Las intermedias estadounidenses son mañana, 2 de noviembre. Me asusta el Tea Party, aunque ni siquiera sea un partido. Me asusta que sean tantos. Que el Ku Klux Klan, que la nariz de Nixon, que la sonrisa macabra de Ronald Reagan, que los anteojos inmaculados de Sarah Palin, el miedo persecutorio de Joseph McCarthy y la consternada y dramática retórica patriota de la Bush se asomen en sus pancartas, en sus discursos y sus congresos. Me asusta que en cosa de un año salten de la inexistencia a una fuerte injerencia en los comicios nacionales. Me asusta que el miedo y la incertidumbre vuelvan a cabalgar en la población norteamericana. Me asusta pensar que los tenemos por vecinos. Me asusta pensar que a ellos también les asusta eso.
El Tea Party, un ala ultraconservadora que aglutina a población civil, activistas sin militancia y miembros en activo del partido republicano (como John McCain), es una corriente política tan virada a la derecha que los senadores republicanos les quedan a la izquierda. Desde su surgimiento en 2009, han ejercido presión en contra de cada iniciativa presentada por la mayoría demócrata y por el mismo Barack Obama, desde las reformas de salud hasta las reformas migratorias, energéticas y ambientales, acusándolas de neocomunismo. 138 candidatos al congreso dan su voto de confianza al Tea. 18% de los votantes también. Por una vez quiero ser lo suficiente ingenuo para desdeñar tal numeralia...