Revista Comunicación
En la lista de los osados inolvidables de la Revolución en el Río de la Plata no podía faltar el estadounidense Samuel William Taber, quien lejos de aprovechar la condición acomodada de su familia neoyorquina, resolvió que haría fortuna por su cuenta y se instaló en Europa para dedicarse al comercio. Pero, además, tenía dotes de inventor y cuando arribó a Montevideo en diciembre de 1810 -tenía 30 años- traía en su equipaje ciertos planos que prefirió no dar a conocer.
Las noticias de la revolución porteña lo entusiasmaron y por ese motivo viajó a Buenos Aires con un objetivo preciso: aportar su invento a la causa de los patriotas. Obtuvo una entrevista con integrantes de la Junta Grande. Allí sí desplegó los planos de su invento: nada menos que un submarino que se ofrecía construir con el fin de atacar a la flota enemiga.
(…)
¿Cómo era el submarino de Taber? De madera, con la forma del caparazón de una tortuga, de ocho a diez metros de eslora y con espacio para varios tripulantes. Según el diseño, en el exterior de la proa del submarino había un taladro que se accionaba desde el interior. Su plan era perforar el casco de los barcos enemigos y por allí colocarles explosivos.
Los encargados de analizar el proyecto fueron Cornelio Saavedra y Miguel de Azcuénaga. Como el gran talón de Aquiles era la enorme disparidad de fuerzas en las aguas y las velas enemigas asomaban en el horizonte, los comisionados aprobaron el plan y Taber inició la ejecución de la tortuga marina. Con la ayuda de criados, se abocó a la construcción de las partes de la nave que, en el tramo final, serían ensambladas. Esto a su vez permitía mantener el secreto: nadie que no estuviera al tanto podría determinar qué aparato estaba creando el estadounidense. ¿Quién lo financiaba? Él mismo, ya que no aceptó dinero que le ofreció el gobierno. Avanzaban los trabajos de carpintería, pero se perdió el objetivo debido a que los barcos realistas dejaron de merodear la costa bonaerense y se retiraron a la Banda Oriental luego de derrotar a la flota que dirigía Azopardo.
Sin embargo, Taber seguía sosteniendo que su submarino sería útil. Viajó a Montevideo a estudiar el puerto enemigo, la disposición de los barcos y pensar en la estrategia, una vez que llegara a esas aguas con el sumergible de su invención. Tomó contacto con los espías que actuaban en la Banda Oriental, quienes le presentaron a Ángel Monasterio, futuro ingeniero militar de las filas patriotas.
Taber y Monasterio se asociaron en la tarea de espionaje en el puerto. Cuando contaban con toda la información necesaria, organizaron la huída. En total eran seis los hombres que se fugaban de Montevideo para pasar a Buenos Aires en la noche del 8 de marzo de 1811: los acompañaban los capitanes Rafael Zaldariaga y Juan V. Wardell, más los subtenientes Anacleto Martínez y José M. Lorenzo. Pero todos fueron detenidos cuando ya estaban arriba del bote que iba a sacarlos de allí. Taber, Monasterio y los demás fueron conducidos -encadenados- a la prisión. Acusaron al estadounidense de sobornar a los otros cinco para pasarlos de bando.
(…)
Recién el 25 de mayo fue liberado, previo pago de una fianza de dos mil pesos que hizo efectiva el vecino Francisco Díaz, futuro oficial del Ejército Libertador de San Martín. A Taber lo obligaron a tomar un buque que fuera hacia Estados Unidos. A Wardell, que también era extranjero, lo expulsaron del Río de la Plata. Los otros compañeros de aventura serían remitidos a España (después no se cumplió porque hubo una amnistía).
En Río de Janeiro, escala del viaje a Nueva York, el inventor se bajó del barco y regresó a Buenos Aires para seguir adelante con su tortuga marina. Arribó el 10 de septiembre de 1811, poco después de que la flota realista hiciera una nueva incursión sobre las costas porteñas, hecho que reactivó el interés por su plan submarino. Taber se encontró con una ciudad convulsionada en medio de una tormenta política: dos semanas atrás Saavedra había marchado al norte, luego de la desalentadora noticia del desastre de Huaqui.
De todas maneras, aun ante la ausencia de uno de sus padrinos, persiguió su sueño y escribió a la Junta: (…) “Ofrezco de nuevo trasladarme a la Banda Oriental y echar a pique con la enunciada máquina [la tortuga marina] la fragata de guerra y el bergantín que sirve de depósito para la pólvora; igualmente, ofrezco presentar un plan de ataque que al paso que asegure la posesión de la plaza, consulte la menor efusión de sangre, empeñando mi palabra de que seré el primero que me presentaré entre los bravos que deben ejecutarlo”. Es decir, un plan para volar los barcos y otro plan para tomar la ciudad.
(…)
El 11 de octubre de 1811 Taber ya tenía todas las partes del aparato de color negro. Las acomodó en un gran cajón de madera de pino que llevaba la letra inicial T. Solicitó permiso para trasladarse en barco a la Ensenada de Barragán, un lugar con mayor calado para sumergirse y también más alejado de ojos indiscretos, lo que le permitiría realizar ensayos. El secretario del Primer Triunvirato, Bernardino Rivadavia, envió a un emisario a entrevistarse con Taber. Se supone que Pedro Pablo Torres, el hombre de Rivadavia, sólo haría una inspección de rutina y el plan seguiría su marcha. Pero no fue así. Lo que haya ocurrido con aquel submarino de 1811 es hoy un misterio.
Taber continuó realizando tareas de espionaje hasta que murió el 8 de noviembre de 1813, víctima de una enfermedad que había contraído en su estadía en prisión. Donó todas sus pertenencias al gobierno revolucionario. Los planos del submarino se perdieron.
DANIEL BALMACEDA
“El proyecto del submarino patriota de 1810”
(la nación, 12.12.17)