EL TATUAJE AZUL
Está marcada, no puede esconderse, la encontrarán tarde o temprano. Lo sabe, tirita de miedo, de nada sirve ocultarse, está marcada. La chica del tatuaje azul se guarece bajo el manto inescrutable de la noche en una gruta junto a la Playa del barco perdido. Le han dicho que aguarde a que despunte el alba para embarcar en un navío de nombre Verbania.
Hace frío, pero no es la gelidez térmica lo que le provoca escalofríos incontrolables, sino el miedo a ser aprehendida nuevamente y conducida a la celda de piedra, donde ha permanecido contra su voluntad durante los quince últimos años de su vida. No ha visto nunca los semblantes de sus captores, pero los imagina torvos, inicuos, bajo las caretas lobunas que portaban allí abajo, en la mazmorra lúgubre y sucia que miraba al mar.
El tatuaje azul es un símbolo vilipendioso de pertenencia y cesión. No recuerda ya su nombre; la chica del tatuaje azul ha sido siempre eso, una adquisición transferible, un juguete roto en manos de unos depravados. A veces le asalta un sueño dulce y familiar, que pone al galope su corazón y abre el grifo de su llantina con desconsuelo. Hay una niña de bucles rojizos que gatea por el suelo al encuentro de su madre; un ángel de análoga belleza. Le llama Belinda, se le parece tanto…
A veces sueña con traspasar ese umbral onírico, transformar el sueño en recuerdo, añoranza y un hogar al que regresar.