Revista Opinión

El susurro de nuestra historia: reflexión en torno al "cachete a tiempo"

Publicado el 16 enero 2014 por Psicoceibe @alejandrobusto
por Alejandro Busto Castelli
"...Y como el lector puede adivinar, nadie está libre del susurro de su historia, nadie se escapa de ese murmullo sórdido y agotador. Ni un juez de menores más o menos mediático, ni un popular pediatra vendedor de panfletos, ni los psicólogos/as televisivos armados con sus manuales científicos. Ni siquiera un tertuliano convertido en reformista ministro de educación. Ni uno solo se escapa..."
Llevo más de 12 años impartiendo formación en empresas.Mis alumnos, los participantes de talleres y seminarios, no son niños. Son adultos que algún día fueron niños, que se parece pero no es igual.
A través de los años, resulta curioso ver cómo evolucionan los contenidos a impartir. Es más que interesante ver cómo hemos ido  pasando poco a poco de las recetas “para parecer” a las reflexiones del “como ser”. Cada día más y más adultos, empleados en alguna de las empresas de nuestro país reciben información y formación acerca de cómo gestionar sus emociones, como comunicarse asertivamente, como influir positivamente en los demás, como afrontar la crisis de forma optimista  o como dirigir y crear equipos poderosos en su rendimiento y en su fortaleza emocional.
Y reciben esta formación básicamente por dos razones:
La empresa española despierta del letargo del autoritarismo y el abuso de poder, del ser humano como un expediente más, una nómina a pagar, a una realidad donde la propia rentabilidad empresarial, pasa por el bienestar emocional y físico de las personas que la componen. Donde cualquier tipo de violencia o agresividad, sea esta verbal, psicológica o física “no es rentable” y por lo tanto no vende.  Es un despertar por cierto muy lento, a veces demasiado.
La segunda es más obvia que la anterior. Los adultos hoy devenidos en profesionales no saben, no pueden o no quieren, aproximarse en casi nada a lo que hoy las empresas les demandan de un punto de vista de la construcción de las relaciones internas y externas de sus organizaciones. Básicamente porque son hijos de la pedagogía más negra, del adiestramiento cuasi científico, de la educación delegada o institucionalizada y por supuesto de poderosas afirmaciones como “este niño necesita un cachete a tiempo”, a mayor gloria del castigo y la falta de respeto como escuela de vida.
La paradoja es que a día de hoy mientras esto sucede en una parte de la sociedad, todavía debatimos sobre el supuesto valor pedagógico del “cachete a tiempo”, de la imposición adultocéntrica, de la norma no consensuada, de los negativos o puntos rojos en el cole, de las sillas de pensar como castigo al sentir, de la agresividad como comunicación prioritaria  si uno quiere convertirse en un “hombre o mujer de éxito”. Sirvan de muestra la entrevista que el diario ABC realiza recientemente a Olga Carmona, mi compañera de viaje en todos los sentidos, con el sugerente título “¿Por qué la bofetada a tiempo no es un método educativo?”  y también los comentarios de algunos de los lectores de la misma.
Y es allí donde curiosamente aunque no tanto, aparecen algunos de los defensores de “a pie” de esta visión. No se me escapa que el fenómeno va más allá de los comentaristas virtuales y  fundamentalmente en el ámbito de lo infantil, todavía “la letra con sangre entra”. Y esto lo vemos bien en el sistema educativo o bien dentro de las familias, porque como he dicho, este discurso ya no se compra hace años en la formación empresarial de adultos donde ya resulta intolerable. Asimismo es perseguido social y penalmente en el mundo de la pareja y sin embargo de forma torticera a mi juicio, el discurso cala si de niños se trata, propiciando absurda pero calculadamente el disparate social en el que nos encontramos.
