Absorbido por el placer de un profundo sueño, me encontraba reposando en un cuarto piso de un edificio, un leve temblor intento interceptar la continuidad de mi siesta, en mi inconsciente quise tal vez pensar que el origen de mi molestia era el recorrido del aquel ruidoso tren que suele visitarnos de forma inesperada.
Pero segundos más tarde, se hacía más intenso y el hecho de que un par de libros cayeran sobre el piso terminaron por arrebatarme el sueño.
Me levante asustado, oía gritos aquí y allá, pasos apresurados retumbaban por los pasillos y escaleras, el miedo me confundía, ¿A dónde ir? Era un pequeño y estaba solo, en medio del pánico encontré la escalera principal.
El inquieto tumulto se encontraba a unos pasos y me limite a seguirlos. Mi padre que logro alcanzarme en el segundo piso con temor y nervios me cargo y ayudo a bajar los pisos restantes.
Ya abrigado por la seguridad que solo la familia te hace sentir, la paz, tranquilidad y quizás la ignorancia que me invadía sobre la magnitud de los sucesos lo que me calmó.
Las casas hechas añicos, el llanto de las personas desconocidas, incluso las heridas que mis vecinos no podían ocultar, no despertaban el más mínimo sentimiento en mí, fue si no cuando ya oscurecía, el momento en el que vi un cuerpo recién rescatado y sin vida, que estimularon en mi indolente y joven alma atea, la necesidad de unirme a un cortejo de personas que le rezaban fervientemente a una cruz.