
"La belleza humana de la que hablamos aquí es de un tipo muy concreto; se puede llamar belleza cinética. Su poder y su atractivo son universales. No tiene nada que ver ni con el sexo ni con las normas culturales. Con lo que tiene que ver en realidad es con la reconciliación de los seres humanos con el hecho de tener ese cuerpo."
Tenía muchas ganas de que llegase a las librerías este título. Con un afán casi coleccionista, lo reconozco, voy cogiendo títulos que me lleven a tener todo lo publicado por el autor. Hoy traigo a mi estantería virtual, El tenis como experiencia religiosa.
David Foster Wallace se quitó la vida el 12 de septiembre de 2008. Desde entonces, su leyenda como escritor ha ido creciendo en la misma media que lo hicieron durante los días siguientes a su muerte las muestras de pesar de los internautas. Es algo inevitable cuando se trata de una figura como la de David Foster Wallace, como también lo es que vayan apareciendo recopilaciones de relatos y ensayos, entrevistas y opiniones a lo largo del tiempo. Ese es justo el caso de hoy, un librito de apenas cien páginas presentado por Literatura Random House que iría inicialmente dirigido a los incondicionales del escritor. En él, y separados por diez años, se recogen dos relatos escritos por Wallace sobre el deporte.
Wallace fue tenista. Su pasión por el deporte ya se había visto reflejada anteriormente en sus letras (no hay más que mirar en La broma infinita para tener una conciencia clara de lo que el escritor pensaba y sentía por el tenis), así que no nos pilla de nuevas. De hecho lo practicó con bastante éxito hasta que, la cercanía de lo profesional, la importancia de su juego, provocaron que perdiera ese interés al convertirlo en algo demasiado importante. Sin embargo no hay más que leer este libro para palpar la pasión que seguía sintiendo por él. Wallace, ese cuya imagen todos conocemos con su camiseta y pañuelo y pinta entre genio y nerd, lo más alejado posible a la concepción clásica del atleta norteamericano; entra en el mundo del tenis para demostrarnos en un primer título que, si bien los animales hermosos están en la pista, el verdadero zoológico, el merchantising y las luces de oropel se encuentran en las gradas. Es capaz de dibujar con la misma naturalidad la belleza del juego, que el contraste ruidoso mezclado con las marcas deportivas que se exhibe entre el público, esa suerte de extravagancia que se pavonea en muchos de estos eventos incluso a día de hoy. La vigencia en la mayor parte de los casos está más que asegurada. Incluso los nombres de tenistas no se nos antojan lejanos y conocemos a todos los nombrados recordando algunos de sus momentos estelares.
El segundo título es un duelo. Un enfrentamiento que revestido de toda la admiración de quien no quiere perderse nada. Descubrimos aquí a un Wallace apasionado, presa de ese enamoramiento no romántico que sólo se tiene ante quien se admira profundamente, que bebe con los ojos cada movimiento, cada gesto, cada detalle... Ese torrente de emoción contagiosa que se desata ante los movimientos de quien no duda en describir como el mejor tenista, increíble, imposible, único. Federer. Federer como punto de mira, como centro de atención; Agassi a cámara lenta, Nadal dando saltos cual boxeador entrando en calor, tiempo parado, emoción lenta... y Federer sobresaliente. Eso es lo que nos regala Wallace en su segundo título, el retrato de una pasión declarada sin necesidad de poner la rodilla en el suelo y sacar un anillo.
Y entre uno y otro, del US Open a Federer, el lector se contagia dejándose llevar por un deporte que tal vez hasta ese momento le había pasado inadvertido. O tal vez no, tal vez, simplemente disfruta de la posibilidad de ver este deporte a través de otros ojos, de otra vida. ¿En mi caso? En mi caso es fácil, partía con la ventaja de saber que iba a leer a Wallace.
Poco a poco me voy haciendo con todos los libros firmados por David Foster Wallace, a sabiendas incluso de que algún relato puede repetirse. Hay algo de coleccionista que atesora en el lector, y se deja llevar por las letras de un género o persona. Uno de los míos es David Foster Wallace. Y vosotros, ¿sois incondicionales de algún escritor?
Gracias
