Vuelvo a escena en el blog, voluntaria y temporalmente descuidado en las últimas semanas, para comentar la destitución de Juan Carlos Pérez de la Fuente en la dirección del Teatro Español. Nunca he ocultado, y no lo voy a hacer ahora, que Juan Carlos es mi amigo, pero creo que eso no me ha impedido juzgar su trabajo y su labor con honradez (el primer día que pisé la Facultad de Ciencias de Información aprendí que la objetividad no existe, y yo aquí no la pretendo tampoco), e intentaré en estas líneas ser lo más aséptico que pueda.
El Ayuntamiento de Madrid es el responsable de la gestión del Teatro Español y tiene todo el derecho del mundo a despedir a su director. Pero hay maneras y maneras, y la destitución de Juan Carlos Pérez de la Fuente, después de varios meses de algo muy cercano al acoso laboral (con la prohibición de que programe más allá de esta temporada y la recomendación de que no acudiera a un encuentro con los medios de comunicación apenas un par de días después de publicarse la intención de despedirle) y de soterrados movimientos para remover la tierra bajo, ha sido especialmente fea.
Juan Carlos, lo sabemos bien quienes le conocemos y lo saben quienes han trabajado o trabajan con él, es un hombre vehemente, que pone una pasión a veces desmedida en todo lo que hace -de la que, por cierto, ha sido víctima él mismo más de una vez, y yo he sido testigo-. Suele ser extremadamente franco e impulsivo, y eso le hace perder en ocasiones los estribos, sobre todo cuando está ensayando y algo no va todo lo bien que él querría. Pero es, me consta, un hombre esencialmente noble, que siempre va de frente.
Desde que llegaron al Ayuntamiento y a la concejalía de Cultura sus nuevos responsables, Juan Carlos Pérez de la Fuente fue uno de sus objetivos. Era una china en el zapato, además de un «residuo» del Ayuntamiento que presidió Ana Botella, que fue además quien le eligió. Supongo, además (de esto no tengo constancia), que Santiago Eraso, responsable de Madrid Destino y, por tanto, jefe directo de Pérez de la Fuente, habrá escuchado cantos de sirena seguramente interesados (la dirección del Español es muy golosa).
Los responsables de Cultura del Ayuntamiento, me consta, han intentado que Juan Carlos Pérez de la Fuente arrojara la toalla y fuera él quien decidiera marcharse. No lo han conseguido, y finalmente han optado por despedirle. No han respetado el contrato que le ligaba al Teatro Español hasta septiembre de 2018, en virtud del concurso público que ganó. (Un paréntesis; se ha extendido una falsedad a costa de repetirse, incluso en algún medio de comunicación: que dicho concurso estuvo adulterado y que el proceso fue sucio. No es cierto. El concurso establecía que un comité profesional, formado por actores, productores, críticos, directores... elegiría una terna, y que de ella el Ayuntamiento elegiría al director del Español. No hablaba de votos. Juan Carlos Pérez de la Fuente formó parte de esa terna y el Ayuntamiento le eligió a él en lugar de a los otros dos candidatos, Gerardo Vera e Ignacio García).
La decisión del Ayuntamiento de Madrid de no respetar el contrato de Pérez de la Fuente contrasta con la actitud del Gobierno español de respetar los contratos de los PROFESIONALES, y uso las mayúsculas a propósito, elegidos para dirigir las distintas unidades de producción del INAEM: Centro Dramático Nacional, Compañía Nacional de Teatro Clásico, Compañía Nacional de Danza, Ballet Nacional... Los responsables de Cultura del actual Gobierno en funciones, que se han equivocado y mucho a lo largo de estos últimos cuatro años y medio, demostraron cordura en este aspecto: las instituciones culturales públicas no deben estar sometidas a los vaivenes políticos, a los cambios de Administración, sino que deben estar al margen y regirse únicamente por un criterio profesional que permita desarrollar con continuidad un proyecto artístico. El Ayuntamiento no lo ha hecho, y yo creo que es un error.
Lo es también decir que el proyecto de Juan Carlos Pérez de la Fuente no tiene altura. Se puede estar más o menos de acuerdo con su programación, se puede discrepar de determinados nombres; es una cuestión muy subjetiva, pero una temporada donde se encuentran (como recordó José Ramón Fernández en su página de Facebook el otro día) Tirso de Molina, Eurípides, Vicente Molina Foix, La Zaranda, Alfonso Sastre, Miguel de Cervantes, Chevi Muraday, Pablo Messiez, Max Aub, Paloma Pedrero, Ainhoa Amestoy, Eduardo Alonso, Ignacio García May, Bertolt Brecht, Andrew Bovell, William Shakespeare – con tres obras -, Mario Gas y Alberto Iglesias, David Mamet, Fernando Arrabal, Marianella Morena, Rafael Spregelburd, José Luis Alonso de Santos, Carolina Africa, Lola Blasco, Alberto Conejero, Íñigo Guardamino, María Velasco, Félix Estaire, Antonio Rojano, Spiro Scimone o Salva Bolta se me antoja bastante ambiciosa. Con el sello añadido de la apuesta decidida por el autor español.
Santiago Eraso, además, no parece la persona más indicada para juzgar la altura de una temporada en la que no se le ha visto apenas (si es que ha ido alguna vez) por los patios de butacas del Teatro Español o del Matadero. Y no digo nada de su autoridad en la materia porque la desconozco. Es como si yo digo que el Real Madrid está haciendo una mala temporada sin haber pisado el Santiago Bernabéu y sin saber de fútbol.
Eraso, además, ha llamado arrogante: el Diccionario de la RAE da tres acepciones al término: 1. adj. Altanero, soberbio. 2. adj. Valiente, alentado, brioso. 3. adj. Gallardo, airoso. No sé a cuál se referirá pero vamos, en cualquier caso, es una apreciación personal que no voy a discutir. Pero nada tiene que ver con la valía profesional (o la incompetencia, que para gustos colores) de Juan Carlos Pérez de la Fuente.
En resumen: Juan Carlos Pérez de la Fuente, no me cabe duda, es expulsado del «paraíso» del Teatro Español por motivos meramente ideológicos y políticos. O tal vez, ha sido una víctima del tan español «Quítate tú para ponerme yo».
Disculpad que haya sido tan prolijo y, si leeis esto, gracias por haber llegado al final. Puede que no estéis de acuerdo conmigo, y no seré yo quien os lo reproche ni os quite la razón.