Texto: © Carlos Navarrete Navarro
En el año 1900 la afición al teatro en España es muy grande. Por un lado existía el género chico, que ya va agotando sus recursos y se fragmenta en las parodias y las zarzuelas de éxito, ocupando la canción un puesto preponderante. El género grande, deriva en la comedia burguesa o de salón, siendo muy representadas las obras de Echegaray. En la línea del Modernismo comienza su carrera teatral Jacinto Benavenete, ya alejado de la grandilocuencia de Echegaray. Sus obras más importantes son Los intereses creados, Señora ama y La malquerida, las dos últimas son dramas rurales que influirán en las obras de Valle-Inclán y Lorca.
Cuando comienza el declive del Modernismo, triunfa un teatro histórico en verso, cercano a la tradición teatral española. Son autores renombrados Villaespesa y Eduardo Marquina. Pero a finales de la primera década de siglo se siente ya la necesidad de una profunda renovación del teatro español. Un autor de la Generación del 98 que destacó en teatro fue Unamuno, que abordaba en sus obras los mismos temas de sus novelas: los problemas de conciencia, la vida, la muerte, Dios. Sus obras más destacadas son Fedra y Raquel encadenada. Otro autor del 98, Antonio Machado, en colaboración con su hermano Manuel, compuso siete obras teatrales destacando entre ellas La Lola se va a los puertos y La duquesa de Benamejí.
Con el Novecentismo y las Vanguardias aparece un teatro cómico popular cuya figura más destacada es Carlos Arniches cuya obra más conocida es La señorita de Trevélez, precedente cómico de los esperpentos de Valle-Inclán. También destacan los hermanos Álvarez Quintero, Pedro Muñoz Seca (La venganza de Don Mendo ) y sobre todo Jacinto Grau. Su obra más importante es El señor de Pigmalión , que plantea temas como el de la sublevación de los individuos ante su Dios creador, el ansia de libertad y los rencores y miserias de todo grupo humano.
El gran renovador del teatro de esta época es Ramón María del Valle-Inclán , creador de los esperpentos. Sus obras más importantes son: Comedias bárbaras (1907, 1908 y 1922), Divinas palabras (1920), Luces de bohemia (1920-24), las cinco obras agrupadas en Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (1927) y los tres esperpentos recogidos en Martes de carnaval (1930), mostrando en esta sucesión cronológica sus diversas tendencias: decadentismo, primitivismo, distanciamiento artificioso y su etapa de los esperpentos, con su gran exponente, Luces de bohemia.
Durante los años 30 aparecen grupos teatrales innovadores y de acercamiento al pueblo, mostrando ese deseo de igualdad que propugnaba la República. Entre los dramaturgos de esta época podemos destacar a Max Aub (El celoso y su enamorada, Narciso o Jácara del avaro ), Alejandro Casona (Otra vez el diablo, La sirena varada ) y Enrique Jardiel Poncela (Cuatro corazones con freno y marcha atrás, Espérame en Siberia, vida mía)
Pero son sin duda algunos poetas de la llamada generación del 27 los que más destacan en esta faceta. Rafael Alberti escribe El hombre deshabitado, con huellas de la canción popular y Fermín Galán. Escribe también lo que se denominó teatro de urgencia, al servicio de la causa republicana. (Farsa de los Reyes Magos). Toca el tema de la superstición y represión de las familias rurales andaluzas en El adefesio y rasgos muy vanguardistas aparecen en su obra, ya muy posterior, Noche de guerra en el Museo del Prado.
Miguel Hernández compuso cuatro obras teatrales largas: Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras (1934), auto sacramental a la manera calderoniana. Los hijos de la piedra, inspirada en Fuenteovejuna, El labrador de más aire, de influencias de Lope de Vega y Pastor de la muerte, todas éstas son fieles testimonios del teatro social de clara tendencia obrera y republicana, mezclándose este tema con otros épicos.
Fue Federico García Lorca el más grande dramaturgo de todos estos autores. Intentó en todas sus obras el ansiado anhelo de renovar el teatro español. Su obra inicial es El maleficio de la mariposa, al que continúan Mariana Pineda y su teatro de marionetas (Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita y El retablillo de don Cristóbal ). Influido por el teatro de marionetas escribe sus farsas para personas (La zapatera prodigiosa y Amor de don Perimplín con Belisa en su jardín ). Posteriormente hace teatro vanguardista ( El público, Así que pasen cinco años y Comedia sin título ) y durante los años 30 escribe las obras teatrales de mayor éxito comercial: Bodas de sangre, Yerma, Doña Rosita la soltera y La casa de Bernarda Alba, todas ellas con el protagonismo de mujeres en una situación de marginación social y en un ambiente rural represivo centrado en Andalucía.
Durante la guerra, se suceden en ambos bandos las obras teatrales de propaganda y sólo destacan en un sentido más literario las obras de Pedro Salinas. (Judith y el tirano, El director)
En el exilio, sobre todo en tierras americanas, prosigue la actividad dramática de los desterrados. Continúa triunfando la más notable actriz de la época republicana: Margarita Xirgu, protagonizando obras de los más destacados dramaturgos españoles como Lorca, Valle-Inclán o Alberti. Autores prolíficos en el exilio son Alejandro Casona, (La dama del alba, Los árboles mueren de pie ) y José Ricardo Morales. (La vida imposible, Los culpables )
En España se escriben obras de carácter falangista o nacional-católico, cercanas al teatro cómico de Benavente. También son frecuentes en los escenarios españoles de posguerra las obras humorísticas, casi siempre intrascendentes. Los dos autores más interesantes son Miguel Mihura, (Tres sombreros de copa ) y Enrique Jardiel Poncela. (Eloísa está debajo de un almendro )