Revista Opinión

El tabaco mata el cerebro y la memoria

Publicado el 21 abril 2013 por Manuel Somavilla

Su traspaso del Colegio Camacho, donde cursaba 8º de Educación General Básica (EGB), al instituto Miguel de Unamuno, de  para cursar Bachillerato Unificado Polivalente (BUP), supuso un cambio crucial en su vida. El nuevo ambiente, los nuevos y modernos profesores, muy diferentes a los maestros de la rancia escuela, las renovadas y actuales asignaturas, el cambio de rutina, pero sobre todo, el cambio de amistades, con la nueva inercia que éstas le "contagiaron", le hicieron adoptar unas deseadas, aunque no por ello desconocidas, costumbres sociales que le llevaron, después de muchas vicisitudes, a alcanzar su nuevo statu quo.Llegaron las discotecas, los cubalibres y las cervezas, los fines de semana y, como lo uno llama a lo otro, en mi rutina se implantó el tabaco, el diario vicio perpetuo.Las calificaciones empezaron a ir de mal en peor y lo que antes, en el colegio, eran notables y sobresalientes, se convirtieron en simples aprobados, cuando no deficientes o muy deficientes. En los siguientes años, 5 años para aprobar 3 cursos, 1º. 2º y 3º de BUP, las notas no hicieron más que empeorar. Ese joven que, ayudado por su abuelo maestro, aprendió a leer a la temprana edad de los 2 años, calada a calada, fue perdiendo su concentración y su retentiva, lo cual hizo que las asignaturas en las que debía memorizar, digamos que las asignaturas de letras, cosechase siempre los peores resultados. Las ciencias, donde impera la lógica, le suavizaban el disgusto.Y es que, aunque resultó un nuevo reto la nueva vida de estudiante y las nuevas asignaturas, más complicadas, pues era necesario retener más cantidad y memorizar conocimientos de más calidad y más exactos, durante el verano de 1979, en septiembre de ese año iniciaría la transición al instituto, se produjo un hecho que le marcaría la vida.
Al principio como un juego y después por el mismo vicio o las ganas de aparentar, como cualquier adolescente, le hicieron caer en el vicio de fumar. En su grupo en época lectiva eran 5, dos hermanos de chile, dos hermanos gemelos y él. Su rutina era como la de sus amigos: estudios durante la semana y el viernes por la noche salida a la Discoteca Gwendolyne de Algorta. El fin de semana disfrutaba con y le pertenecía a la familia.Normalmente desde la estación del Arenal de Bilbao se desplazaba en tren hasta Algorta, pues la parada se ubica cerca de la sala de fiestas. Y aunque es aquí en dónde aprendí a fumar, mi verdadera filiación al hábito la adquirí durante las vacaciones de verano, cuando junto con los amigos nos fumábamos incluso unas cañas vegetales que crecían en las orillas del camino, con textura de filtro de cigarro, de las cuáles aspirábamos el ácido humo que, casi como drogadictos, expulsaríamos  momentos después, en honor a  las antiguas chimeneas de Altos Hornos.Con cariño recuerdo también como apurábamos los paquetes de cigarros que alguien, con mucho tiento, había procurado y, en un lugar isleño y apartado del río, ansiosamente fumábamos hasta que anochecía. 
Con este episodio de mi vida quiero contribuir a que la gente encuentre razones para olvidarse del tabaco.
Por que de la misma manera que nadie puede negar los perniciosas taras físicas que el tabaco produce en nuestro organismo, dan fe de ello innumerables estudios científicos que podéis encontrar en la red, yo puedo dar fe de los efectos mentales tan negativos que produce en el cerebro y de cómo afecta a la memoria.
Espero que les sirva de acicate. Os lo transmito por experiencia propia!
Salud y Suerte!

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