Revista Cine

El Sol (o, sinfonía de un dictador)

Publicado el 17 junio 2010 por Crowley

El Sol (o, sinfonía de un dictador)
"Yo no hice films sobre los dictadores, sino sobre tres hombres que mostraron una personalidad excepcional respecto a todos aquellos que los rodeaban. Eso los hacía aparecer como las personas con el mayor poder de decisión. Pero, más que sus condiciones excepcionales, y las circunstancias que vivieron, sus acciones fueron influidas por la fragilidad humana y la pasión. Las cualidades humanas y el carácter son más importantes que cualquier circunstancia histórica" Sokurov
  
Alekasndr Sokurov es, para mi y junto a Aleksei Balabanov, uno de los directores rusos más interesantes de la época actual. Su cine es como un espejismo desalentador, como una ensoñación dolorosa, como el recuerdo del pequeño pueblecito siberiano en el que nació, Podorvikha, y que desapareció bajo las aguas muchos años atrás. Su pasión por creadores tan ilustres como Dostoyevski, Gogol o Chéjov, así como por la música (Wagner, Scarlatti) y la pintura del siglo XIX, quedará tan marcado en su carácter, que serán de gran influencia a lo largo de los años y de su obra.
Esa pasión por la música, que escuchaba de pequeño en un viejo aparato de radio, con distorsiones y ese ruido de fondo, explicaría perfectamente el matiz sonoro que habita en sus películas, que tienen un componente metálico, como con interferencias, como si la música se oxidase al contacto con el aire y ese sonido de oxidación quedara impregnado en la partitura. Y la devoción por la pintura esta presente en cada fotograma, en ese sello distintivo que es su imagen, con esos filtros, esas distorsiones y esas saturaciones de color.
El Sol (o, sinfonía de un dictador) Su cine, en el que se mezlca la historia ficcional con la real, tiende siempre a presentar un aire pseudo-documental muy interesante, explorando siempre las formas y los contenidos, convirtiendo los guiones en piruetas ensayísticas con toques melancólicos.
Convertido en uno de los directores fundamentales de nuestro tiempo, decide llevar a cabo una comleja y arriesgada tilogía sobre el poder, sobre los dictadores más influyentes de nuestro tiempo. Este tríptico lo componen los largometrajes "Moloch" (sobre Adolf Hitler y sus ensoñaciones imposibles), "Taurus" (sobre Lenin y su senectud en la que aún cree que gobierna) y el que nos ocupa, "El sol" (sobre la figura de Hiro-Hito).
Los que estén familiarizados con las teorías de Michel Foucault, verán que esta trilogía tiene mucho que ver con sus estudios sobre poder e insurrección de los saberes.
Poder viene del latín (possum / potes / potui) y su definición es "ser capaz, imponerse, tener fuerza para algo"; es decir, estar capacitado para lograr dominaer o poseer algo en concreto, o bien para el desarrollo moral, científico o, como en el caso que nos ocupa, político.
"...la política es la continuación de la guerra, es la prórroga del desequilibrio de las fuerzas manifestado en la guerra", nos dice Foucault, y es que para muchos pensadores, la política es una forma silenciosa de continuar una guerra con métodos aceptables por la sociedad, a pesar de que ese velo de silencio no nos deje ver las desigualdades sociales y económicas. Pero el poder no es inherente a las clases dominantes, sino a las que tienen la estrategia como bandera. Esto vendría a decir, según Foucault nuevamente, que el poder no se posee, sino que se ejerce. Y esto es así. El poder y la represión están presentes en todas las facetas de nuestra vida y la aceptamos sin tan siquiera cuestionarla.
El Sol (o, sinfonía de un dictador)
Ante el ataque por parte de Estados Unidos a las ciudades de Hiroshima o Nagasaki con bombas atómicas, Japón decide rendirse de forma incondicional. "He reflexionado seriamente sobre la situación que impera en nuestra patria y en el extranjero y he llegado a la conclusión de que continuar con la guerra solo puede significar la destrucción de la nación y la prolongación del baño de sangre y la crueldad en el mundo. No puedo soportar ver sufrir más a mi pueblo inocente.", con estas palabras, el emperador Hiro-Hito informó por radio a su nación la decisión tomada. Lo que se nos narra en este film, los hechos que en él acontecen, corresponden al período comprendido entre agosto de 1945 y enero de 1946 en la vida de Hiro-Hito (interpretado con brillantez por Issei Ogata). El emperador era considerado un dios viviente por su pueblo. Un dios por el que sacrificarse y por el que matar al enemigo. Este Hiro-Hito no es el mismo que nos encontramos en los libros de historia. Aquí no se muestra ante nosotros como el criminal y sanguinario líder obligado a la rendición, no. El retrato que Sokurov nos brinda de él nada tiene que ver con el de un dios, todo lo contrario, nos