A la hora de comenzar un cultivo sea en el terreno o en un jardín urbano, tenemos que tener en cuenta los condicionantes físicos con los que nos encontramos. El suelo, o mejor llamado sustrato, es una parte vital para la planta, de ella obtiene principalmente tres beneficios,; humedad, nutrientes y sujeción.
Fuente: cigalesentransicion.wordpress.com
Se puede decir que el huerto urbano es un tipo de cultivo intensivo. Se conoce por ese nombre a los cultivos que tienen una elevada inversión por hectárea, aunque nosotros no nos gastemos mucho en nuestro, la superficie es muy pequeña, así que probad a multiplicar la inversión hecha en un m2 por 10000. Todo esto se traduce en que afortunadamente, si el sustrato de cultivo no es el adecuado, podremos fácilmente modificarlo o cambiarlo por un sustrato de los que habitualmente se comercializan o incluso, prescindir de él.
Características del sustrato
El cultivo “en suelo” es el cultivo en el terreno o con tierras extraídas de él, lo que muchas veces se conoce como “tierra para los tiestos” en realidad se trata de turba negra, de un sustrato orgánico que ya veremos en otras entradas, y que no tiene nada que ver con la tierra. El suelo como tal, es un conglomerado de partículas y minerales de diferente naturaleza y grosor, factor este que va a condicionar muchas sus características físicas, de gran influencia en la planta. Además, puede presentar otras características químicas, no tan apreciables a primera vista, sólo detectables tras un análisis profundo, que pueden hacer totalmente desaconsejable la plantación por su toxicidad para las plantas o para nosotros mismos; pH, salinidad o presencia de contaminantes o metales pesados(muy habitual esto en los pequeños jardines de zonas residenciales).
El triangulo de la textura
La textura del suelo es la cantidad de partículas de diferente rango de grosor que lo conforman. Las más gruesas, eliminando los elementos pesados como gravas, se conocen como arenas, los elementos de grosor intermedio como arcillas y los de menor tamaño se conocen como limos. Esto es importante porque cada rango de grosores va tener unas características físicas muy diferentes.
Suelos arenosos:
Son suelos caracterizados por tener gran capacidad de aireación y de drenaje, lo cual hace muy difícil que la planta sufra de asfixia radicular, sin embargo esto afecta en su deficiente retención de agua y de nutrientes, además de presentar bruscos cambios de temperatura, al calentarse y enfriarse muy rápido (pensemos en un desierto)
Suelos limosos:
Son los suelos de partículas de tamaño más pequeño, su baja porosidad hace que el agua se quede retenido y no haya espacio para la circulación del aire, lo cual puede provocar graves problemas de asfixia radicular. Es el tipo de suelo menos recomendable de todos.
Suelos arcillosos:
Son aquellos que tienen partículas de mediano tamaño, las arcillas son sustancias minerales complejas de diferente composición que les hace tener cualidades únicas, pero en general se admite que tienen buena capacidad de absorción de agua, y la capacidad de almacenar nutrientes para liberarlos lentamente en beneficio de la planta.
Suelo arcilloso con las típicas grietas de deshidratación.
Así pues, el suelo se nombrará a partir del porcentaje de cada uno de los tres grupos, por lo que a partir de ahora hablaremos de suelos limosos, arenosos, arcillosos si predomina alguno de estos componentes o franco arenosos, franco arcillosos o franco limosos si guardan un equilibrio, siendo estos más adecuados para el cultivo. Para la correcta clasificación se usa el llamado triángulo de texturas en el que se puede ver los porcentajes que definen cada uno de los tipos de suelo.
Triángulo para la clasificación del suelo según su textura
Espero que os haya ayudado a entender la importancia de la textura del suelo, si bien es posible que la opción más práctica sea recurrir a sustratos comerciales, conocer estos principios del comportamiento de los sustratos es del todo recomendable para cualquier aficionado a la horticultura.
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