San Juan de la Cruz decía: “Para llegar al lugar que no conoces, debes tomar el camino que no conoces.” Pero no parece que este místico tenga mucho predicamento entre la estructura empresarial de nuestro país.
El tejido empresarial español, en cuanto sus grandes familias se refiere, continúa siendo el mismo que teníamos durante el franquismo, y no se caracteriza por su afán innovador, sino por todo lo contrario, por ser acérrimamente conservador.
Es cierto que de posiciones autárquicas ha evolucionado abriéndose al mundo y creciendo en estructura y volumen de negocio, no podía ser de otra forma, la lógica del sistema obliga.
Pero el panorama que nos ofrece esta clase empresarial, en el escenario de la crisis, resulta poco estimulante para el resto de los ciudadanos: Flexibilidad laboral, sin contrapesar seguridad, pauperación de los salarios, gestión a corto, primando: el “que me quede como estaba virgencita”. En definitiva, recortar antes que innovar. Y no vale decir que no hay más remedio, no hay más remedio para ellos y su lógica neoliberal seguida por izquierdas y derechas, en pos de unos ajustes necesarios por una crisis inducida por los ajustadores. (como todas las crisis habidas y por haber)
Pero no toda la culpa es del empresario. Esta estructura empresarial en su evolución ha generado un cambio fundamental: el poder de decisión ya no corresponde al propietario del capital, como ocurría en el pasado; ahora lo ejercita un grupo de técnicos que constituye la verdadera cabeza de la gran empresa moderna. Galbraith propone denominar tecnoestructura a este aparato colegiado de decisión.
Con la separación del propietario del capital y el control de la empresa, el empresario ha dejado de existir como persona individual en la empresa industrial moderna.
Para Galbraith, el comportamiento de esta tecnoestructura modifica considerablemente las reglas del juego capitalista. “Esta tecnoestructura, en realidad, no tiene como objetivo principal la obtención del máximo beneficio sino, principalmente, el crecimiento de la firma”.Para la tecnoestructura el valor de mercado de la empresa es importante, pero sobre todo busca expandir al máximo las ventas y el tamaño de sus departamentos, aun cuando tengan que reducir el margen por unidad vendida y obtener menos beneficios de los que podrían haber ganado con un margen mayor. Según Galbraith, los directivos adoran el crecimiento de las ventas porque de ese modo incrementan su prestigio y el número de subordinados. Cuando las compañías crecen en tamaño, se producen ascensos, promociones y nuevas contrataciones: con las ventas, la tecnoestructura se perpetúa a sí misma.
Un ejemplo, lo tenemos en el sector editorial español. No se entiende la cantidad de títulos que constantemente aparecen en el mercado, que no se justifican por las ventas reales, teniendo en cuenta que un 40% de los libros se devuelven al editor y reconvierten en pasta de papel. Pero ¿donde esta el secreto?, en la tecnoestructura que prima las ventas : Inundan el mercado de ejemplares (300 millones al año sólo en España) cobran del punto de venta y esperan la devolución que deberán abonar al librero, pero el “gap” entre que vendo y pago la devolución, se compensa con un nuevo título que vuelve a generar el mismo proceso. El modelo se construye bajo la forma de burbuja. Podría poner otros muchos ejemplos pero esto es un blog y no una tesis.
La tecnoestructura no sólo logra desplazar al empresario tradicional, que organizaba él sólo la empresa; además, en las grandes sociedades anónimas consigue imponer su voluntad sobre la de los accionistas. Según Galbraith, la atomización de la propiedad en forma de miles de acciones hace imposible que los propietarios de éstas impongan sus objetivos a los miembros de la tecnoestructura, por lo que las compañías tenderán a perseguir los fines de los gestores y no los de los accionistas.
