
Por primera vez, una mujer podría dirigir uno de los dos sindicatos mayoritarios en la Región de Murcia. Se trata de Teresa Fuentes que, en mayo próximo, relevaría a Santiago Navarro al frente de Comisiones Obreras (CCOO). La noticia no deja de tener su aquel, toda vez que, desde la legalización de los sindicatos en 1977, tras la dictadura, solo hombres han tenido esa responsabilidad, tanto en CCOO como en la Unión General de Trabajadores (UGT). Una circunstancia que también ha ocurrido en el ámbito nacional a lo largo de todos estos años. La excepción en la Comunidad de Murcia la protagonizó Unión Sindical Obrera (USO), donde Julia Martínez fue elegida secretaria regional en febrero de 2024 tras la jubilación de su antecesor, Pepe Sáez.
A mediados de 2024, dos docentes universitarias, Eva Bermúdez Figueroa, profesora de Sociología, e Irene López García, profesora de Trabajo Social, ambas de la Universidad de Cádiz, elaboraron un exhaustivo trabajo sobre la presencia femenina en el sindicalismo. Lo denominaron La eterna pugna. En un trabajo anterior, fechado en 2019, la profesora Bermúdez Figueroa ya reconocía que “el movimiento sindical ha sido cosa de hombres en el más estricto sentido de la expresión. En los sindicatos, las mujeres no han existido como personas con identidad propia y han sido invisibilizadas por la historia, la literatura y las propias organizaciones que han presentado una clara hegemonía masculina”. Y añadía que el intento de conseguir un relativo equilibrio viene en muchos casos asociado por las mujeres al concepto superwoman, algo “que ha sido recurrente en el relato de las sindicalistas, en relación a la necesidad de hacer frente a todas las facetas vitales de manera exitosa”. Las entrevistadas subrayaron la autoexigencia a la que las mujeres estaban sometidas y los sentimientos de culpa que en ellas se generaban por no cumplir totalmente con las expectativas en sus diferentes papeles.
En su trabajo de 2024, las profesoras Bermúdez Figueroa y López García indican que la posición de las mujeres en las organizaciones sindicales “es inseparable de la que ocupan en el mercado laboral del que se nutre, de ahí que su presencia en el sindicalismo haya ido evolucionando al ritmo de los cambios producidos en el mundo del trabajo”. Añadían que como consecuencia de la extensión del feminismo como movimiento social, el activismo sindical de las mujeres desde el tardofranquismo y sus ímprobos esfuerzos por la consecución de los derechos en pro de la igualdad, así como la conciliación de la vida familiar y laboral, casi todas las organizaciones sindicales asumen como propias las reivindicaciones del feminismo aplicadas al trabajo. A pesar de ello, alertaban de que, frente a ese techo de cristal, se encuentra “el suelo pegajoso donde las mujeres proporcionalmente ocupan menos cargos que los que les corresponde por su peso como delegadas sindicales, por lo que también pierden las ventajas que estos liderazgos generan”.
Contaba una sindicalista que la primera sensación que tenía cuando entraba antiguamente a su sindicato “eran los cinco tíos con los huevos y los puños sobre la mesa en sus asambleas”. Y que, ante eso, las mujeres solían salir corriendo. Otra reconocía que “la dirigencia sindical, como cualquier otro cargo de responsabilidad en una empresa o institución, requiere de una dedicación extra de tiempo libre y estancias continuas fuera de casa, lo que choca con el papel de responsable de los cuidados y el hogar que siguen teniendo muchas mujeres”.
Cierto que en los cuadros sindicales suele existir paridad a día de hoy. Y, de hecho, hay federaciones que vienen estando encabezadas por mujeres desde hace años. Es el caso de la propia Teresa Fuentes, posible nueva máxima dirigente de CCOO en la Región de Murcia, con dos décadas de trayectoria sindical a sus espaldas, comprometida en distintas causas políticas y sociales, quien viene de regir hasta hace unos días la potente Federación Regional de Servicios de CCOO.
Según la profesora Bermúdez Figueroa, el modelo recurrente de sindicalista en el imaginario colectivo solía ser el de un varón heterosexual, blanco, trabajador de cuello azul, características diametralmente opuestas a las de una mujer trabajadora. Resulta paradigmático lo que otra sindicalista relató cuando, en una ocasión, se encontró sola, rodeada de hombres, en una reunión de sindicatos y partidos políticos preparatoria del 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora. “Sabéis una cosa”, les dijo a los asistentes, “mejor aplazamos la reunión y, cuando puedan venir mujeres en representación de vuestras organizaciones, volvemos a reunirnos y decidimos nosotras lo que hay que hacer ese día”. Toda una lección de coherencia y sensatez ante semejante panorama.