Revista Cultura y Ocio
¿Imaginas que 30 años después de la 2ª Guerra Mundial hay quienes siguieron atrincherados ajenos al final del conflicto? Pues así es. Hay numerosos ejemplos de soldados, pero sin duda el más destacado es el del soldado perteneciente al Ejército Imperial Japonés, que no se rindió hasta 1974.
El soldado en cuestión es el japonés Hiroo Onoda, que tristemente falleció este año. El teniente Onoda se encontraba en las Filipinas (en la isla de Lubang) junto a dos subalternos que murieron durante las actividades que desarrollaban, pues nunca creyeron que la guerra hubiera terminado y menos aún ¡qué Japón se hubiera rendido! Había sido enviado a la isla para desarrollar actividades de guerrilla y saboteo contra instalaciones y contingentes norteamericanos, bajo la orden imperante de no rendirse de ninguna manera hasta la llegada de refuerzos.
Las fuerzas estadounidenses y de la Commonwealth desembarcaron, tomando las Islas Filipinas, quedando Onoda aislado e incapacitado para establecer cualquier contacto con el exterior. A pesar de que una vez terminada la guerra se lanzaron panfletos sobre las islas para incitar a rendirse a aquellos que pudieran permanecer en armas, Onoda y sus dos soldados desestimaron su autenticidad, convencidos de que la guerra continuaba. En 1959 se le dio por muerto, llegando a enviarse grupos en su búsqueda sin éxito, abandonando la esperanza de encontrarlo.
En 1974 un estudiante japonés llamado Norio Suzuki abandonó la universidad para viajar y buscar curiosidades personales, topándose con Onoda, con el cual hizo amistad pero siguió sin creer que la guerra terminase pues confundía a la policía filipina con espías enemigos. El propio teniente tenía en su poder la orden del emperador Hirohito para que los soldados japoneses se rindieran ante las tropas aliadas, pero Onoda siguió anteponiendo las órdenes que recibió: no rendirse.Solo lo haría bajo el mandato directo de su superior, Yoshimi Taniguchi, que ahora regentaba una librería.
Su antiguo superior tuvo que desplazarse hasta la isla, donde liberó de las órdenes a Onoda, que entregó su espada y arma (un fusil Arisaka 99) junto a 500 cartuchos y granadas de mano. Había abatido a un total de 30 filipinos, civiles y policías, por lo que necesitó de un indulto debido a las circunstancias.
Tenía 52 años de edad, y aún le quedaba tiempo para reincorporarse a la difícil vida civil tras una guerra. Moría a inicios de 2014, con 91 años, habiendo conseguido rehacer su vida.
Onoda no ha sido el único soldado japonés en vivir una experiencia parecida, pues hay otras historias como la de Shoichi Yokoi en la selva de Guam o la de Teruo Nakamura en la isla de Morotai (Indonesia) siendo este el último soldado en rendirse tras la 2ª Guerra Mundial (7 meses después de Onoda).
Todas estas historias ponen de relieve la actitud del ejército japonés, el cual no entendía que era la rendición y que en el conflicto que asoló a la humanidad no entendían que era hacer prisioneros, pues era caer en la vergüenza.
Quién sabe si a día de hoy continúan escondidos en lugares recónditos, algún que otro soldado que perdió el contacto con su unidad, quedando aislado de sus mandos y del mundo.
Carlos Albalate Sánchez