La suma sacerdotisa, el sol, la luna y la justicia.
La tierra se elevaba como niebla ámbar en las afueras del pueblo minúsculo, y junto con el esplendor del sol apenas dejaba distinguir sombras. Por eso es que lo que Iris recordaba más vívidamente de aquel día era el sabor de la tierra que no podía evitar tragar, secoy salado, el aroma a hierba quemada que se quedó entrelazado a su cabello y el silencio absoluto que reinaba en la soledad del campo. Úrsula pensaba que a pesar de su avanzadísima edad, Iris tenía mejor memoria que ella, y al mismo tiempo le preocupaba que su historia la fuera a retrasar para reunirse con su novio, así que solicitó una breve interrupción en el relato para enviarle un mensaje de texto. Una vez que Úrsula dejó de mover una pierna repetitivamente y se pudo concentrar, Iris prosiguió con sus recuerdos añejos:
Después del camino terregoso, que los dejó tan llenos de polvo que parecían un par de trozos de carne enharinados, Tadeo e Iris encontraron la casa repleta de plantas de Don Pepe Luis, diminuta y pobre, pero con un cierto encanto indescriptible. El amable señor los distinguió unos metros antes de que llegaran a la puerta, y corrió a recibirlos con un par de limonadas frescas y el cariño de un padre que se reúne con sus hijos. Adentro, todo estaba impecable. Aunque austero, parecía que ni un solo alfiler estaba fuera de lugar, ni había un elemento innecesario. Hilda Ruano estaba afuera, observando la inmensidad del campo reverdecido, con un vestido rosa que volaba con el viento. Era aún bella, a pesar de la enorme cicatriz que le atravesaba la mejilla derecha, las lesiones en las piernas que apenas le permitían caminar y el paso del tiempo sobre su rostro. Tadeo casi no se parecía a ella en ningún rasgo, excepto por los ojos de zafiro, que eran idénticos. Iris siempre pensó, como todos, que Hilda estaba muerta, por lo que no podía creer que la tuviera a unos centímetros, abrazando a Tadeo.Una semana antes, Iván Jara se había colgado de los barrotes de la ventana en el psiquiátrico. Cuando Tadeo descubrió a Iris entre las personas que corrieron a la habitación, se abrazó a ella desconsolado, y le rogó, descompuesto como ella nunca lo había visto antes, que no le dijera a Abigaíl que se encontraron allí. Más tarde, una enfermera les llevó un té a la sala de espera a ambos, y un calmante ligero para Tadeo, que rechazó porque ya tenía la claridad mental suficiente para encargarse de los trámites funerarios y explicarle a Iris por qué había participado en el Tarot.
Tadeo creció con una familia de buena posición económica, sin saber que lo habían adoptado. Tuvo dudas, a pesar de que no lo trataron diferente a sus hermanos de crianza, por su físico que no tenía nada que ver, y por simple intuición, pero nunca lo expresó. Fue hasta después de la muerte de su padre, que su madre le confesó que sus padres biológicos estaban vivos en algún lugar. Hilda lo había encargado con ellos para protegerlo, y su padre estaba mal de sus facultades mentales. Tras la confesión, la señora le entregó el documento de cambio de apellido y le explicó lo poco que sabía.
Después de que Iván sufrió la lesión cerebral, a Hilda la acusaron de brujería, y tuvo que esconderse porque la policía la buscaba y algunos conciudadanos querían lincharla. Antes, se despidió con mucho dolor de su pequeño hijo Tadeo, y fue a ver a la que hasta entonces había sido su mejor amiga, Abigaíl Duarte, para reclamar que hubiera usado su trabajo de mala manera, o algo así, y exigirle su ayuda para escapar. Luego desapareció. Esa era la parte que la madre adoptiva de Tadeo podía relatar. Lo que sucedió luego, Iris y Tadeo lo escucharon de boca de Hilda y Don Pepe Luis.
Cuando Hilda fue a buscarla, después de desprenderse de su bebé, Abigaíl se encontraba en su estudio, escribiendo. Sólo se detuvo un instante y miró a Hilda con indiferencia mientras hablaba. Ella no resistió y se abalanzó a sacudir y golpear con los puños a Abigaíl.
