Yo soy de los que piensan que todavía quedan plazas libres en el paraíso, pero también pienso que en el paraíso debe llover sobre mojado a menudo. Por eso, cualquier reforma que se acometa antes del juicio final, seguramente hará nuestra vida eterna algo más duradera.
Y ésta es la razón por la que escribo con asiduidad sobre nuestro sistema de pensiones. Ya saben, el basado en un concepto de ‘reparto’. Entendiendo por reparto no lo que usted se imagina, sino todo lo contrario.
Se lo explico. Para los ideólogos del sistema de pensiones español, reunidos en el Pacto de Toledo hace 15 años, ‘reparto’ significa que, en cada momento, las pensiones de los jubilados se financian con las aportaciones de los empleados.
Antes de seguir, un pequeño matiz. Casi el 93% de esas aportaciones las sufragan las empresas con sus cuentas de resultados. Es decir, lo ingresan en las arcas publicas por cuenta del empleado. Obligados, sí. Y sin que usted se entere, sí. Pero ese dinero es tan salario del empleado como el resto de su indescifrable nómina.
Lo digo porque, si alguna vez le preguntan que cuánto gana, y si a usted le gusta responder preguntas impertinentes, además de sumar al importe neto que recibe en su cuenta corriente cada mes, las retenciones en concepto de IRPF y el pequeño porcentaje que le descuentan en concepto de seguridad social, deberá añadir un 25% más que el empresario ha de aportar por su cuenta para atender las pensiones de otros. No la suya.
Le resumo lo dicho. La noticia buena es que le acabo de subir el sueldo. La mala es que ese dinero no es para usted, y puede que nunca lo llegue a ser.
Volviendo al tema. Las pensiones públicas, basadas en sistemas de reparto, están mostrando su inviabilidad en todos los países donde funcionan. Y es lógico. Si cada vez vivimos más y si cada vez nacemos menos, llegará un momento en que haya más gente mirando obras y jugando a la brisca o al dominó, que cotizando.
Y, a más a más, añadan al caso español ciertos agravantes pues, durante varios años, nuestra elevada tasa de paro y la debilidad de la economía, ahogará aún más el sistema.
Como a mi me seducen las explicaciones razonables, intentaré explicar el sinsentido del sistema de reparto trasladándolo al mundo real.
Veamos. ¿Cuánto cree usted que le costaría contratar un seguro que diera lugar a una renta vitalicia, mensual y constante, revalorizable anualmente en función del IPC, una vez alcanzada la edad de 65 años?
Supongo que alguien encorbatado le preguntaría, cuestionario en mano, algunas cosas. Por ejemplo, su edad actual, su sexo, la cuantía que va a aportar mensualmente hasta cumplir los 65 años, y los posibles incrementos anuales de sus aportaciones. Y, creo, que todos lo veríamos como algo normal. Lógico. Racional. Razonado.
Y supongo que usted formularía, a su vez, algunas preguntas a su agente o corredor de seguros. Por ejemplo, que cuál es el importe inicial de la renta a percibir, la rentabilidad asegurada o prevista para sus aportaciones, la posibilidad de rescatar de golpe todo lo aportado en determinados casos, la fiscalidad de los beneficios, o el destino de lo aportado en caso de fallecimiento.
Incluso, previamente, se enteraría, a través de algún familiar o conocido, de la solvencia de la aseguradora.
(Continuará)