Me piden que, con motivo del aniversario del fallecimiento de Ernst Jünger (1895-1998), a cuya magna obra tantos años de estudio he dedicado, escriba algo sobre él. Si mi tiempo lo permite escribiré sobre el Solitario, porque Jünger fue, desde luego, un Solitario. En un tiempo como el nuestro en el que cada vez hay más que viven-conectados-unos-a-otros, como construcciones intersubjetivas en las que importa más el inter que la subjetividad, hablar sobre el Solitario podrá resultar extraño, o, cuando menos, ajeno. Y eso a pesar de que un abanico de importantes escritores, como Peter Handke, autor de Ensayo sobre el Lugar Silencioso, o el japonés Seicho Matsumoto, ya lo han hecho, y de qué manera.
Hablaré sobre el impulso thanático que también nos pertenece, aunque no lo queramos ver, ni quieren que lo veamos. Mucho se ha pensado sobre el eros y sus formas, como las polis y las teorías políticas, el arte o las tipologías sociales, pero, en relación con ello, apenas se ha reparado en la importancia del thánatos y sus fines. Hablaré sobre la soledad como fuente de aprovechamiento, diferente del que es susceptible de medida y agotamiento. Hablaré del Bosque Aokigahara, de la práctica Ubasute, de Islandia y la emboscadura como castigo; del Bosque de Bartleby y del sentido del preferiría no hacerlo; del soto de Glásir, del Hechizo del Reloj y del Anarca de Eumeswil.
Pero todo ello, si mi tiempo lo permite.