Revista Libros
James Purdy fue uno de esos escritores malditos cuyas obras incomodaron a la sociedad bienpensante de los Estados Unidos. Murió hace poco, en 2009, y Escalera nos brinda la oportunidad de leer una de sus novelas más célebres: El sobrino. El hombre del título es Cliff, desaparecido en combate en Corea, que nunca sale directamente en la narración y del que sólo sabremos lo que cuentan los demás. El propósito de su tía, Alma, es recopilar datos sobre él en el pueblo, pues se ha dado cuenta de que no lo conoce tanto como debiera. Así, ese homenaje por escrito se convierte en una pesquisa entre marujil y detectivesca: Alma investiga, lo cual a menudo supone tomar el té con otras señoras o interrogar a quienes le darán respuestas oscuras sobre el pasado de su sobrino. Es una novela en la que abundan los diálogos, para los que Purdy demuestra un talento fuera de toda duda:
La señora Barrington se detuvo en el camino del jardín.
-Verdaderamente, creo que le debo una disculpa –Alma caminó hasta ella–. Hemos sido amigas demasiado tiempo para hablarnos así. Demasiado tiempo.
-Me temo que está usted demasiado acostumbrada a decirle a Boyd todo lo que se le pasa por la cabeza como para recordar que otras personas pueden no estar demasiado acostumbradas a su falta de tacto –la señora Barrington lanzó a Alma una sonrisa gélida pero no del todo desagradable–. La franqueza es una cosa en nuestra casa y otra muy distinta en casa ajena.
-Estoy de acuerdo –Alma pudo oír su propia y débil disculpa.
-Me temo, querida mía, que no basta con que esté de acuerdo. Ha dicho usted cosas muy crueles, ¿sabe? Ha hecho daño a la gente una y otra vez. Y sigue haciéndolo.
[Traducción de Juan Martín Pinilla]