La primera vez que alguien se refirió a mí como "técnico" me sentí muy raro. (Además fue en una situación muy desagradable que nunca olvidaré, y que me enseñó mucho). Acababa de terminar la carrera y fue en mi segundo trabajo como arquitecto.
Fijaos qué tontería: me habría sorprendido mucho menos que me llamaran "artista". Desde luego yo me sentía muy arquitecto y mucho arquitecto. Estaba muy orgulloso de serlo, de haber alcanzado ese estatus tan deseado. Y para mí por aquel entonces un arquitecto estaba mucho más cerca de ser un creador que de pasar datos a una tabla.
Debe de ser por la misma razón por la que siempre me he obstinado en hablar de "mi estudio" y no sucumbir a la tendencia cada vez más generalizada de llamarlo oficina. Un estudio es mucho más bohemio. Un estudio es el sitio de un pintor, de un poeta, de un músico, y una oficina es el de un contable, un agente de seguros, un auxiliar administrativo. En un estudio puede morir Mimi, en una oficina te pueden compulsar una fotocopia.
Pues bien, este artista que aquí veis no ha hecho en su vida ni una obra de arte, mientras que pasa horas y horas descargando fichas catastrales. La profesión era esto.
Y a mucha honra. Como decía Antonio Machado y yo repito a menudo,
a mi trabajo acudo, con mi dinero pagoel traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago.
Nada más. Y nada menos. Trabajar, trabajar y trabajar sin parar, lanzándome a todo y sin decir que no a nada. Bueno, últimamente ya voy oliendo la retirada y estoy más tranquilo y rechazo algunos encargos, pero hasta ahora, con ese vértigo y esa ansiedad que nos dan las fatiguitas de cada día a quienes no tenemos un sueldo fijo, me he lanzado a cada cosa que me ofrecían: desde el proyecto de un rascacielos en Nueva York hasta el certificado de eficiencia energética de una vivienda adosada o una descripción para una división horizontal.
En la escuela de arquitectura yo no era de los más brillantes de la clase (los había que sí, y llevan años triunfando en la profesión), pero era resultón, y me creía capaz de diseñar edificios si no brillantes al menos muy dignos y muy atractivos. (Bueno, vale, y brillantes también). Mi novia, que estudiaba medicina, me decía que yo tenía muchos pajaritos en la cabeza. La verdad es que todos los que estudiábamos arquitectura los teníamos.
Cuando, nada más terminar la carrera, un familiar me encargó la ampliación de su casa y de su tienda el impacto fue descomunal. De hablar de corbusieres, bauhauses y conceptos espaciales a tratar con albañiles que tenían una idea muy clara de cómo hacer la obra (y que, junto con otros, me fueron enseñando poco a poco el oficio de hacer casas). Yo ni sabía cómo era un muro de un pie. No sé cómo el Rey de España tuvo el santo cuajo de extender un título de arquitecto a mi nombre y darme con él licencia para hacer mil barrabasadas.
Menos mal que no hubo que lamentar desgracias personales. Y en el segundo trabajo se refirieron a mí en las oficinas municipales como "el técnico" y después en la obra como "aparta, muchacho, que ahí estorbas".
Me dejé bigotazo, claro. Un bigotazo que aún veo con tanta ternura como vergüenza en las fotos de mi boda, porque me casé con él, con la chica que decía que yo tenía tantos pajaritos en la cabeza.
A partir de entonces he tenido el privilegio de proyectar muchos edificios y dirigir muchas obras, siempre como técnico y como profesional y jamás como artista. Confieso que después de tantos años sigo teniendo esa espinita clavada en mi orgullo y en mi vanidad, pero también celebro haber tenido la oportunidad de ejercer la profesión con bastante amplitud y de ganarme la vida muy decentemente con ella.
-¿Qué prefieres, Joserramoncito, bonito, que te toque la lotería primitiva o seguir descargando fichas catastrales?
-Hombre, eso ni se pregunta. Las fichas. Porque si me tocara la lotería me entregaría a mis vicios y a mis placeres, mientras que descargando fichas catastrales estoy haciendo un servicio a la sociedad y soy una persona útil y honrada.
En todo caso, y aparte de la bella e incluso heroica declaración que acabo de hacer en el párrafo anterior, este técnico que esto escribe está ya un poco cansado de hacer un trabajo que se le antoja cada vez más rutinario y repetitivo, y tiene ya los suficientes años cumplidos como para tomárselo todo con mucho hot, mucho tempo y mucho down.
A ver si el actual Rey de España me retira de una vez el título que me otorgó su padre y ya de paso me asigna una pensión, un momio, una renta o una paguita para que deje de ser técnico de una vez, para que por fin me libere de aquella maldición que me echaron en unas oficinas municipales en el año 1985, ante el segundo trabajo profesional de mi vida.-¿Pero no has dicho antes que preferías seguir descargando fichas catastrales que recibir un premio de la lotería?-Pfff. Tú te lo crees todo. Anda, tira p'allá, bobo. Tira p'allá.