Montserrat nació a las 2.20 de la madrugada de un lluvioso viernes de abril. Cerca de las 5 una enfermera se la llevó de mi lado y me dijo: «Anda mamá, duerme un poco que lo necesitarás». Cuatro horas después, en las que caí en un sueño profundo y delicioso, la niña regresó a mi lado. Durante los tres días que permanecí ingresada en el hospita, la niña dormía y dormía y solo el hambre podía despertarla. Pero fue llegar a casa y el hechizo terminó. Empezaron entonces las largas noches de insomnio. Montse dormía mucho por el día y permanecía despierta hasta las tantas.
Desesperados y angustiados, el aprendiz de padre y yo empezamos a buscar la ayuda de los expertos. Fue así que conocí a Eduard Estivill y Carlos González. Dos especialistas que han escrito sendos manuales sobre como ayudar a dormir a los niños. Tras pensarlo mucho me decanté por el segundo, porque entendí que mi objetivo era enfilar nuestro camino familiar hacia la crianza con amor, sacrificando así mis noches de sueño.
He sido duramente criticada por esta decisión, pero no me arrepiento. Pese a que en mis ojos aún se conserva la huella de mis desvelos, Montse ha regularizado poco a poco sus horarios de descanso, lo que mi esposo y yo agradecemos profundamente.
No me arrepiento de haber atendido a la niña cada vez que lloraba. Ni me arrepiento de haber pasado las noches en vela, a su lado, cogiendo sus manos o cantándole una nana. Hoy que todo eso quedó atrás me siento satisfecha y feliz.
Es positivo que los padres tengan a su disposición una larga lista de manuales sobre el sueño infantil para hacer frente al problema. Cada uno es libre de aplicar el método que más le convenga, lo importante es tener claro que el niño, y su bienestar, debe ser una prioridad en el seno de cualquier familia.