Revista Salud y Bienestar
Hace poco leí un comentario en el grupo de nutrición para deportistas que administro en Facebook, que me chocó y me incitó a escribir este comentario.
Decía lo siguiente: “Mucho suplemento placebo veo por aquí, con todos mis respetos”.
Quienes siguen mi blog y los artículos y han leído mi libro, sabrán que mi intención es siempre equilibrar la dieta y, posteriormente, aplicar el mínimo de suplementación que puede ser efectiva y va a reportar algún beneficio que justifique el gasto.
También estoy introducido en una red de médicos que somos contrarios a la prescripción generalizada, al sometimiento a las presiones de las grandes empresas de medicamentos y a intentar separar el polvo de la paja en las publicaciones científicas que los argumentan.
Sin embargo, reconozco que al final de todos estos filtros y, sobre todo, cuando uno tiene tareas docentes y se mantiene al día en las publicaciones científicas y las investigaciones punteras, se queda un regusto amargo cada vez que se enfrenta con la prescripción, ya que en medicina, tenemos demasiadas formulaciones que actúan pero no sabemos bien cómo (por ejemplo, en la mayoría de los antipsicóticos). Se trata, por tanto, de que al ponderar, con tanto celo, la función y la necesidad del medicamento (o suplemento) y sus efectos, tendemos a ser muy precavidos y a tener menos fe que nuestros colegas más crédulos, en sus bondades. ¿Y eso que significa? Pues que perdemos uno de los efectos más importantes que tiene la relación médico enfermo, que es la transmisión de la fe en la superación de la enfermedad mediante el diagnóstico preciso y el tratamiento adecuado, incluyendo el potentísimo efecto placebo.
Cuando los médicos que estamos en la red, digamos contestataria a la situación actual de prescripción, ponemos en cuestión los estudios de muchos fármacos basados en medias verdades, malos estudios, pago a editoriales de revistas y a revisores etc etc, dejamos muchos tratamientos en el limbo de la indecisión, lo cual es, con mucho, lo peor que puede pasar. Yo, personalmente, prefiero un brujo en la cabecera de mi cama con la creencia firme de que me va a curar, que un médico dubitativo y celoso de cualquier tratamiento que no sea perfectamente idóneo.
Con todo ello, trato de replicar al comentario que puse al principio del artículo, hecho de muy buena fe, pero que deja en un supuesto mal lugar a uno de los efectos más importantes con el que contamos en nuestra prescripción como médicos, el efecto que causa en el paciente la confianza del médico en la efectividad del tratamiento. No despreciemos el efecto placebo, pero no dejemos que se beneficien de él quienes diseñan e investigan los fármacos o suplementos supuestamente tan efectivos. Un suplemento debe mostrar su efectividad para ofrecerse con garantías, pero una vez en manos de experto, debe ser recomendado con firmeza y sin dudas. No se puede decir: “Tómate esto a ver si te va bien” Quien dice eso, se carga de golpe uno de los mayores medios que tiene el organismo para afrontar cualquier proceso biológico, el mensaje (no sé de qué manera) que le da el cerebro al organismo de que ha tomado lo necesario para mejorar y que debe mejorar.
Este efecto placebo es muy importante en la práctica deportiva porque el esfuerzo físico va acompañado de la producción de endorfinas (opiáceos naturales del organismo), para mitigar el dolor y el cansancio. No olvidemos lo que hemos repetido en muchas ocasiones, el deporte es una cuestión de supervivencia para nuestra especie. Por nuestra evolución, el esfuerzo físico es prioritario (caza o muerte), por lo que se pone por delante de otros procesos fisiológicos muy importantes en reposo. Pues bien, el tratamiento con los placebos, según se ha comprobado, actúa sobre un tejido especial (el tejido gris periacueductal) que tiene una función muy importante. La sustancia gris periacueductal (SGPA lateral) parece coordinar comportamientos defensivos activos, también de analgesia no relacionada a opiáceo y tiene un efecto hipertensor arterial. La SGPA ventrolateral (vl) parece coordinar comportamientos pasivos defensivos, relacionada a analgesia opiácea y también tiene un efecto hipotensor. En este sentido, se ha comprobado que bloquear a esta sustancia reduce el efecto placebo por lo que esta sustancia gris periacueductal es un componente principal en el efecto. Otros puntos en el que actúa el efecto placebo son el córtex prefrontal y la amígdala, provocando una mayor regulación de opiáceos naturales en todo el cuerpo. Por otro lado, la amígdala, que controla el estado de ansiedad, por ejemplo, parece muy afectada por el efecto placebo.
¿Qué queremos decir? Pues que hay que ser especialmente crítico con los artículos de investigación de suplementos y considerar, casi exclusivamente, los que se realizan contra placebo, que se llaman doblemente enmascarados o doble ciego (ni el médico ni el deportista sabe qué producto toman cuando se suministra el suplemento comparándolo con un producto idéntico neutro). Por otro lado, cuando se trata de la prescripción, una vez se da por sentado el rigor del prescriptor, hay que dejarle funcionar al suplemento y no seguir cuestionándolo o dudando. Hay que dejar al prescriptor con su firmeza necesaria para alcanzar todos los grados de eficacia del suplemento, los reales y los correspondientes a su efecto placebo. Este es el reto, ser firmes con la investigación y tolerantes con la prescripción.