Revista Diario
Como era de esperar la noche ha sido movidita, ¡¡puff qué sueño tengo!!. Se quedó dormido con un buen chute de paracetamol y la fiebre bajó en seguida, no era mucha y se controló perfectamente.
Cada poco he estado yendo a su cuarto, termómetro en ristre, pero nada, no tenía ni décimas siquiera. Eso sí, muy revuelto, mucho movimiento, llamándome en sueños. Era evidente que estaba intranquilo, que algo pasaba.
A eso de las 5 de la mañana (qué buena hora ¿eh?) me llama despierto:
- mamá ven conmigo
- voy cariño (me meto en su estupenda camita de.... 90 cm)
- mami me duele el oído
¡¡Bingo!!, ahí está el problema. Estaba sin fiebre, pero ya teníamos un foco de dolor, además de la dichosa garganta. Le he dado un poco de ibuprofeno y ha conseguido quedarse dormido, no sin antes dar veinte mil vueltas, sobarme el pelo y ponérmelo al estilo Aretha Franklin en sus mejores momentos.
Ni que decir tiene que no ha ido al colegio. Se ha levantado como se acostó anoche, pesado, llorando, irascible. No se encuentra bien, salta a la mínima. Así que, ¿para qué llevarle?. Está a punto de tener fiebre, ha dormido fatal y tiene una posible infección de oído. En un ratito me le llevo al pediatra, otra vez. Con alfombra roja me van a recibir a este paso.
Creo que tengo por delante un duro día.