumbrarían finalmente al partido y a Felipe González, obteniendo la victoria aquel año con un 48,11% del voto.
Unión de Centro Democrático (UCD)
A comienzos de 1977, uno de los políticos más populares de toda España era, sin duda alguna, Adolfo Suárez. Su posición como jefe de gobierno, y el hecho de que bajo su mando sí se habían producido avances significativos hacia la democratización del país, en contraste al periodo anterior bajo la presidencia de Arias Navarro, hacían de él un hombre capaz de atraer en torno a su persona a la llamada ¨oposición moderada¨, aquella procedente de partidos liberales, socialdemócratas o democristianos que sí estaban comprometidos con el cambio de régimen, pero que no pretendían alterar las bases de la organización económica y social española.
UCD vino a agrupar, por tanto, a un diverso grupo de organizaciones con parte de la élite política proveniente del franquismo. La marca contaba con la ventaja de un líder muy visible y el apoyo que podía obtener del aparato burocrático del estado en aquellas provincias donde carecía de estructura. En las elecciones generales de junio de 1977 la coalición obtuvo el 36,44% del voto.
Cartel de la Unión de Centro Democrático para las elecciones de 1977. Explotar la imagen de Suarez y la intención de consagrase como la principal fuerza en el centro político fueron los pilares claves de la formación durante la campaña electoral.
No obstante, la plural composición del partido pronto dio lugar a duros enfrentamientos internos. La falta de cohesión dio al traste con la posibilidad de construir un proyecto político a largo plazo. En el II Congreso organizado por la UCD, acaecido en febrero de 1981, la división era ya más que evidente. Adolfo Suarez no tardaría en crear un nuevo partido, el Centro Democrático Social (CDS) y distintos sectores democristianos y liberales iniciaron un progresivo acercamiento a Alianza Popular. La UCD obtuvo finalmente unos pésimos resultados en las elecciones generales de 1982, y al poco tiempo se disolvió definitivamente.
Alianza Popular (AP)
Alianza Popular fue fundada formalmente el 9 de octubre de 1976. Con el liderazgo de Manuel Fraga, y con la participación de altos cargos del franquismo, el partido pretendía convertirse en la referencia fundamental del centro-derecha en un futuro régimen electoral bipartidista. En palabras del propio Fraga: ¨Nuestro partido está abierto a todos los españoles no marxistas, no separatistas y no reaccionarios¨. Alianza Popular era por tanto un partido con clara vocación de gobierno. No obstante, errores en la percepción del sentir del electorado español, menos a la derecha de lo que ellos pensaban, y la aparición de la UCD, con vocación de hegemonizar también el centro-derecha, llevaron a la formación a unos muy malos resultados en las elecciones de 1977. Alianza Popular sólo obtuvo el 8,34% de los votos.
El partido no se empezó a recuperar hasta 1980, cuando el acercamiento a sectores centristas y el deterioro de la UCD hicieron poco a poco ganar fuerza a Alianza Popular. Ya en las elecciones de 1982, la formación, después de haber integrado a importantes sectores de la UCD, conseguiría situarse como la principal fuerza de oposición al Partido Socialista Obrero Español.
Partidos de ámbito regional
Con la muerte del dictador no sólo aparecieron partidos políticos que primaban las divisiones de clase, es decir, que competían en los campos de izquierda, centro y derecha, sino que también se constituyeron organizaciones que venían a representar la larga tensión existente en España en torno a la construcción territorial del estado. La ruptura entre el centro y la periferia era el principal vector de conflicto político en estos partidos.
En las elecciones de 1977 el Partido Nacionalista Vasco (PNV), con Juan de Ajuriaguerra, o Pacte Democràtic per Catalunya, con Jordi Pujol, obtuvieron buenos resultados. Los cuatro grandes partidos a nivel nacional no podían obviar a estas formaciones regionales de cara a la formulación del nuevo estado. En la Constitución de 1978 ya se recogía el carácter plurinacional y multilingüe del estado. Sin embargo, las distintas lealtades nacionales y la relación entre centro y periferia no estaban en absoluto resueltas. Con el paso de los años quedó claro que esta sería una cuestión de constante presencia en la realidad política española.
