Seguimos publicando material encontrado por blogs amigos sobre esta segunda vuelta electoral, en este caso tenemos un análisis realizado por Gonzalo Gamio Gehri en su blog Política y Mundo Ordinario: Bosquejos Postliberales, titulado El Temor y la Verguenza:En gran medida, el dilema que tenemos que afrontar en esta segunda vuelta electoral – o Humala o la dinastía Fujimori – puede ser descrito en términos de un conflicto entre diferentes argumentos en torno a futuros posibles para el país, pero también un conflicto entre decisiones pasionales, en el cual se ponen en juego dos emociones claramente fundadas en reflexiones, creencias y juicios, dos emociones sumamente relevantes para la política. De un lado, el miedo; del otro, la vergüenza. Hay otras emociones en juego, sin duda, pero estas son particularmente emblemáticas en estas circunstancias. Efectivamente, tememos que Ollanta Humala esté recurriendo a convocar a un grupo de importantes profesionales para mejorar su plan de gobierno y conformar un gobierno de concertación con el propósito real de ganar las elecciones, para luego prescindir de ese equipo y volver a su programa más “duro”. Esos temores tienen un lugar importante en nuestra reflexión política; provienen de la duda razonable que suscita en nosotros el candidato, su trayectoria, sus antiguos vínculos con Venezuela. Mario Vargas Llosa ha dicho que el voto por Humala proveniente de las fuerzas democráticas no puede ser un cheque en blanco, que los ciudadanos debemos estar dispuestos a salir al espacio público para denunciar cualquier forma de trasgresión de las reglas democráticas. Quienes estamos en el trance de decidir el voto en esa dirección – no sin preocupación y malestar (1) – debemos estar dispuestos a asumir la responsabilidad que implica esta decisión y a salir a la calle si se atenta contra el Estado de derecho.En el otro extremo, el del fujimorismo y su funesto record en cuanto a la violación de la legalidad, los derechos humanos y los diversos casos de corrupción, tenemos la vergüenza como emoción ética dominante. Intuimos claramente – merced a los hechos, a la sombría historia reciente del Perú – lo que significaría permitir que vuelva a tomar las riendas del gobierno el grupo político en cuya gestión se depredó las arcas del Estado, se concentró los poderes y estableció un sistema de control sobre los medios de comunicación, se convirtió la destrucción de la ética pública en un sistema y una forma de vida, un régimen que se fortaleció a través del clientelismo, la compra de conciencias y la extorsión. Sobre todos estos actos tenemos pruebas, y los dos jefes de este aparato delictivo – Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos – han sido condenados y están presos. No existen razones de peso para aseverar con seguridad de que la nueva candidata del fujimorismo se haya apartado realmente de este nefasto legado. Su entorno político y sus voceros (Martha Chávez, Luz Salgado, Jorge Trelles, etc.) provienen de las canteras del régimen autoritario de su padre, ella misma ha repetido en innumerables ocasiones que el gobierno de Alberto Fujimori ha sido “el mejor de la historia del Perú”, y se ha pronunciado a favor de un indulto que lo favorezca. Sus esfuerzos recientes por tomar distancia del gobierno paterno y pedir perdón se muestran como evidentes estrategias electorales. No le creemos. Finalmente, el fujimorismo está renovando sólo mínimamente sus cuadros políticos de alto rango (por ejemplo, con la incorporación de Rafael Rey en la plancha presidencial; ya conocemos sus puntos de vista en materia de temas de justicia y derechos humanos).Recientemente, Jaime Bayly y Aldo Mariátegui se han esforzado por establecer un deslinde entre el perfil de Keiko Fujimori y el de su progenitor. Pretenden persuadirnos de que un gobierno suyo no sería una continuación de la gestión de su padre, de que su candidatura no sería un "caballo de Troya" de una mafia que aspiraría volver al poder. Sin embargo, como bien ha argumentado Gustavo Faverón, el problema de la candidata de Fuerza 2011 no es su herencia genética, sino su línea política.Bayly y Mariátegui quieren hacernos creer, entre otras cosas, que quienes gobiernan son únicamente los individuos, lo cual es clamorosamente falso. La "distinción" entre Fujimori y Montesinos ya sonaba entre retorcida e irrisoria; en el caso estricto de la hija del reo de DIROES la distinción resulta extraña y súbita, dado que ella ha basado buena parte de su campaña en el legado de su padre (empezando por el apellido). Cualquier deslinde razonable implicaría asumir un entorno político completamente diferente, desarrollar un programa con otra orientación (pues en en cuestiones de institucionalidad democrática y derechos humanos es una nulidad) y asumir una toma de distancia clara, realmente transparente y verdaderamente oportuna - especificando los errores y los crímenes, y señalando el grado de responsabilidad de los involucrados en ellos -, y no este juego de máscaras de último momento, con declaraciones escuetas y sonrisas para las cámaras, contando además con la condescendencia de los periodistas. La ciudadanía tendrá que decidir muy pronto qué pesa más en su ánimo, la perspectiva un tanto opaca de mantener el modelo económico en curso o fijar la mirada en un asunto de de dignidad nacional, cerrarle las puertas a quienes de un modo u otro gobernaron el país y lo sumieron en el grisáceo pantano del autoritarismo y la corrupción.(La imagen pertenece al conocido artista gráfico Alonso Núñez, a quien agradecemos por otorgarnos el permiso para publicarla).Actualización: Keiko y el caso CCN (J. A. Godoy).
(1) Y no anular el voto, que era mi impulso original ante tan indeseable dilema.