—¡¿Cómo puedes vivir con la tragedia de tantas personas a cuestas?!—le inquiría con furia, mientras Abigaíl poco podía hacer para contenerla. Al ver que la fuerza de Hilda era superior a la suya, le gritó a su asistente Paulino, que en ese entonces era un adolescente, pero ya era fornido como un gorila, y éste se apareció corriendo. Hilda se congeló de la impresión, al verlo en el umbral de la oficina vestido de mujer de pies a cabeza, con mayor elegancia que la propia Abigaíl y más maquillaje que el que ella se había puesto en toda su vida, y él también se paró en seco con sorpresa. No obstante, esa fue solo una pequeña pausa en la que sería una cacería sin cuartel. Hilda era enérgica, y pudo correr lejos de Paulino, que tuvo que deshacerse de los tacones para perseguirla. La puerta principal de la mansión Duarte estaba cerrada con llave, así que Hilda no tuvo otro remedio más que buscar otra salida. Paulino tenía un gesto criminal. Abigaíl permanecía agitada afuera de su estudio con el peinado deshecho. Después de tener que lanzarle todo lo que encontró en la cocina, y de que Paulino se hiciera de un cuchillo de carnicero que blandía como machete y con el que alcanzó a herirla en la cara, la cintura y una pantorrilla, por fin Hilda se salió por una ventana trasera. Paulino no pudo seguirla a la calle porque los transeúntes y los vecinos hubieran descubierto el secreto por el que sus padres lo echaron de casa cuando era un niño y Abigaíl lo chantajeaba para que le hiciera sus trabajos sucios y fuera su esclavo incondicional. Hilda corrió con trabajos varias cuadras, pero no se dio cuenta de que el Ford A de Abigaíl la seguía a una distancia prudente. Cuando Hilda se sintió segura y comenzó a caminar, Abigaíl se le acercó. Aseguró que venía en son de paz y quería llevar a Hilda a un hospital y luego ocultarla junto con Iván. Lamentaba que Paulino se hubiera puesto así, y se encargaría de castigarlo.
—¡Es que pegas duro, amiga, por eso le llamé! Pero estoy de acuerdo en que debemos hablar sobre todo lo que ha pasado— dijo, y después condujo tranquila, le facilitó algunos vendajes a Hilda para que parara la hemorragia, y puso su sonrisa encantadora con la que convencía a las personas de que las quería muchísimo. Cuando Hilda recobró la confianza totalmente, Abigaíl la apuñaló y la tiró del carro en movimiento en mitad de una calle desierta. Fue la primera y última vez que Abigaíl agredió a alguien con sus propias manos, y no a través de Paulino o de la manipulación mental a la que le encantaba jugar. A pesar de que era resistente y se arrastró un buen tramo, Hilda no pudo esquivar el tranvía, y el conductor la vio tarde, por lo que alcanzó a atropellarle ambas piernas. La atendieron de inmediato y sobrevivió, a pesar de que las heridas en su cintura y su abdomen eran graves. En la clínica fingió que no se acordaba de quien era, pero de todas formas algunos miembros del personal la reconocieron. Antes de que se corriera la voz y Abigaíl la encontrara, cuando se sentía mejor localizó con mucho trabajo a su amigo Pepe Luis, y luego aprovechó su mala fama para hacerle creer a una enfermera supersticiosa que tenía poderes para desaparecer. Cuando Pepe Luis llegó por ella, realizaron un viejo truco de escapismo que Iván hacía en los buenos tiempos, y él pudo llevársela oculta en su camioneta destartalada sin levantar sospechas. Ese fue el inicio de la leyenda del tarot prohibido de H. Ruano.
No supieron nunca el paradero de Iván, pues en el hospital psiquiátrico les aseguraron que ya no estaba allí. Durante largos años, Pepe Luis cuidó de Hilda, cuya salud continuó inestable, en la clandestinidad, mientras Tadeo pasó una infancia feliz.
Así que cuando Tadeo supo que sus padres vivían, decidió buscarlos. Su único vínculo con ese pasado era Abigaíl Duarte, la gran amiga de su madre, y la única persona disponible en Querétaro que se decía que había jugado al Tarot Poético.
CONTINUARÁ...
Imagen de mujer joven con maquillaje oscuro cortesía de Victor Habbick, colina llena de flores cortesía de Serge Bertasius Photography, luna llena de Exsodus y Ángel de Just2shutter en freedigitalphotos.net