Tan solo unos años después de la muerte del dictador veríamos cómo el escenario se iba clarificando poco a poco. La multitud de organizaciones iniciales se disolvían o pasaban a engrosar estructuras de mayores partidos a nivel nacional. La base del juego electoral iba tomando forma. Sin embargo, un largo proceso de consolidación estaba aún por desarrollarse.
Una democracia de partidos
Los partidos, durante años prácticamente inexistentes en el país, se convirtieron en una de las señas de identidad más claras del nuevo sistema político nacional. Ungidos de un peso fundamental durante la Transición, eran claramente los actores principales de la nueva obra nacional. Tremendamente esclarecedor es el artículo 6 de la Constitución española, donde se define a los partidos como una expresión fundamental del pluralismo político y de la voluntad popular. Quedaba claro que sin partidos no podía existir una verdadera democracia. No obstante, el axioma no es tan sencillo, ya que estos mismos partidos desde los inicios del nuevo régimen democrático han sido atravesados por una serie de ejes comunes que han dado forma a un sistema de partidos concreto. Cuestiones como la formación de la estructura interna, la territorialización del partido o la competición electoral han contribuido a que todos ellos en mayor o menor medida presenten una serie de características comunes.
Por ejemplo, la creación de la organización de los grandes partidos citados en el punto anterior estuvo mediada en todos los casos por el contexto característico de la Transición española. La necesidad de toma de decisiones en un clima tan convulso condicionó desde un primer momento el desarrollo de organizaciones verticales y fuertemente jerarquizadas. El pluralismo, muchas veces tan demandado en la vida pública, no se veía reflejado en el interior de los partidos, donde no tardaron en surgir liderazgos muy fuertes que concentraban una gran capacidad de decisión. Poco importaban planteamientos más horizontales donde se pudiera consultar a la militancia. La normativa electoral con listas cerradas y bloqueadas no hizo más que reforzar esta tendencia a la oligarquización. Reforzando el poder de las cúpulas del partido sobre los candidatos presentados, sólo la lealtad a la dirección te aseguraba un buen puesto en la lista de las siguientes elecciones. Cuestiones tan relevantes hoy como el alejamiento de los partidos tradicionales de la ciudadanía, la falta de transparencia o la poca cultura democrática de sus miembros son consecuencia directa de aquellos primeros años.
Otra realidad a la que todos los partidos, con sus fallas, tuvieron que adaptarse fue la cuestión territorial. Esta era ya abordada en el artículo segundo la Constitución, donde se reconocía el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones del estado español. El texto, aunque ambiguo, daba pie a lo que posteriormente se ha llamado “estado de las autonomías”, creándose estructuras territoriales con instituciones de gobierno y una serie de competencias establecidas en diversas negociaciones. Los partidos políticos de ámbito nacional debían pues competir también en estos nuevos escenarios electorales, los cuales además presentaban una dificultad añadida. La facilidad de obtener primas a nivel autonómico dio pie a que se constituyeran gran cantidad de partidos de ámbito sub-estatal. Entidades como Coalición Canaria (CC) o La Chunta Aragonesista (CHA) se sumaban a un escenario ya ocupado por partidos nacionalistas y partidos de ámbito nacional. Dentro del país surgían diferentes sistemas electorales, desde comunidades claramente bipartidistas hasta otras con sistemas de más de cinco partidos estables. La anteriormente comentada estructura de élites también se extendía por el territorio nacional. Se establecía así una especie de estructura piramidal en la que por debajo del cerrado núcleo de dirección nacional se encontraban otros diversos grupos de poder concentrado a nivel autonómico y provincial.
Por último, también es necesario resaltar que todos los partidos tuvieron que adaptarse a la competición electoral continuada, es decir, a la necesidad constante de obtener el mayor rédito electoral posible. En ese escenario y bajo el convencimiento de la moderación ideológica o tendencia al centro de la sociedad española, estos rechazan cada vez más declaraciones que pudieran alejar a grandes espectros electorales del partido. El ideal ha sido buscar un mensaje que pudiera ser común a todas las clases socio-económicas. En un tablero de competición electoral distribuido entre posiciones de izquierda y derecha, lograban mejores resultados aquellos que lograban ubicar su imagen en un lugar cercano al centro. Para ello primaba más la agregación de diversas demandas que se pudieran considerar de amplia aceptación social y la figura del líder o candidato; una personalidad fuerte con buenas capacidades comunicativas era el ideal de los partidos. Vote a Felipe González antes que al Partido Socialista Obrero Español (PSOE). El desarrollo del marketing político y de una estructura capaz de responder a las cada vez más costosas campañas electorales ha sido una tarea fundamental para todas las organizaciones. La aparición y buena imagen en los medios de masas se vuelve más útil que una gran actividad militante, situación que en muchas ocasiones ha tendido a marginar a la sociedad civil de la participación de las estructuras políticas.
