Revista Opinión

El socialismo del siglo XXI

Publicado el 15 abril 2013 por Romanas


El socialismo del siglo XXI Lo primero que me gustaría es evitar ese estéril debate interno sobre la cuestión de ese jodido nombre: el socialismo.  Lo digo porque mis amigos sienten una alergia absolutamente justificada con la puñetera palabra.  Pero, científicamente, no es así, no debe de ser así.  En una amplísima rúbrica etimológica teorías tales como el marxismo, el comunismo, el socialismo en sentido estricto, el anarquismo e incluso el nihilismo no son sino subdivisiones científicas del genérico socialismo.  Soy perfectamente consciente que plantearse aquí, en los estrechos márgenes que permite un blog, un tema de semejante categoría no es una temeridad sino algo mucho peor aún, una locura, pero es que yo estoy loco, loco de atar y todo lo que hago por aquí lo 1º que pretende es calmar de alguna manera mis ataques de locura.  Socialismo, como opuesto al capitalismo, éste es realmente el auténtico dilema. Socialismo versus capitalismo.  En un principio era el Verbo, capitalismo, liberalismo, neoliberalismo, y reinaba de tal modo entre nosotros que no hubo más remedio que intentar limitar su tiranía y un oscuro personaje que vivió toda su vida en la pobreza tuvo la osadía de intentar desenmascararlo y vencerlo.  El problema es que este oscuro personaje además de hacer la crítica científica de una ideología absolutamente criminal que santificaba que los niños, las mujeres y los viejos murieran de hambre y miseria en sus puestos de trabajo mientras sus patronos se hacía multimillonarios con el producto de su titánico esfuerzo, no sólo se atrevió a criticar algo tan evidente sino que dio un paso más y creó toda una teoría para intentar explicar esta situación, el marxismo, que, después encarnó en una teoría esencialmente política que se llamó comunismo.  Pero el comunismo se sitúa en un extremo del arco político, oponiéndose radicalmente al liberalismo puro y duro, pero entre una y otra concepción de la política se han instalado multitud de concepciones de la misma que van desde el anarquismo hasta el liberalismo más exacerbado que es precisamente el que ahora “disfrutamos”.  Pero, volviendo al tema, si podemos, que no es fácil, el socialismo englobaría a todos aquellas concepciones políticas que se oponen al capitalismo liberal sustentando la irrenunciable exigencia de que la participación de los obreros en los beneficios de las empresas no sea una liberalidad del empresario sino una exigencia de justicia y que, en virtud de ésta, de la justicia distributiva, además del salario, base elemental del precio del trabajo en el mercado laboral, el trabajador acceda también proporcionalmente no sólo a los beneficios directos de la empresa sino también y, lo que es absolutamente diferenciador de esta ideología, a una serie de beneficios sociales que van desde la sanidad a la enseñanza gratuitas a una justa exigencia de los derechos al descanso y a la jubilación. En la ciencia política, se otorgó a esta teoría el eufemístico nombre de “Estado del bienestar” cuando lo máximo que ha logrado, en sus momentos de mayor auge, han sido unos mínimos indispensables desde el punto de vista de la decencia política.  Y todo esto se logró por el miedo que a la plutocracia mundial infundió precisamente la propagación como un reguero de pólvora de las ideas marxistas. Los dueños del capital pensaron que tal vez fuera bueno darle a las masas hambrientas, que rodeaban su mesa, unas migajas de su opulento banquete no fuera que, espoleadas por las ideas de ese loco judío alemán, asaltaran sus mansiones repletas de incalculables riquezas, algo así como una especie de seguro frente a las inminentes revoluciones que aquel jodido grito presagiaba: trabajadores, o proletarios, de todos los países, uníos.  Socialista, pues, puede llamarse toda teoría política que exija un replanteamiento no sólo del Estado sino también de la sociedad, en la que tiendan a igualarse las rentas del capital y del trabajo de tal manera que no se produzca el hundimiento de la producción pero tampoco la explotación inicua de las clases trabajadoras por el capital.  El problema reside en averiguar cómo se le pone el cascabel al gato, o sea cómo se estructuran la Sociedad y el Estado de manera que se concilien los intereses del capital con los generales de la población de tal modo que se produzca una conjunción que haga realmente posible el mayor desarrollo de la producción nacional con la consecución de una paz social justa y duradera.  Renuncio de antemano a un intento que fuera plausible de hacer la historia de la evolución de lo que podríamos llamar las teorías socialistas desde la comuna de París a los kibuzts de Israel pasando por diversos tipos de economías cooperativistas y desechando, en principio, las concreciones históricas comunistas, por entender que éstas exceden el tema ya que el socialismo no es, por finalidad, tendencia y conformación científica, sino un intento que tiene por finalidad esencial precisamente evitar el Estado comunista.  Y, después de este larguísimo pero, a mi juicio, inevitable prólogo, trataré de entrar en materia.  Ha habido, hay y habrán socialismos para todos los gustos que van desde el inefable de Zp al esencialmente mentiroso de Felipe González, pasando por la tercera vía del canallesco Tony Blair, hasta llegar ahora a ése que muestra toda su pujanza en los países de integran el ALBA.  Los países suramericanos, que saben más que ningunos otros de la explotación capitalista por parte de su imperialista e implacable  vecino, han emprendido una nueva vía hacia la justicia distributiva  que pasa, porque no tiene otro remedio, por aceptar esas reglas de juego tramposas que constituyen la máscara de una democracia más falsa que Judas, las elecciones legislativas, para así acceder a un poder que de otro modo sería inalcanzable y desde él, y mediante las leyes que le permiten sus mayorías, ir debelando pieza a pieza el siniestro armazón de unos Estados creados bajo la directa vigilancia del Imperio hegemón.  Pero deben de tener muy claro que, una vez alcanzado el poder, la única manera de conservarlo, para proseguir ésta que se ha dado en llamar "la revolución desde arriba", es ejercer toda la actividad política bajo el prisma de la popularización total de la enseñanza a fin de que el pueblo tenga siempre la cultura suficiente para no dejarse embaucar por los llamados falsimedios que tratarán siempre de beneficiar a aquellos candidatos promovidos por los capitalistas que son sus dueños. Y, sobre todo, hacer la redistribución de la riqueza nacional de una manera tan honesta que resulte incontrovertible su propósito de favorecer al pueblo llano, lo que, si se hace bien, asegurará para siempre el voto de los ciudadanos.


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