encontramos con un hombre de lo más terrenal, abatido y superado por las circunstancias, errabundo y dubitativo, tierno e inteligente, siempre pensando para sí y mascullando entre dientes como hacen los ancianos. En definitiva, el retrato de un hombre derrotado y con sentimientos, porque si algo diferencia a este film de los otros dos que Sokurov ha realizado sobre dictadores, es que en este el protagonista es capaz de superar la adversidad, es capaz de ver la luz gracias a su apertura de mente a la hora de escuchar a otros y de aceptar la realidad.Hiro-Hito dista mucho de ser deslumbrante como el sol del título y tardará más en volver a ver la esperanzadora luz de un nuevo día. Para él, refugiado en los túneles de palacio y lejos de las explosiones que están destruyendo Tokio, la única luz del sol que puede ver es la del ocaso de sus días y la incolora que emana de las lámparas que tiene alrededor. Allí, en su soledad, se encontrará a sí mismo y dará rienda suelta a lo que de verdad le apasiona. La familia y la biología. Renuncia a su condición de deidad para abrazar la condición de humano.Es este factor concretamente, el de humanizar lo inhumanizable, lo que muchos le han echado en cara a Sokurov, que aquí huye de las atrocidades cometidas por Hiro-Hito (y en su nombre) como la masacre de Nanjing en 1937, en la que unos 300.000 prisioneros chinos fueron asesinados por el ejército japonés. Pero no hemos de olvidar que estamos ante una película y no un documental y lo que vemos no tiene por qué ser lo que de verdad ocurrió. Y es que al igual que Tarantino con sus "Inglorious Basterds", Sokurov hace con Hiro-Hito un ejercicio de metahistoria. Según palabras de Tatiana Akindinova, "Los films de Sokurov son obras de ficción, y aunque estén basados en un escrupuloso estudio de material documental, una reproducción meticulosa de la apariencia de personajes históricos y del medio en que se desenvolvían, de modo tal que constituyen un acercamiento fidedigno al cine documental, ellas mismas presentan, ciertamente como algo original de todo punto, interpretaciones creativas de sucesos fatídicos en la historia rusa y alemana. Hitler y Lenin son aquí retratos artísticos; extraer una tras otra correlaciones con respecto a las personas reales a las que representan, no tiene mayor justificación que la de comprobar una imagen pintada con respecto a una fotografía."Y es que el aspecto histórico de la película, es lo que menos nos interesa, dicho sea de paso. Lo que nos interesa es el hombre que hay tras ella.
Hay momentos deslumbrantes y por los que ya merece la pena ver la operística película. La interpretación de Ogata es magistral, máxime teniendo en cuenta que hasta entonces sólo había ejercido de cómico y que se convierte aquí en el dramático "fantasma" de una persona poderosa. Brillante es también la pesadilla que Hiro-hito tiene de Hiroshima, con esa imagen de los peces volando sobre el fuego, o la impotencia que demuestra el personaje del ministro de Guerra Korechika Anami, tenso, incrédulo, con el sudor recorriendo su frente y cuyo inconformismo le llevará al suicidio; o, por ejemplo, alabar ese final, inesperado y atronador como un trueno que convierte a esta pieza fímica en una obra de arte sin discusión alguna posible y que hace juego con ese color sepia-amarronado como de fotografía antigüa que tiñe cada escena.Y qué decir de la música, desalentadora, multicapa, que acompaña las imágenes y que tan brillantemente han compuesto Sergei Moshkov y Andrei Sigle con pinceladas de Bach y de Wagner ("La caída de los dioses" no podía faltar aquí). Y esa forma de jugar con los sonidos es poco menos que genial, como cuando vemos a Hiro-hito hablar y comprobamos que sus labios se mueven desacompasados, desincronizados con el sonido, lo cual le da al emperador un aura de deidad aún más notable, como si no fuese de este planeta.  Si todavía no la han visto, háganse un favor y véanla lo antes posible, porque esta película que se queda retenida en el tiempo, con ese aire denso y enrarecido en el ambiente (y en el sonido), esa ausencia de luz en el color, es una de las mayores obras maestras de este milenio e las que veremos como una persona, un "lider" nacional, un dictador, tiene que enfrentarse a su propia historia y asumir tanto los acontecimientos que le vienen como sus consecuencias.   “El emperador japonés es un símbolo de un final constructivo, o para ser más precisos, no de un final sino de una continuación, la de la vida. No parecía un dios de la guerra sediento de sangre. Por el contrario, Hiroito prefirió salvar vidas humanas antes que el orgullo nacional. Ese fue su legado y el de aquellos políticos norteamericanos que pudieron comprender y apreciar su posición.” Sokurov

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