Revista Opinión

EL SUICIDIO DE UN PRESIDENTE (Por César Vargas)

Publicado el 23 abril 2019 por Carlosgu82

Ahí va el hombre que fue dos veces presidente de la república y artífice de una de las crisis económicas más grandes de la historia, el orador de oradores, el sospechoso de graves actos de corrupción; es llevado en hombros a su última morada. Todo un país está conmocionado por su trágica partida.

Y es que sus acechadores no le daban tregua, la consigna era acorralarlo y cual jauría sedienta de sangre lograron cerrarle toda vía de escape, entonces ese formidable animal político no encontró otra opción más digna que tomar su vida, era mejor eso al oprobio y la humillación. No permitiría que esos cánidos, de dientes pequeños y afilados, mordieran una y otra vez su carne viva.

Ahora yace frío e inerme y sus odiadores, con rostros insolentes y miradas viscerales, le gritan a su cadáver “¡cobarde!, ¡cobarde!”; están poseídos por una mezcla de gozo y frustración. En sus mentes retorcidas es un ser abominable, despojado de toda condición humana; los sentimientos, la familia,  la dignidad, la presunción de inocencia, yacen en el suelo como trapos ensangrentados.

Han construido verdades perversas de consumo masivo,  a partir de argumentos falaces, plagados de suposiciones y especulaciones, y sí que han tenido éxito, ya que se puede afirmar, sin temor a exagerar, que 8 de cada 10 peruanos odian al ex presidente. Para reforzar esa ponzoña exclaman con un cinismo solemne “¡el pueblo es sabio!”.  Sí claro, ese pueblo sabio que lleva 18 años eligiendo, una y otra vez, a gobiernos manchados de corrupción.

Es evidente que esas verdades no alcanzaban para sustentar una acusación, pues a la fecha no existe. Pero, qué se puede esperar de esa alianza perversa que se ha consolidado, una simbiosis envilecida entre grupos de poder inmersos en actos de corrupción, que evidentemente buscan consagrar su impunidad y la izquierda que ha logrado infiltrarse en entidades públicas estratégicas, principalmente en el Poder Judicial y en el ámbito educativo. El resultado es inevitable, medios de comunicación, jueces y fiscales instrumentalizados. Se despliegan brutales linchamientos mediáticos que allanan el camino de la opinión pública para que los sicarios judiciales ejecuten sus ajustes de cuentas disfrazados de justicia.

Las privaciones de libertad, selectivas y aparatosas, en la que los investigados aparecen, en la televisión,  esposados y con unos chalecos con la palabra “detenido” refuerzan la farsa de la lucha contra la corrupción. El pueblo aplaude a rabiar y nombra como héroes a sus artífices. Lejos están de sospechar que eso no pasa de ser un espectáculo humillante y efectista, que sólo busca denigrar la condición humana de la persona.

Pero el odio y la sed de venganza de la izquierda derrotada son tan grandes que han perdido todo escrúpulo. Seguramente en sus sueños más afiebrados arman patíbulos en las plazas públicas y se deleitan con ajusticiamientos populares, como cuando los suyos ingresaban a pequeños poblados andinos y degollaban a humildes campesinos delante sus madres, hijos y esposas; comunidades enteras masacradas por la insania terrorista.

Lo cierto es que, en una sociedad democrática y respetuosa de los derechos fundamentales, una persona sólo es declarada culpable luego de haber sido sometida a un juicio a través de un debido proceso, en el que se logre acreditar, en grado de certeza, su culpabilidad. Ahí la labor fundamental de la fiscalía es desarrollar una investigación rigurosa que le  permita conseguir las pruebas para construir una acusación sólida, que a su vez será el fundamento de una sentencia condenatoria. La certeza sobre la culpabilidad debe brotar, como agua cristalina, de las entrañas de un razonamiento pulcro y riguroso, nunca deberá ser esa secreción maloliente expulsada por las vísceras del odio y la venganza.

En el caso del ex presidente, como ya lo dijimos, la fiscalía no había logrado construir una acusación en su contra; si bien había serios elementos probatorios que tocaban a su entorno, respecto a él se estaba en el ámbito de las especulaciones y suposiciones. Su detención no tenía otra motivación que el apuntalamiento de un gobierno improvisado y endeble, adicto a los aplausos fáciles y al circo. Y queda evidente que él no estaba dispuesto a descender a esos llanos fangosos.

“¡Cobarde, se quitó la vida para huir de la justicia!”, vociferan sus perseguidores, juzgan desde sus pequeñas y grises vidas, las cuales cuidan con mucho celo. Ignoran o fingen ignorar que hay hombres cuya tabla de valores tiene por encima de la vida, a la dignidad, el honor y la libertad. No hay mérito en el agravio, sólo basta tener el alma insatisfecha; construir una vida que inexorablemente ocupará un lugar en la historia, eso es de seres excepcionales. Descansa en paz Alan García.


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