Distintos partidos, distinta época, mismo mensaje
La consolidación democrática
Tras las elecciones de 1982 podemos hablar ya sin tapujos de España como una democracia consolidada. Y es que en ellas se produce de manera efectiva un cambio de gobierno regido ya totalmente por la norma democrática. Además, en estos mismos comicios, se dio un drástico realineamiento del voto. El partido de gobierno, la Unión de Centro Democrática, sufrió una catástrofe electoral sin paliativos pasando del 35% al 7% de los votos. Los centristas quedaban reducidos a una docena de escaños en las cortes y UCD finalmente seria disuelta el 13 de febrero de 1983. El otro gran perdedor de estas elecciones fue sin lugar a dudas el Partido Comunista de España (PCE), el cual vio como desaparecía más del 80% de su representación parlamentaria. Santiago Carrillo, el secretario general de la organización, dimitió tras los nefastos resultados.
Pero no sólo por grandes derrotas se caracterizó la convocatoria de 1982. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Alianza Popular (AP) consiguieron en estas elecciones grandes resultados. Por un lado AP, con muchas personalidades integradas desde UCD, lograba convertirse en el principal partido del centro-derecha española. Con un 26,36% del voto pasaba a liderar la oposición al gobierno, aunque aún muy lejos de poder considerarse como una alternativa clara al mismo. Al otro lado del espectro, el PSOE obtuvo el 48,11% del voto, lo cual hizo que se alzara definitivamente con el dominio del centro-izquierda y una clara mayoría absoluta en las Cortes.
Las elecciones también vinieron a confirmar la importancia del eje territorial en la política española. Partidos de corte nacionalista como el Partido Nacionalista Vasco (PNV), Convergència i Unió (CIU) o Herri Batasuna (HB) obtuvieron buenos resultados que les ayudaron a estabilizarse de manera definitiva en el sistema de partidos, consiguiendo además en estos años una muy importante presencia en sus respectivas Comunidades Autónomas.
Durante los siguientes años el PSOE continúo hegemonizando de una manera clara la política española, con una buena implantación territorial y continuando con la línea de moderación ideológica iniciada desde la Transición. El partido se marcó grandes retos como concluir el proceso autonómico, el desarrollo de un estado social en la línea de los demás países de Europa occidental o normalizar de una manera definitiva la posición internacional del país, aún lastrada en algunos aspectos por la larga dictadura.
Sin embargo, ni el gran poder que concentraba el partido durante aquellos años logró contener algunas protestas en su contra. Muy recordado es aún el cambio de posición del PSOE respecto a la OTAN, el cual pasó de hacer campaña en favor de la salida de España de la organización internacional a defender la permanencia española en la misma. Finalmente se celebró un referéndum en 1986, y aunque el gobierno socialista consiguió el objetivo de la permanencia, este fue el inicio de la construcción de una nueva alternativa de izquierdas que pretendía competirle este electorado al PSOE. El Partido Comunista, tratando de aprovechar la movilización anti-OTAN, logró constituir una coalición electoral bajo las siglas de Izquierda Unida (IU). El propósito era claro, la necesidad de ampliar la base electoral de los comunistas que habían sido relevados a una posición marginal del tablero político. Bajo el liderazgo de Gerardo Iglesias, Izquierda Unida comenzó su desarrollo e implantación a nivel nacional, obteniendo buenos resultados electorales en las convocatorias electorales de 1987 y 1989.
Cartel de Izquierda Unida para las elecciones de 1986
Por otro lado, Alianza Popular, el principal partido de oposición a nivel nacional al gobierno, tampoco estuvo de brazos cruzados durante estos años. Tras obtener en las elecciones de 1986 unos resultados muy parecidos a los de 1982, es decir, a gran distancia de los socialistas, algunos empezaron a plantearse dentro del partido el liderazgo del hasta ahora incuestionable Manuel Fraga, el cual dimitiría sólo un año más tarde.
