Revista Opinión

El sueño de la razón

Publicado el 11 noviembre 2010 por Pepemantero

El sueño de la razón

Un viejo conocido me confesaba que se sentía atormentado por un pecado “gravísimo” (sic). Me dispuse a escucharle, no en confesión sino en confianza. El, de pronto, comenzó a llorar y me comentó que se acordaba de las supuestas últimas palabras de Teresa Cepeda (alias, Santa Teresa de Jesús) en su lecho de muerte: “al fin muero hija de la Iglesia”; que él nunca podría decir esto, dada la enormidad de su pecado. Finalmente, medio se aplacó y entró en materia: estando en plena relación sexual con un amante ocasional, en el momento supremo éste le extrajo de la vía rectal el cuarto de kilo (¡bendita sea Dios que tamañas las hace!), y eyaculó extramuros.

El gran pecado, para este conocido mío, no era yacer con otro ser humano masculino (a lo cuál procede, muy a su sabor, algo más que esporádicamente), sino -¡musas, inspiradme y curad mi espanto!- que el maromo activo no se corrió dentro, “como manda la Santa Madre Iglesia” (sic). Tan chocado me quedé, que estuve a punto de volver a desear echar un cigarrillo.

Mi conocido, evidentemente, está como las maracas de Machín. Lo sé. No obstante… semejante disloque argumental ha sido propiciado por una doctrina, la católica, tan empeñada en anular a los seres humanos como seres humanos libres y libremente pensantes, que da vértigo.

El caso de este conocido mío no es el único.

El último auto de fe de la Santa Inquisición por estos pagos se celebró en 1732 (anteayer mismo) en Santa Coloma de Queralt. Condenaron a la hoguera y quemaron vivo a un señor por haberse demostrado que yació carnalmente con otro señor, que –¡sorpresa, sorpresa!- fue finalmente absuelto, por una razón: en el momento de la vocalización en “a”, vamos, al correrse, el buen hombre descalzó –apresuradamente, es de suponer- el miembro de la ajena popa y procedió –puede que placenteramente- a derramar en los flancos de su sexual compinche. Vamos, que se le corrió en las nalgas. Eso lo salvó de los purificadores fuegos inquisitoriales. Para mayor abundamiento, el activo en cuestión era nada más y nada menos que el prior de unos frailes de la localidad. ¿Quedaría la antedicha historia en los anales (ejem) del convento?

Consuélese mi conocido, pues, y vea su falta como menor falta, ya que en el siglo XVIII la ectópica corrida le hubiera salvado de muerte cierta.

Dos casos, distantes en el tiempo; bien parecieran dos caricaturas, pero no: desgraciada, feroz, atroz y crudamente reales. En esto nos ha convertido una doctrina sexual, la católica, empeñada no en redimirnos del pecado, sino en salvarnos de la razón. Cuando ésta –la razón- duerme, se cae en esa barbarie, en esa salvajada moral que tantos dan en llamar “Iglesia”. El sueño de la razón produce monstruos.

No hace mucho –menos me gustaría que hiciera-, me encontraba yo entretenido en lides amatorias con otro caballero (la duda ofende). Al término del combate y tras la benéfica ducha, observé como mi delicioso partenaire procesionaba hacia el lugar de autos con una imagen de vestir de la virgen María (reproducción de una famosa, de la semana santa hispalense).

No había visto esta imagen, le dije. No… es que… no quería que ella viera lo que hacíamos, me contestó. Nunca he vuelto a quedar con él.

Todo esto es fruto de la educación castrante perpetrada por el monstruo católico. El sueño de la razón, sí, produce monstruos. ¡Despertad!


Filed under: gays, homofobia, lesbianas, libertad de conciencia, religión, sexo Tagged: iglesia, Inquisición, maracas de Machín, pecado, Teresa de Jesús
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