El siglo XXI es ya el siglo del cuestionamiento de la educación decimonónica, del desenmascaramiento de las escuelas psicopedagógicas que solo pretenden controlar conductas y anular la libertad, del principio del fin de la pedagogía negra y del surgimiento imparable de la psicología positiva y de la eco pedagogía entre otros movimientos.
Recientemente tuve el placer de asistir a una conferencia de D. Federico Mayor Zaragoza, ex Director general de la Unesco y actual presidente de la Fundación Cultura de Paz. En ella dijo sin despeinarse, “no tenemos que continuar siendo obedientes a un sistema responsable del genocidio de más de 60.000 personas diarias entre ellas  miles de niños”.  Y en eso estamos, pues seguimos siendo más que obedientes…
Entrevista a D.Federico Mayor Zaragoza en Canal Sur
Es ya el siglo del cambio social. Los que nos han traído hasta aquí, ya han demostrado de sobras el tipo de sociedad que ofrecen.
Con las cartas boca arriba… ¿Entonces que defienden los que defienden el cachete o bofetada a tiempo? O debo preguntarme mejor ¿a quién o quienes defienden?
Cada ser humano se desarrolla como adulto, se convierte en padre o madre, en profesional o no de la educación, la psicología o las ingenierías, escuchando el eco de su historia. Quiera o no quiera.Una historia que susurra a veces de forma incómoda como fuimos queridos o no, deseados o no, aceptados o no tanto. Una historia que susurra de forma dolorosa cuantos cachetes, azotes, gritos, ausencias, incomprensiones e injusticias acumulamos de aquellos seres humanos, que en nombre del amor nos educaron.
Tengo clarísimo que detrás de los defensores de estos modelos de educación, está la profunda y cobarde negación del murmullo de sus fantasmas, parafraseando por cierto al gran Boris Cyrulnik en uno de sus más exitosos e imprescindibles libros.
Y digo cobarde porque los niños sobre los que todavía hoy se ejercen estos modelos, son indefensos, frágiles y están abiertos en canal desde el afecto incondicional a percibir como verdad incuestionable y absoluta aquello que reciben de sus padres y madres primero y de cualquier otra figura de autoridad luego. No es un tema baladí. Es un tema vital que tiene que ver con contribuir o no a perpetuar un modelo social y familiar completamente agotado. Esa cultura de la paz de la que habla Mayor Zaragoza, parece en la España actual una falacia.
Y como el lector puede adivinar, nadie está libre del susurro de su historia, nadie se escapa de ese murmullo sórdido y agotador. Ni un juez de menores más o menos mediático, ni un popular pediatra vendedor de panfletos, ni los psicólogos/as televisivos armados con sus manuales científicos. Ni siquiera un tertuliano convertido en reformista ministro de educación. Ni uno solo se escapa.
Todos ellos, y usted y yo… fuimos niños educados probablemente desde un lugar parecido al tan cacareado panorama educativo actual.
No hay mejor forma de “salvar” a quienes han sido muy importantes en nuestras vidas, que seguir diciendo contra viento y marea, contra todas las evidencias y necesidades sociales, contra la esencia gregaria y emocional del ser humano, que “es bueno y educativo un cachete a tiempo”, amén de otras formas de menoscabo.  Créanme que no la hay.
Honestamente me resulta fácil entender este proceso en un ser humano cotidiano, algo menos desde mi punto de vista, en un profesional que trabaja con niños de una forma u otra. Quizá no sea muy complicado entender que al final defienden a aquellos que les dieron la vida y de forma consciente o inconsciente, confundidos o lúcidos, tal vez en nombre del amor contribuyeron a ser lo que son. Sin embargo que se pueda entender y explicar no significa que sea en absoluto justificable. El propiciar una cultura que desde la base más tierna, hace de la violencia, el maltrato y la agresividad un valor social y cultural es algo completamente inaceptable.
No quiero y no me da la gana justificarlo. Y lo digo bien claro y más alto.
Tal vez con el secreto deseo de que ellos, mis propios fantasmas, me escuchen y comiencen a callar para siempre.

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