No soy fumador, pero dudo de la eficacia –incluso de la inteligencia- de la ley antitabaco.
Me molesta sobremanera salir de cualquier garito hediendo a humo, pocas pestes hay tan asquerosas como la del tabaco quemado y frío impregnando la ropa. Tienes que dejar la prenda oreándose toda la noche para que se vaya el pestazo. Qué asco.
Además, muchos fumadores te echan el humo a la cara, sin reparo, respeto ni escrúpulo alguno. Se la sopla que no puedas respirar, que te desagrade, que se te irriten los ojos, que su humo te vaya matando… La otra noche, en una trattoria sevillana, estábamos cenando tan tranquilamente cuando, de pronto, los ojos nos dijeron aquí estoy yo: un picor infame, seguido de la peste y la visión de humo, revelaron que, en la mesa de enfrente, todo dios fumaba. Mala educación, descortesía absoluta, atentado contra la salud pública.
No hay que generalizar, pero… encuentro muchos fumadores maleducados. Demasiados. Comprendo que, enfermos ellos de tabaquismo, no son conscientes del daño que nos hacen a los fumadores llamados pasivos. Pero qué descorteses. Alguna vez he pedido que no me disparen humo a la cara, pero el pollo en cuestión ha invocado no sé qué pamplinas de sus libertades como fumador, y ha pasado de mí.
Dicho esto, manifiesto que estoy no me convence la ley antitabaco. ¿Por qué? Como cuando la ley seca en USA –salvando distancias-, ahora está aumentando –lleva el tabacazo una semana en vigor- el consumo, sobre todo de cigarrillos: basta que nos prohíban algo para desearlo con más ansias…
De acuerdo con que el Estado ha de velar por la salud de la ciudadanía, de acuerdo con que ahora vamos a estar los no fumadores más tranquilos y sin heder a tabaco de otros, de acuerdo, pero… ¿se está haciendo con inteligencia? No es la manera más inteligente, ni de lejos, intentar cortar una situación insana incentivando el gusto por lo prohibido. Sobre todo si no se acompaña la prohibición con campañas de concienciación y educación ciudadana.
La ley parece positiva, a primera vista. Veremos, con el correr del tiempo, en qué acaba. Esperpentos aparte, como el restaurador facha de Marbella y similares, se está respetando por parte de los locales. La gente fumadora se lo toma con filosofía y echa el resto –fumando casi el doble- en la calle. La gente no fumadora respiramos más tranquilos. ¿Será posible la convivencia?