Revista Cultura y Ocio
"A Ismael le gustaba retorcer cosas mientras recitaba con un hilo de voz historias prohibidas.
El tedio de las asignaturas del último curso de Primaria le hacía sumergirse en marismas donde reinaba la soledad. En ellas habitaban roedores que terminaban por ahogarse en el limo, y mosquitos imaginarios que le picaban y hacían que se pellizcase una y otra vez hasta que sus antebrazos enrojecían."
Tras leer varias opiniones de este título, no fue hasta oír al autor hablar de él que no me decidí a comprar. De hecho, lo hice ese mismo día y apenas pasó tiempo hasta que me puse a leerlo.
Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, El sueño del depredador.
Conocemos a Ismael, un niño en el último curso de Primaria cuyo comportamiento asocial es, cuanto menos, perturbador. Y en una segunda historia conocemos a Santiago Herrera, inspector de policía en Zaragoza, y Laura Beltrán, subinspectora. Juntos, siguiendo una pista encontrada por casualidad en unos cerdos robados, se verán envueltos en unos crímenes del que puede ser el primer asesino en serie de la ciudad.
El sueño del depredador es una novela que se estructura en dos historias en capítulos alternos. Por un lado, la historia de Ismael, mucho más intranquilizadora, con toques de terror; y por otro la novela policíaca propiamente dicha protagonizada por Herrera y Beltrán que parte del tópico de policía ya desencantado y subinspectora novata. Sin embargo, en cada una de estas dos partes de la novela hay algo importante a resaltar, de modo que el lector sigue ambas con interés preguntándose en qué punto establecerá Bribián una relación entre ellas.
Ismaél es un personaje sólido y convincente por el que es fácil sentirse tan atraído como horripilado. Fruto de una situación desgraciadamente común, será en quien tome fuerza la parte fantástica de la historia sin que por ello despeguemos los pies del mundo real. Un complicado equilibrio del que el autor sale airoso. La parte policíaca, mucho más realista, destaca por su sólida ambientación. Llegados a este punto decir que el autor es policía ayuda a comprender la sensación de veracidad en muchos detalles que van salpicando la historia y que no suelen aparecer en los libros de género; de golpes y papeleos hasta algún término suelto para designar a grupos, ha cuidado de conseguir que el lector se sienta dentro de Jefatura. En esta historia y, a partir de un control rutinario, comenzará la búsqueda de un macabro asesino que van sembrando la ciudad de cadáveres e intranquilizadores poemas. Una investigación que, si bien está ambientada en Zaragoza, nos podría servir cualquier otro escenario.
La novela es ágil, los capítulos se suceden con rapidez y no dejan al lector que se separe de ninguna de las dos historias y en cambio, si que lo invitan a conocer el desenlace, a descubrirlo, mientras da algún giro que, más que sorprender al lector, lo que pretende es añadir tensión a la trama. La resolución, buscada desde casi el comienzo en un intento de encontrar la relación entre ambas tramas, es impecable, dejándome en este caso una sensación satisfecha y la curiosidad por leer más novelas del autor. No cabe duda de una cosa: en nuestro país la novela negra está tomando posiciones, y lo hace con calidad en sus letras.
Y vosotros, ¿seguís pensando que la novela negra viene del frío?
Gracias