En días pasados comentábamos, a partir de una anécdota, la imagen que la sociedad en general tiene de la persona que se acerca al mundo esotérico, tiene una imagen estereotipada, quizás por los medios de comunicación, con unos cánones muy precisos: ropas de algodón, barba (para los hombres) y pelo largo, collares y adornos artesanales y sandalias incluso en invierno.
Lo cierto es que esa imagen no se acerca ni por asomo a la realidad, la mayoría de las personas que están interesadas por el esoterismo tradicional suelen ser bastante integradas en la sociedad, viven en su tiempo y en una gran mayoría de los casos tienen inquietudes por exteriorizar su voluntad de mejorar el mundo en que vivimos.Es cierto, y aquí puede estar el quid de la cuestión, que bajo la etiqueta esoterismo se sitúan una gran cantidad de disciplinas, regladas o no, que se amparan en el paraguas que da este nombre para incluir actividades que poco o nada tienen que ver con ellas. En realidad, como veremos, si tienen que ver, pero no del modo que nos hacen ver.Me voy a permitir el tarot como ejemplo paradigmático de lo que estoy diciendo.
El tarot, nos da en primera instancia la imagen mental de “tira-cartas”, adivinos televisivos cutres, estafadores de las ondas, empresas de telefonía con cobros mayorados que solo buscan entretener al incauto el mayor tiempo posible con el teléfono descolgado o en el mejor de los casos pseudo-psicologos que en consultas privadas nos pretenden ayudar con alguna orientación, acertada o no.Tarot de Visconti Sforza
El primer tarot conocido.