«El origen»
«¡Buah…!» fue lo primero que se me ocurrió decir (o mejor dicho, balbucear) cuando mis ojos vislumbraron por vez primera la tierra que me vio nacer… Moquegua fue mi hogar durante muchísimos años… allí pasé los primeros años de mi vida…
En aquel momento, literalmente mis padres no sabían ni que maniobrar para que «mi yo bebé» dejara de sollozar… no los culpo… de hecho, era lo más lógico… ERAN PADRES PRIMERIZOS…
Fui yo la mayor de todos mis hermanos, fuimos 12 en total… sí… muchos… que digo muchos… BASTANTES… y yo, como toda hermana mayor, tuve que encargarme de cuidar a mis hermanitos de vez en cuando, especialmente cuando papá Periquito (así le decíamos de cariño) salía a trabajar…
Papá era un auténtico mil oficios… no tenía los saberes matemáticos de un ingeniero… pero que bien pulía zapatos viejos después de remendarlos… y que buena labia tenía para vender sus deliciosos panes… Así, nos mantenía… ya que lamentablemente, debido a su precaria condición económica, no pudo culminar sus estudios superiores…
Por esta (y entre otras tantas razones) fuimos pobres… a veces tan solo nos alimentábamos con una sopita de fideos… cada piernita de pollo la repartíamos entre 3 hermanos… así vivíamos…
En una de esas en que mamá preparaba nuestra sopita… llevada por la curiosidad decidí acercarme al sitio donde mamá cocinaba… me adentré un poco y pude reparar que mi padre le decía algunas cosas a mamá con voz bajita… entre susurro y susurro pude escuchar viciosamente lo siguiente:
Mamá : «Pedro. Ya no queda más sopa. Ahora, ¿qué haremos? Ya les serví a los niños, pero… solo queda comida para un plato…» – di
Papá: «Querida… (sonrío ligeramente) No te preocupes… anda… llévate ese plato y come con los niños…»
En ese preciso instante, sentí algo dentro de mi pecho… un pequeño dolor que, poco a poco, iba convirtiéndose en charcos de lágrimas… lloré profunda aunque no escandalosamente… y cuando aquel martirio llego a su punto de quiebre, progresivamente se transformó en determinación… Me saqué el polvo de mi falda. Desempolvé los únicos zapatos que tenía. Me lavé la cara. Y me dirigí hacia una biblioteca que quedaba a no menos de 5 km de mi casa… TENÍA QUE ESTUDIAR…
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Comentario del autor:
Si quieren saber más acerca de esta fantástica historia, te invito a darle su PUNTUACIÓN en ESTRELLAS a esta primera parte de mi obra «El sueño de una mujer luchadora»… y comenta abajo que quisieras leer una segunda parte…
¡Saludos estimado lector!