Dos corrientes se presentaron entonces para dirigir el partido. La primera, bajo el liderazgo de Miguel Herrero, proveniente de la extinta UCD y portavoz en el Congreso de AP. La segunda, de la mano del joven Antonio Hernández Mancha, proveniente de la sección territorial andaluza del partido e integrado desde el inicio de su carrera política en AP. Fue finalmente esta segunda candidatura la vencedora por la sucesión, aunque Hernández Mancha no logró asentar su liderazgo. La derecha española finalmente tuvo que ver cómo el veterano Manuel Fraga volvía a hacerse cargo de los populares para controlar ahora de una manera más directa su sucesión. En 1989 el partido asumía un proceso de refundación, integrando nuevos líderes y cambiando su nombre al de Partido Popular (PP). El candidato para las elecciones generales de ese año sería el presidente de la comunidad de Castilla y León, José María Aznar.
Fotografía de Manuel Fraga y José María Aznar durante el proceso de refundación del año 1989
Las elecciones de 1989, aunque ampliamente ganadas por tercera vez consecutiva por los socialistas (un 39,60% del voto), supusieron el inicio de una nueva etapa. Los problemas de corrupción y liderazgo eran cada vez más evidentes en el PSOE, los cuales además observaban ahora como tanto a la derecha como a la izquierda del tablero sus rivales ganaban peso político.
En los primeros noventa, el agotamiento del PSOE tras casi 10 años de gobierno era más que evidente. La competencia electoral que hasta entonces se había presentado siempre favorable al partido daba ya claras indicaciones de cambio. La actitud de los españoles hacia la capacidad de gestión del gobierno era cada vez más crítica y en nada ayudaban los datos macroeconómicos de estos años.
En las elecciones de 1993 el PSOE obtenía de nuevo la victoria, aunque esta vez lejos de la mayoría absoluta y ante un Partido Popular muy reforzado. Durante la cuarta legislatura de Felipe González el gobierno en minoría tendría la necesidad de buscar apoyos en distintas fuerzas nacionalistas como el PNV o CIU. Por otro lado, el PP había concluido ya con éxito su proceso de refundación, absorbiendo a pequeños partidos regionales del centro-derecha, con la idea de ocupar de manera definitiva el espacio electoral que ya hacía años la UCD había dejado libre. Y aunque no consiguió finalmente ganar estas elecciones generales, la fuerte oposición al gobierno logró que un año más tarde el partido se colocara ya como primera fuerza en las elecciones europeas.
Izquierda Unida, a pesar de venir mejorando sustancialmente sus resultados electorales, se encontraba inmersa en una grave crisis interna. Muchos en el partido demandaban una reducción del peso político del PCE en la organización, constituyendo IU un partido unificado. Julio Anguita y Nicolás Sartorius eras las dos voces de distintos proyectos, y aunque al término del III asamblea de IU Anguita salió vencedor, muchas de las demandas de sus rivales fueron incorporadas. Un Anguita ya consolidado inició una fuerte crítica al Partido Socialista y su acción de gobierno, obteniendo buenos resultados en las elecciones generales de 1993 y 1996.
Sería precisamente en las elecciones generales de 1996 cuando por fin, tras 14 años en el gobierno de la nación, los socialistas perdían la mayoría en las Cortes. Con un 38,79% del voto y 156 escaños, el Partido Popular se convertía en la fuerza más votada, aunque al no alcanzar la mayoría absoluta el nuevo gobierno también se vio obligado a alcanzar pactos con fuerzas de índole nacionalista y regionalista como Coalición Canaria, el Partido Nacionalista Vasco o Convergència i Unió.
El dominio hegemónico de los socialistas había concluido. Los electores confiaban tras un largo periodo en otra organización para el gobierno de la nación. Se iniciaba en este punto un nuevo periodo de la historia política española donde dos partidos competían ahora cara a cara por el triunfo electoral. El hoy tan denostado bipartidismo cobraría fuerza durante los años siguientes, aunque esta dinámica será analizada en la segunda parte de este artículo.