M Duverger, nos explica como la tecnoestructura empresarial está muy vinculada con la tecnoestructura pública, la que se desarrolla en el seno de las administraciones públicas y que se retroalimentan mutuamente mediante contratos y subvenciones cruzadas entre el sector público y privado. Contratos que aseguran la existencia y la expansión de negocios que sin ellos no podrían vivir. Seguramente los Keynesianos estarían de acuerdo con este tipo de planteamiento, pero este motor clásico del capitalismo post 2ª Guerra Mundial no parece que pueda seguir aplicándose a la situación actual, a no ser que se haga de una forma distinta, innovadora.
Los componentes de la tecnoestructura sea de origen privado público o político tienden a entenderse muy bien entre ellos. Existen más diferencias entre un militante de base de un partido y su ejecutiva que entre los componentes de las ejecutivas de distintos partidos.
El razonamiento de Galbraith no se ajusta a un tiempo de crisis, ya que descrita así la ideología de la tecnoestructura es adecuada para el crecimiento del empleo empresas más grandes, más trabajo. Pero al contrario de lo que describe Galbraith en época de vacas flacas la tecnoestructura se transforma en hiperconservadora y es cuando se demuestra que sus objetivos en el crecimiento eran profundamente perversos, lo que se evidencia en las primas y bonus extraordinarios que se han agenciado las cúpulas directivas de bancos en plena crisis y procesos de rescate.
Si seguimos el razonamiento de otro economista, Schumpeter, influido por Darwin y K Marx, que nos dice que en la economía se da una situación de equilibrio, estancamiento, es decir que no cambia si las circunstancias en que se da no cambian.
En el momento que éstas varíen hay que buscar un nuevo punto de equilibrio y así es como la empresa se ve obligada a introducir innovación hasta que se produzca un nuevo equilibrio que la lleve al éxito. “Destrucción creativa” llamaba a este proceso con claras influencias de Nietzsche (la idea del destructor como creador en Así habló Zaratustra)
Cuando Schumpeter habla de innovación no se refiere sólo a lo tecnológico sino cualquier cosa que genere ventajas para la empresa sobre sus competidoras (económica, técnica, social….).
En la época de Schumpeter era el empresario el que introducía la innovación en el sistema económico a través de la empresa.
Pero ahora la introduce la tecnoestructura que ve peligrar sus puestos y sus beneficios si un salto adelante sale mal. Porque según la teoría de la innovación de Schumpeter y la del riesgo de Knight (que son bastante parecidas) cualquier innovación genera una situación de incertidumbre, La existencia y asunción de este riesgo es para Knight la justificación del beneficio del empresario
Pero en muchos casos frente a esta incertidumbre es mejor ir a lo seguro, recortar. Aparece la pereza intrínseca del tecnócrata “ante hacer, mejor no hacer”. Esta claro que recortando se reducen los costes de producción, pero también debería estar claro que esta reducción afecta a la competitividad de cada empresa y por efecto dominó a la de todo un país.
El capitalismo (el sistema) no parece que vaya a cambiar ni ha refundarse como predicaban algunos políticos jugando a ideólogos, y curiosamente de derechas, como Sarkozy. Tampoco se humanizará, ni se volverá más sostenible en su crecimiento, si no ve en esto una oportunidad de beneficio, lo que a mi me gusta llamar el crecimiento implosivo.
Este crecimiento, se producirá por el cambio que el sistema requiere para sobrevivir. Es decir, el objetivo no es la explosión como fórmula de crecimiento, sino la generación de situaciones de recambio: Recambio de fuentes de energía, recambio de materiales, recambio de alimentos, recambios en la forma de gestión de los proyectos públicos y privados, recambio en la distribución de la riqueza y todo esto requiere innovación. (En un próximo post prometo profundizar en el crecimiento implosivo)
El sistema único y sin alternativas seguirá moviéndose y evolucionando por contradicción, injusticia y desequilibrio porque este es su ADN. La innovación, en un sentido amplio, es la única esperanza que nos queda a algunos para poder introducir en este ADN un gen de recambio revolucionario.
Albert Pérez Novell